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Miércoles, Abril 24, 2024

Extraño salto el que nos hace ver que
todavía no nos detenemos lo suficiente
en donde en realidad ya estamos.
¿En dónde estamos? ¿En qué
constelación de ser y hombre?

(Heidegger, 1990, p.79)

El muga amaneció ese día con una duda en la cabeza, era una preocupación terrible porque no sabía cómo iba a mandar su tarea, se quitaba las sabanas de la cara para pensar, pero lo único que podía ver era un techo sucio, lleno de manchas y bordes mal hechos en el cielo raso de su estancia; el gris predominaba en su habitación y nada más las cortinas de la ventana, con color amarillo – rosa, daban alegría a ese lugar. El cuarto de azotea rentado en una colonia cercana a la plaza Garibaldi en la CDMX, eran su hogar y territorio. Para él nada había sido tan extraño como el momento en que le dijeron que ya no podría ir a la escuela, ya que cerraría por una supuesta alerta sanitaria.

Era el mes de mayo del 2020 y las noticias que llegaban por la televisión abierta eran confusas. Mientras las naciones de Oriente construían hospitales en tiempo récord (China), en Europa occidental la gente se había confinado y cantaban canciones desde los balcones. Hasta el día de ayer -se decía el muga-  todo era normal, los niños estaban fuera, pero no era algo extraño, porque ya habían iniciado las vacaciones de semana santa. No obstante, ninguno de sus conocidos salió de su casa a las playas o a las diferentes actividades religiosas como cada año, la catedral estaba cerrada, la gente poco a poco fue desapareciendo de las calles, cerraron comercios, los parques y la alameda se fueron quedando sin ruido, sin ancianos, sin niños.

El muga (de cariño para los cuates, porque él se llamaba Jesús Miguel), escuchaba en su cabeza la pregunta insistente ¿Cómo vas a enviar tu tarea para que no te reprueben este año? No hay docente, ni escuela, solamente la tele, porque las actividades diseñadas por el maestro ya se habían terminado, los alumnos como él veían la programación del canal once y después hacían lo que se pudiera, o entendieran ¿A quién le planteaban las dudas?, no estaban sus amigos listos, los de sexto, ni tenía acordeón u otra manera de resolverlo. ¿Dónde estaba la guía del maestro Bulmaro?

Su mamá, que ayudaba a una señora vendiendo quesadillas fuera del portón de la vecindad, estaba muy preocupada, pues les avisaron que ya no podrían vender nada en la vía pública, que debían utilizar cubre boca…que todo debía ser para llevar, pero unos meses antes habían prohibido las bolsas de plástico o envases de unicel…el momento era un caos ¿Qué hacer para sobrevivir?, decían las mujeres. Los niños veían desconcertados cómo estaba cambiando el mundo a su alrededor, las caras de angustia se fueron volviendo cotidianas, hay que pagar la renta gritaba su madre, y la comida, y la luz y…y…y…

Y mi tarea… ¿cómo la entrego? Esa pregunta parecía irrelevante para lo que estaba sufriendo su progenitora, sobrevivir era lo fundamental, comer y seguir con algunos pesos para el otro día. La cuarentena ya se había terminado (los cuarenta días se convertirían en meses), la desesperación hacía que la gente buscara la manera de subsistir, ¿vender? si… ¿pero a quién? Lo peor fue cuando cerraron la plaza del zócalo frente a palacio nacional, eso fue un momento de angustia para su mente infantil, nunca había visto algo así, era como una película de terror, pero sin zombies. No hubo representación del viacrucis en Iztapalapa… (sólo pasó esto en 1912), después hubo una imagen del Papá Francisco caminando solo en medio de la Plaza de San Pedro en el Vaticano, por si faltaba la cereza del pastel…ni los más creyentes estaban fuera de peligro. El muga, se decía así mismo, que nada podía durar más que unas vacaciones normales; el encierro no era una manera humana de vivir, porque el aire, el viento o la lluvia formaban parte del paisaje.

La vida cotidiana de los infantes se mueve por una serie de rutinas bien establecidas, los trayectos entre la casa, calle y escuela son la norma. La sociedad se organiza para cuidar de los futuros ciudadanos, la esperanza del mundo, pero, de repente, esta imagen se resquebrajó como una jícara de barro contra la pared.

