Ellos ya no hablan, no se les escucha decir alguna palabra que resuene alto.
Ya no hablan de lo que sus ojos ven, porque están nublados por una desesperanza.
Ya no hablan de lo que sus oídos oyen, porque solo escuchan falsedades y la verdad fue silenciada.
No hablan de lo que su gusto experimenta porque ya la comida es escasa.
No hablan de lo que tocan porque sienten que ya nada les pertenece.
No hablan de lo que piensan porque todas sus ideas y creencias son el resultado de una manipulación.
Entonces me pregunto ¿quién hablará por ellos?
¿Quién les dirá que todo lo que sus ojos ven y aprecian es suyo y deben cuidarlo?
¿Quién les dirá que aquel viento que se escucha soplar, a los pájaros que se escuchan entre los árboles, el sonido del agua recorriendo las veredas, es parte de ellos?
¿Quién les dirá que aquello que siembran y cosechan es tan sagrado como la tierra que sus manos recias tocan?
¿Quién se atrevería a decirles que aquellas ideas y creencias tienen una gran verdad guardada?
¿Quién?
Esta reflexión es para todas y todos aquellos que han sido silenciados por exigir un mundo mejor, y hoy ya no se escuchan.
Pero también por los que luchan por una educación que transforma poco a poco a las sociedades.
Y por todos aquellos que hacen pequeños y grandes actos en pro de la paz y el entendimiento.
Por todos aquellos que van repartiendo granos de esperanza a donde van.
Ojalá que aquellos que estamos dedicando parte de nuestra vida a la educación entendamos que tenemos grandes herramientas para aportar y construir aquello que no nos permite crecer individualmente y socialmente.