La realidad pandémica ha generado una nueva escuela; nueva en estructura y funcionamiento.
Los actores institucionales: educadores, alumnos y familias han modificado sustancialmente sus roles y sus espacios. Ahora los espacios son virtuales, en los hogares, no en las aulas ni en los patios….
Los actores son nominalmente los mismos, pero sus roles y funciones han cambiado en mayor o menor medida.
La tríada: planificación, acción, evaluación, se modificó en su secuencia y contenido.
Cada rol, en sus específicas funciones y tareas, alternó fuertemente pasando de los pedidos habituales a las demandas, y de las evaluaciones a las ayudas.
Esto se observa claramente en el vínculo entre directivos y docentes. Las guías ideológicas y de continencia adquirieron tanto protagonismo como la necesidad operativa.
Se actúa sobre una “cierta” realidad con una “actitud de descubrimiento” procesando información, criticando la teoría, desordenando el orden”, en términos de Carlos Altschul *.
El aula presencial, con dificultad, se reemplaza por el aula virtual.
El aislamiento físico, obviamente, produjo aislamiento socioemocional y sobrecarga en lo intelectual cognitivo.
Encuestas realizadas en ámbitos escolares diversos: públicos, privados, todos los Niveles educativos (Inicial, Primario, Secundario), urbanos y suburbanos muestran valoraciones similares por parte de los actores involucrados.
- El hábitat muestra una mayor exposición y la pérdida de la privacidad que ofrece el aula;
- El vínculo propone más o menos contactos, pero distintos;
- Recursos tecnológicos relativa disponibilidad, según las características de cada institución, e
- Intrusión de los adultos familiares
La familia se empoderó al ser hospitalaria; la escuela se empobreció al ser huésped. Era esperable una diferente distribución del poder. La escuela, en gran medida unifica. El hogar diferencia mostrando, de alguna manera, las posesiones y las carencias. El paso del tiempo dará cuenta de la medida en que crecieron los acercamientos o enfrentamientos entre padres y educadores.
Está claro, también, que el acento está puesto más en la instrucción que en la
Educación, aunque sea difícil separar estos dos aspectos y más en lo interpersonal que en lo grupal.
Los cambios de la escuela pandémica no fueron ni son producto de un
proyecto programado en busca de una educación de mayor calidad. Son cambios precipitados, improvisados, en gran medida por las urgencias.
Hasta aquí, lo rescatable es que había mucho para cambiar, pero cambiaba poco o muy lentamente. Los cambios eran, en su mayoría, superficiales, cosméticos.
De pronto hubo que cambiar, rápido y forzosamente, casi todo.
Esta obligatoriedad trajo de positivo el sí o sí… el no poder no cambiar y, de negativo, la urgencia, la improvisación, las realidades socioeconómicas, geográficas, los niveles educativos diversos y, por ende, la edad de los alumnos y la dispar formación profesional de los educadores.
En sus intervenciones, los docentes debieron centrarse prioritariamente en sus proyectos.
- Definir metas y objetivos pertinentes;
- Proyectar dispositivos nuevos;
- Evaluar y reproyectar los mismos, y
- Sostener nuevas dificultades
Necesariamente, las escuelas y sus actores tuvieron que salir de un orden instituido, iniciando un proceso de cambio. Estos dos funcionamientos, que podríamos considerar de gesta y reclusión, se aceleraron.
Para los alumnos niños y jóvenes, la institución escuela puede ser vivida como un lugar de encierro o libertad, dependiendo de muchos factores, entre otros, edad, personalidad, realidad de vida, características de cada institución.
No obstante, en esta pandemia que el mundo está viviendo hoy, vuelve a mi memoria el concepto de “encerrona trágica” de uno de mis maestros más admirados, Fernando Ulloa. Él se refería a la encerrona como “una situación en la que alguien depende forzosamente de un maltrato o destrato, negándolo como sujeto.
En ese caso, se provoca un dolor psíquico que se diferencia de la angustia porque no tiene momentos alternativos, hay poca esperanza de “un cambio inmediato.”
La imposición anula naturalmente las opciones.
Con relación a los niños, es clara la realidad contradictoria: pasar del “no quiero ir a la escuela” al “no quiero quedarme encerrado en casa”.
La universalidad de la situación pandémica aporta algo positivo y es el hecho de que es para todos, más allá de las diferencias de edades, recursos económicos, hábitats y estructuras familiares.
El que nadie pueda ir a la escuela, anula las diferencias entre los que quieran ir o no.
Esta crisis nos ha llevado a una mirada y una escucha diferentes, menos guionadas. Los guiones habituales no sirven demasiado para analizar una situación tan inesperada como desconocida y esto mismo se observa en los epidemiólogos especialistas que avanzan hipótesis nuevas cada día en pleno proceso de investigación.
El panorama es complejo, pero la confusión, la ignorancia, al mismo tiempo que nos cancelan nos liberan. Una liberación comprometida en el sentido de que acarrea miedos, angustias, fantasías que, de alguna manera, hay que resolver.
Al no tener conocimientos previos sobre una situación, se hace necesario elaborar, de manera urgente, una trama nueva que brinde sostén a muchos puntos ciegos a trabajar. En el momento actual, más que nunca, se trata de poner la mirada en la esencia social y afectiva, tanto como en la informativa de la comunicación.
Se impone que, más allá del desarrollo de las clases, los espacios virtuales generen interacción entre los compañeros y con los docentes; algo muy similar a lo que sucede en los momentos iniciales de cada ciclo lectivo: caos, confusión, pedidos de información, euforia, dudas, inseguridad, ansiedades, a los que en este partícular momento hay que sumar miedo ante la enfermedad y la muerte.
El desafío para los educadores hoy es aceptar y coordinar el caos para el cual no hubo planificación.
Los guiones o discursos habituales han entrado en conflicto. El pasado pierde vigencia y el presente es confuso, lo que dificulta la previsión del futuro. Importa más saber desapegarse y reemplazar que apropiarse y conservar.
Los actores institucionales no cambiaron, son los alumnos, los padres y los educadores. Los ámbitos son diversos y hay otras subjetividades.
Es fundamental, pues, reflexionar sobre la importancia de no eliminar las tensiones lógicas, sino aprender a coordinarlas camino, tal vez, a una nueva cultura grupal que supere la escuela fragmentada entre lo individual y lo grupal; lo manifiesto y lo latente; la información y la formación.
En esta ocasión, los educadores están siendo a la vez sujetos y objetos de la transformación.
El fluir de esta vida líquida y pandémica se tornó, de por sí, desafiante. Vendrán nuevos vínculos, nuevos tiempos y espacios y también, la revisión de representaciones previas. La liquidez es vertiginosa y puede tanto inundar, destruir, como nutrir y reverdecer.
El hecho es que, finalmente, sin planificación previa estamos ante una nueva forma de vida y una educación escolar distinta.
*Altschul, Carlos “Estar de paso” Ed.Granica, Bs As.