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Jueves, Abril 18, 2024

La atmósfera del relato 

 

En el lenguaje cotidiano de muchos de nosotros, se hace presente la palabra “relato”, la cual utilizamos para muchas cosas y le damos distintos sentidos, dependiendo del lugar y contexto en que la empleamos. Pero ¿Qué es un relato? El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española nos ofrece dos acepciones, la primera nos advierte que es un “Cuento o narración de carácter literario, generalmente breve”, la segunda nos refiere que es la “Acción de relatar un acontecimiento de palabra o por escrito”. Las siguientes líneas se sostienen en esta segunda posibilidad y tiene como objetivo atisbar algunas ideas, opiniones y “relatos”, producto de intercambios compartidos con colegas educadoras y educadores que han tenido como telón de fondo, la situación educativa que compartimos a raíz de la aparición del virus SARS CoV- 2 (Covid-19).

Como todo relato, tiene un inicio y este es una conversación con una colega investigadora del Departamento de Investigaciones Educativas (DIE), donde se argumentó un hecho que me pareció rotundo y contundente, pero que a la vez me infringió estupor y, por qué no decirlo, un gran sobresalto; la frase fue la siguiente: La educación a través de las plataformas virtuales, llegó para quedarse. Afirmación inquietante y perturbadora por lo que implica y por las consecuencias que puede traer consigo en el proceso educativo y en los sujetos que intervienen en él.

Por supuesto, las preguntas no se hicieron esperar y se vislumbraron como indispensables y necesarias para tratar de arribar a una mejor comprensión del fenómeno educativo y de su inscripción en el contexto de emergencia sanitaria por el que atravesamos hoy en día. En efecto, cómo pensar los procesos educativos en el contexto de una pandemia, ha sido uno de los temas que en los últimos meses ha ocupado una gran cantidad de tinta y cientos de hojas escritas, donde se han conjugado distintos entendimientos de la situación y diversas expresiones que tratan de clarificar el problema y ofrecer alguna posible solución.

En el terreno educativo, la atmósfera se ha inundado de un gran número de discursos, ideas, opiniones e imágenes, donde académicos, autoridades, políticos, estudiantes, docentes, madres y padres de familia, han expresado su sentir y su lectura sobre cómo debemos educar en este momento histórico. Es innegable que la pregunta es lícita e inexcusable en los tiempos que vivimos, pero su respuesta no se vislumbra ni sencilla ni inmediata, debido a las múltiples razones y circunstancias en las que cada uno de nosotros se relaciona con los procesos educativos. No obstante, hoy en día el docente está llamado –con mayor celeridad y prontitud– a generar una intervención pedagógica teniendo como medio de interacción e intercambio con los estudiantes, las plataformas digitales y la imagen de televisión, con todas sus implicaciones.

En este marco, trataré de esbozar algunas ideas sueltas, reflexiones incompletas y opiniones sin madurar, las cuales buscan enriquecer el debate y la reflexión al interior del gremio de educadores y no educadores que se vinculan de manera directa e indirecta a los procesos educativos, mismos que han encontrado en la Revista Pálido.de luz, la atmósfera propicia para publicar su sentir y pensar sobre la educación y sobre muchos de los temas y problemas que gravitan a su alrededor.

Que mejor ocasión también, ahora que Pálido punto de luz cumple diez años de estar con nosotros y de ser uno de los canales de comunicación e intercambio entre colegas educadores, especialistas y académicos que se interesan por el fenómeno educativo, la sociedad y el medio ambiente, donde el elemento medular se consagra en lo humano, que en última instancia es el punto de partida y llegada para cualquier propuesta y proyecto que busque construir un mundo mejor para todas y todos nosotros.

Este relato también es producto de una reciente conversación con una colega periodista que se interesa por la educación, con quien intercambié sobre algunos de los retos que tienen los docentes ahora que iniciarían las clases en el nivel básico y medio superior, a los cuales se les unirían los docentes de educación superior el día 21 de septiembre. Nuestra conversación giró en torno a los principales desafíos que enfrentan los docentes, mismos que ubico en el terreno de lo personal, lo sensible, lo humano, lo próximo al estudiante y a los padres y madres de familia; quienes hoy en día deben “gestionar” y acompañar en casa, los procesos educativos de sus hijas e hijos, tal como se ciñe en los preceptos educativos enmarcados en la disposición oficial de “Aprender en Casa II”.

