Templo de mi infancia,
con sus playas asomadas
en las puertas y ventanas
y ¡ese mar!, que es para mí
todos los mares del mundo,
que me convirtió en un gran pez
y al mismo tiempo, fui un papagayo.
Esa tierra siempre me espera,
a ella viaja esta alma, tan solo
por un cálido abrazo de sal y arena.
En cuanto llego,
mis ojos buscan ansiosos
lo ya visto, lo vivido, y lo nuevo.
El corazón se alegra con
remembranzas y la brisa
aligera la nostalgia.
Las plantas de mis pies
con raíces de Guerrero,
avanzan por sus litorales
hasta besar al seductor
espectáculo de sus atardeceres
(tiempo suspendido en el tiempo,
cargado de mis más
profundos secretos)
Pero ¿cuántas veces
me solté de la mano del ocaso
para reconocerme en
las radiaciones estelares,
de la luna y otras luces azules?
El próximo mes
iré de regreso,
para recodificar mi ser
con su tibia lluvia,
y ser ola y ser océano,
para que el viento
sacuda mis brazos de palmera.
Que me broten flores
y con ellas semillas
y frutos de exóticos sabores.