Dentro de la misma vecindad, uno de sus amigos le había dicho que podían ver juntos la tele y después por el internet o por el celular mandarían las tareas, con un mensaje del Whats y una foto ya la hacían. El amigo se ofreció a mandar sus tareas con el teléfono de su hermana mayor. Esa ayuda duró hasta que la mamá se dio cuenta y le dijo que podría seguir mandando la tarea si le ponía dinero para la recarga de tiempo aire, era lo justo pensó él. Pero el problema seguía ¿De dónde obtendría para el pago?

Esa mañana se decidió a ser un emprendedor y con un cajón viejo de su abuelo -fallecido hace un tiempo-, se lanzó a la aventura de bolear zapatos. Vio que quedaba cera para dar brillo, grasa negra y café, un trapo para lustrar; llenó una botella de refresco desechable con jabonadura, buscó los cepillos de pelo de caballo, dos brochas chatas y gastadas, con eso podría obtener algo. Cuando pasó por el portón su madre lo miró, pero no le preguntó nada, como siempre salía a vagabundear parecía normal su fuga, la apuesta había comenzado; en plena pandemia se aventuró entre las calles citadinas.

Antes de llegar a la esquina de su cuadra sacó un paliacate rojo que había utilizado en la pastorela de diciembre -le había tocado salir de pastor-, también llevaba una gorra de beisbol con la figura de un tomate. Se puso el paliacate tipo bandido del viejo Oeste, se sentía intrépido como vaquero norteño o revolucionario, de esos que retrataban con un marco azul y se vendían en las monografías de las papelerías. Y se alejó con toda la esperanza puesta en un trabajo honrado…diría su mamá.

 

II

En el camino se detuvo a escuchar una canción muy vieja de Al Stewart…The year of the cat…que salía de un carro estacionado en la avenida. Pensó -casi nunca se puede escuchar la música por el exceso de ruido-, pero en ese momento lo pudo hacer, más tarde en su vida sabría que esa canción trataba del amor en un momento turbulento. Su imaginación se movía tan rápido como su necesidad, en la mente de un niño los objetivos son concretos, todo puede estar pasando, pero lo importante era conseguir dinero para pagar el tiempo aire, escribir los mensajes del WhatsApp, una foto y después mandar la tarea, sin molestar a su mamá que ya muchos problemas tenían encima.

Al llegar a la plaza Garibaldi buscó con ansias al primer cliente, pero al mirar debajo de los pantalones solo veía zapatos deportivos, botas de trabajo sucias y suelas gastadas de los vagabundos, al final de la avenida divisó un grupo de mariachis sentados en una banca mirando a la nada, con mucha timidez les preguntó ¿Que pasó compas les echo una boleada?...los músicos se rieron, y uno le dijo en voz baja: llegaste en mal momento no hay turistas, ni borrachos, comensales o gringos, no hay jale (trabajo) mi chavo y mis botas son de pelo, no se bolean. Huuuu, qué mala suerte se dijo para sí mismo, volteó su cara hacia otro grupo y se acercó al único que tenía calzado de lustre. Oye compa échame la mano una boleada rápida y ya saco para el chivo -gasto- ¿cómo ves, se hace? El músico puso su bota sobre el cajón dejando que el niño hiciera su labor, pero él no sabía cómo actuar, se acordó de una canción de Pedro Infante (que a su abuelo le gustaba) y la comenzó a silbar…el mariachi tomó su guitarra y le tocó un acompañamiento improvisado…sin soltar una sola sonrisa, porque el trabajo es primero y es serio.

Al final el músico le dejó caer unas monedas en la gorra y se fue en silencio, el muga dijo gracias y dio una ronda final a la plaza, pero debajo de las estatuas de los ídolos de la música mexicana sólo había unas palomas pardas saltando en busca de migajas, sin miedo de los humanos, pues no había niños, o gente que las molestara, caminaban torpes o volaban por tramos cortos, moviendo la cabeza y las patas de manera sincronizada para mantener el equilibrio. El momento parecía como en cámara lenta, como película de los años cincuenta, con silencios prolongados y sombras temblorosas -un tiempo fuera del tiempo-, en un lugar de alegría había una calma mortecina.

El ahora bolero recién estrenado siguió su camino en busca de clientes, los policías lo miraban con curiosidad, él pensaba que su paliacate lo protegía de todo, solamente se le veían los ojos y el pelo estaba protegido por su gorra de Los tomateros. Buscando clientes llegó hasta el Museo Nacional de Arte y se sentó a la sombra de la estatua ecuestre de Carlos IV, mejor conocida como El caballito, y esperó a que alguien pasará y le diera su cepillazo. Con sus dedos buscaba enfocar la torre Latinoamericana y jugaba con esa imagen observada en el túnel de sus manos.