Asimismo, juzgo que este ha sido uno de los temas poco citados en los diferentes análisis que se hacen de la situación educativa en la que vivimos, en la medida que muchos de ellos se han volcado a tratar de identificar, de manera puntual, las formas y roles en que debe asumir el docente su actividad pedagógica en un contexto digital, así como en las estrategias didácticas con las que debemos trabajar con nuestros estudiantes, a fin de alcanzar los objetivos de aprendizaje esperados. En otras palabras, su punto de inflexión se enmarca en cómo los docentes debemos de arribar a una “alfabetización digital” que nos permita asumir con mayores posibilidades de acción y logro, nuestra labor pedagógica, pero donde con demasiada frecuencia, se deja fuera lo que el docente piensa, siente y desea al respecto.

Es claro y pocos estarían en desacuerdo que la situación de emergencia sanitaria a nivel mundial y los estragos ocasionados por la aparición del Covid-19, han trastocado toda nuestra existencia, han puesto al descubierto parte de nuestra vida familiar y han hecho visible las formas de organización de la misma, donde hemos tenido que definir nuevos mecanismos para la proximidad entre nosotros y con los seres con quienes habitamos, no sin pocas complicaciones y constantes tensiones. Esto es, sin duda, una cuestión inédita de la que hemos tenido que aprender en el proceso mismo de incorporarnos en ella y donde, de manera escasa, hemos podido encontrar momentos de reflexión y análisis ­– individual y colectivos– sobre nosotros mismos y sobre la condición social y personal en la que debemos desarrollar nuestra labor educativa. De ahí que son constantes las voces de docentes que claman situaciones de cansancio, de imposibilidad, y muchas de ellas de frustración y hartazgo, porque no logran adaptarse a una situación para la cual no fueron formados ni mucho menos experimentado a lo largo de su vida profesional y académica vinculada a la docencia.

Es en este contexto donde se ostenta uno de los principales retos para quienes ejercemos la docencia y es seguir motivados para realizar la importante labor educativa que desempeñamos en la sociedad; es imprescindible fortalecer nuestro interés y gusto por la educación, a fin de proyectar un sentido de esperanza y posibilidad en las acciones y trabajos que llevemos acabo con nuestros estudiantes y con el conjunto de colegas docentes. La motivación personal será un importante punto de partida que nos ayude a poner en diálogo y discusión, los costos que traerá consigo esta pandemia, ya que aún no podemos vislumbrarlos en el horizonte, pero será esta motivación, una bocanada de aire fresco que nos ayude a pensar lo educativo desde otras premisas y a reflexionar sobre nuestra acción pedagógica con otros objetivos.

Un segundo aspecto en este conjunto de desafíos, lo ubico sobre las cosas que el docente debe “aprender a marchas forzadas”, entre ellas, por ejemplo, una gran cantidad de conocimientos y habilidades técnicas, lenguajes y procedimientos, lo que hoy en día suele llamarse una “alfabetización digital”, con la que debe emprender y desarrollar procesos educativos cargados de humanidad. Esto sin lugar a dudas, se constituye en una aventura compleja y no fácil de sortear, dado el contexto de múltiples incertidumbres, donde el docente debe incorporar a su lenguaje y práctica, términos que anteriormente le eran ajenos o que solo formaban parte de la comprensión de quienes le apoyaban con todos los asuntos relacionados a la “computadora”, en sus centros de trabajo.

Lo anterior sugiere también trabajar en la construcción de canales de comunicación e intercambio con nuestros estudiantes donde esté impregnado lo sensible, lo humano, lo fraternal, a fin de no permitir que la educación se convierta en un proceso de intercambio mecánico, frío y neutro, en el que el docente solo se limite a dejar una “tarea”, a lanzar una instrucción para que el estudiante responda. ¿Cómo hacerlo? No sé todavía y aún no hemos construido esos canales, ni muchos menos el medio digital nos ayuda para explorar algunas posibles respuestas, pero de lo que estoy completamente convencido, es que debemos intentarlo.

En este nutrido intercambio con mis colegas y producto de la lectura de trabajos vinculados al tema, tales como la Edición Especial 59 de la Revista Proceso (junio, 2020), titulada “Hacia el futuro poscovid ¿Qué más cambiará?”, así como de escritos literarios publicados por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM); emergió el cuestionamiento sobre cómo debía cambiar el desempeño del docente para afrontar los retos que le deparaba el ejercicio de la docencia. Ante esto, quizá la pregunta no esté precisada con puntualidad, ya que advierto que el problema no es de desempeño, sino más bien, sobre las condiciones en las que lleva a cabo su labor educativa, donde la mayoría de los procesos digitales y medios electrónicos, le son ajenos. Y donde, se faltaría a la verdad, si no se reconoce y admite que hoy en día el profesor trabaja más horas y tiene muchas más tareas a realizar que cuando desarrollaba su labor educativa en lo presencial.