No se dio cuenta cuando un anciano se acercó y con su celular sacó una foto tanto del museo como de los edificios de alrededor, y le dijo al niño con una voz seca. ¿Me podrías permitir tomar una foto de la estatua? Después te dejo en paz observando el mundo con tu caleidoscopio manual. El niño sin dejar de enfocar pensó rápido y dijo claro: pero primero deja te boleo los zapatos ¿cómo ves? El descaro y la astucia del infante dejaron perplejo al desconocido que dijo seriamente…me parece justo. El niño se asombró de su suerte y rápidamente sacó sus herramientas, el extraño puso su zapato – muy limpio- sobre el cajón, el niño lo miró desconcertado, pero como iba a volear algo que ya estaba limpio, le dijo sin titubear ¿es broma…tus zapatos están nuevos y limpios cómo voy a trabajar entonces? El extraño contestó, ese no es problema tú da el servicio y no cuestiones. El bolero alzó los hombros y dejó que sus manos hicieran lo propio.

El anciano preguntó al niño si le gustaba el ángulo que tenía desde ahí para tomar una foto de la torre latinoamericana. El niño dijo -pues de aquí se ve chida (bien)- sólo hace falta un buen lente, como los de Baruch Espinoza. El hombre abrió los ojos con asombro…un niño tan pequeño hablando de un filósofo tan enorme ufff. Sin demostrar asombro le inquirió ¿y ese Baruch quien es o dónde vive? El niño con la calma que da la inocencia le dijo... mi maestro Bulmaro dice que era un señor que hacía lentes en Francia y que era muy listo que sus amigos eran muy inteligentes uno se llamaba Rene (Descartes) y otro Godofredo (Gottfried Leibniz), entre los tres decían cosas de ciencia muy locas, que con mucha razón…y siguió con su parloteo unos minutos más…

Ese tu maestro ha de ser muy bueno para que digas esas palabras ¿cómo te llamas muchacho? Jesús Miguel, pero me gusta que me digan muga…ah, por cierto, ya quedaron sus zapatos más brillosos que antes y soltó una carcajada sonora, dejando ver sus dientes y la alegría inusitada. El extraño volvió a preguntar ¿Por qué no estás en tu casa con todo este problema del covid19? El niño contó a grandes rasgos el motivo de su trabajo y la urgencia por entregar su tarea, el hombre le dijo despacio -espérame un poquito-, mandó muchos archivos a la nube, borró la mayor información que pudo de la memoria de su cámara y cuando sintió que ya estaba limpio su aparato… lo entregó sin titubear al niño.

El infante lo miró desconfiado y dijo…entonces ¿Cuántas boleadas va a querer porque yo cobro de a treinta el servicio? El hombre le dejó un billete de quinientos pesos y le dijo. Dile a tu maestro que ha cumplido con su labor y que Baruch Espinoza te regaló un celular. Se dio la vuelta y se alejó lentamente en dirección al palacio de Bellas Artes como si nunca lo hubiera visto.

III

El relato de un maestro dejó una huella trascendente en dos seres humanos, sin importar la manera o forma, la cultura unió a dos personas tan distintas en edad como en conocimientos, el saber puede unir y salvar a la gente hasta en los periodos más oscuros. Nadie sabe el momento en que nuestra existencia puede ser trastocada por una idea o acto.

Sigamos pues dando clases, dejemos que el verbo domine la vida, dejemos que fluya el conocimiento como viento, como agua, que envuelva la vida y las emociones, porque nada es más importante que el aprender, porque nada superará nunca la necesidad de intuir el mundo, la razón es un principio de cambio. La voluntad de entender crea espacios y momentos inusitados que van de una sonrisa a una esperanza cumplida.

Referencias

Arte, M. N. (13 de agosto de 2020). www.munal.mx. Obtenido de www.munal.mx.

Durant, W. (1978). Historia de la filosofía. México: Diana.

Heidegger, M. (1990). Identidad y diferencia. Barcelona: Anthropos.

Stewart, A. (1976). Year of the cat. England.

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“pálido.deluz”, año 10, número 120, "Educación en la segunda década del siglo XXI", es una publicación mensual digital editada por Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández,calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México, C.P. 11420, Tel. (55) 5341-1097, https://palido.deluz.com.mx/ Editor responsable Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández. ISSN 2594-0597. Responsables de la última actualización de éste número Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, CDMX, C.P. 11420, fecha de la última modificación agosto 2020
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