Ahora bien, podemos aceptar que el docente tiene que poner una mayor atención en ciertos aspectos del proceso educativo, sí, por ejemplo, ser más sensible y empático con las realidades socioculturales y económicas de sus estudiantes, aunque claramente, no depende de él, pero como ha sido evidente y se ha develado, son completamente disímiles y muchas veces, inequitativas. Esto nos vuelve a reiterar: “No tratar igual a los desiguales”, pero esto se complica mucho más en este momento, porque los “desiguales” están del otro lado de la pantalla y pocos espacios de interacción podemos desarrollar con ellos, de ahí la necesidad de que el docente haga presente este tipo de diferencias a la hora de generar las actividades pedagógicas, en el nivel educativo de que se trate.

Siguiendo con el relato y de forma paralela al intercambio con mi colega periodista, conversé con una especialista en comunicación educativa, con quien el punto de discusión era si debíamos o no pedir a los estudiantes que prendieran su cámara en las sesiones de clases virtuales; ella con gran atino y amplio conocimiento, argumentaba sobre la situación de invasión que se ejerce sobre ellos, por el hecho de “entrar” a sus casas, donde algunos no desean mostrar sus condiciones de vida familiar ni las condiciones físicas y materiales que manifiesta su hogar. En efecto, este es un asunto que no podemos desconocer ni obviar al momento de estar frente a la docencia, sin embargo, también es cierto que el mirarse, el estar cara a cara, aunque sea a través de la pantalla, le puede incorporar a la docencia un cierto y mínimo rasgo de humanidad. Aquí es donde se aduce que debemos humanizar los procesos educativos, para no hablarle únicamente a un monitor que solo muestra un nombre y un apellido en ocasiones, sin que haya una evidencia mínima de que, al interior de ese destello de letras blancas sobre un fondo negro, exista un ser humano.

El otorgarle un nuevo sentido a las actividades y contenidos educativos será también uno de los desafíos mayores que tendremos en puerta quienes nos dedicamos a la docencia, pero también aquellos actores sociales que participan en este proceso: estudiantes, madres y padres de familia y autoridades. La historia ha sido contundente en este sentido, nunca saldrá nada positivo de una simulación y, no podemos simular que trabajamos o que buscamos desarrollar acciones pedagógicas, sí hoy en día, no le damos un nuevo sentido y significado a lo que hacemos ni a lo que deseamos comunicar y construir conjuntamente con nuestros estudiantes.

La pregunta apremiante para tal desafío es si estamos preparados los docentes, padres, madres, autoridades y estudiantes para ello. La respuesta es inminente, no. Lo inédito de la situación y la complejidad de su configuración nos ha limitado a efectuar las lecturas adecuadas sobre lo que acontece y sobre las formas en que impacta nuestras vidas en la llamada “Nueva Normalidad”. Al tiempo que en los medios de comunicación y más aún, en las redes sociales, circula un tipo de mensajes e información donde prevalece la confusión, el miedo y la incertidumbre, por encima de una explicación y análisis adecuado, veraz y científico, respecto a la situación que vivimos y sobre las múltiples consecuencias que ocurrirán en el presente inmediato, así como en el mediano y largo plazos. En pocas palabras, será primordial contar con información que permita reflexionar y delinear cómo será nuestra vida, como serán nuestras relaciones personales, familiares y comunitarias en un momento pospandemia y cómo ejerceremos la docencia en la era poscoronavirus.

Asimismo, no estamos preparados porque la mayoría de los que ejercemos la docencia fuimos formados o adquirimos las competencias docentes, a través de experiencias de trabajo en lo presencial. La presencialidad fue lo que caracterizó nuestra práctica y ahora incorporarnos a este ejercicio desde una perspectiva digital, demandará como se ha señalado, nuevas competencias y habilidades que debemos desarrollar de forma paralela a nuestra práctica docente, teniendo siempre la posibilidad de que esto no ocurra, resultado de procesos de resistencia, tensión, agobio y limitaciones que muchos de nosotros manifestamos en la actualidad.

El problema se agrava aún más, porque la vinculación con los estudiantes a través de las plataformas digitales es casi una realidad para los meses por venir, y quizá para los siguientes años dentro del Sistema Educativo Nacional, así como también será una “Nueva Normalidad” para muchos de los padres y madres de familia que en la actualidad trabajan desde casa (Home Office). Los datos son reveladores para el caso de la plataforma Zoom, comúnmente utilizada por los docentes en las sesiones virtuales de clases y para las reuniones laborales, al respecto se aduce que: “El número de participantes a reuniones virtuales que usaron [y usan] esa aplicación pasó de 10 millones en diciembre de 2019 a 300 millones en abril de 2020. Un crecimiento del 3000%. Por su parte, Gardner Inc –experta en investigación sobre tecnologías de la información– revela que a nivel internacional 74% de las empresas que recurrieron al home office tienen la intención de seguir haciéndolo” (Revista Proceso no. 59, Edición Especial, junio 2020).

Eventualmente será necesario generar procesos de reflexión y análisis sobre los roles que se llevan a cabo al interior de los hogares, donde debemos partir del principio, que como sujetos sociales no estamos acostumbrados a existir en permanente resguardo y aislamiento, esto debe ser una condición que necesariamente debe formar parte del debate sobre cómo llevar a cabo el trabajo educativo desde casa. Aunado a esto, será primordial incrementar nuestra comprensión sobre lo que significa una educación a distancia de aquello que refiere a una educación digital, que a todas luces no pueden manejarse como sinónimos, por sus implicaciones y por los puntos de llegada a los que pretende arribar.

 

¿Hacia dónde caminar?

Ante el inminente desquebrajamiento de lo que habían sido el desarrollo de procesos educativos en nuestras vidas, es claro que nuevos referentes se incorporan al ámbito pedagógico, donde resulta crucial volver a analizar algunas de las ideas y conceptos que parecía que teníamos claros, pero que han quedado limitadas para dar cuenta de la condición social y educativa en las que nos encontramos. En este sentido, será indispensable volver a revisar, por ejemplo, ¿qué es hoy en día educación?, ¿qué objetivos debe perseguir este proceso? ¿dónde y cómo realizar el fenómeno educativo?, solo por mencionar algunas. Esto a la luz de una emergencia sanitaria y donde la prevalencia de la vida se coloca como una premisa de primer orden por encima de muchos de los procesos sociales que hemos desarrollado a lo largo de nuestra existencia. Indispensable también preguntarnos y debatir sobre lo que creemos que es el aprendizaje y las condiciones materiales, pedagógicas y afectivas a desarrollar para que este proceso se alcance con nuestros estudiantes y donde se manifieste con mayor fuerza la dimensión humana.

Es de dominio común la aseveración de que las crisis son momentos de enorme inestabilidad y gran incertidumbre para los individuos, pero también se afirma que son procesos esenciales para dar un giro de timón sobre lo que hemos desarrollado; son momentos propicios para mirar hacia otros puntos que anteriormente no tenían significado ni interés para nosotros. De ahí la necesidad de volver a dotar de nuevo contenido aquellas palabras que forman parte de nuestro lenguaje cotidiano en el ejercicio de la docencia, pero que hoy en día exigen otros significados, es decir, cobijar con nuevos referentes los términos que han sido “vaciados” de sentido, y con las cuales podamos enfrentar el gran reto de la educación.

Por consiguiente, este nuevo momento también nos obliga a debatir y valorar las consecuencias que ha tenido la acción de trasladar la “escuela” a la sala del hogar, a la cocina o al patio de la casa; y sobre todo, sus implicaciones en el futuro educativo de estudiantes y profesores, así como en las dinámicas familiares, sociales y personales de quienes habitamos esos espacios.

En esta valoración será imprescindible revisar los resultados que traerá consigo la falta de interacción social; la ausencia de contacto personal con los otros en el proceso educativo y en los procesos de aprendizajes. Esto resulta primordial porque ha sido claro, para muchos de nosotros que el estar frente al otro-otros –estudiantes y profesores–, ha sido el motor para que hayamos aprendido algo en la vida que nunca se nos ha olvidado; o que, gracias a la presencialidad, hemos tenido experiencias educativas que han marcado nuestras vidas. Esta revisión será otra de las acciones nodales que nos ayude a robustecer el debate sobre la situación pedagógica y sobre la proyección que debemos impregnar a los procesos educativos donde quiera que estos se desarrollen, de manera particular, en el contexto de la emergencia sanitaria, que ha obligado a que los estudiantes estén en casa y que el único medio de comunicación con el profesor sea un dispositivo digital, sin la menor interacción física ni personal.

En suma, este relato no busca ser un decálogo del “deber ser” del docente, así como tampoco ni de madres y padres de familia, ni mucho menos de los estudiantes, su objetivo es simple pero cargado de significatividad para quienes nos hemos decidido por una vida profesional cercana a la docencia. Esta es una visión que he compartido con otros (https://www.facebook.com/watch/?v=765631227544201). Es, ante todo, un relato que invita a compartir nuestros entendimientos y múltiples sentires sobre la situación educativa que enfrentamos, a fin de reducir nuestra ansiedad e incertidumbre sobre el futuro inmediato.

Es, por otra parte, un relato y un pre-texto para hacer un amplio reconocimiento a la labor comunicativa y pedagógica que ha cumplido Pálido.de luz en sus diez años de existencia, la cual en la persona, generosidad y trabajo de mis queridos amigos y colegas Rafael Tonatiuh y Armando, solo ha sido posible. Así, la iniciativa pensada hace algunos años, hoy en día y en cada aparición de la revista, da sus frutos, ya que alberga un amplio repositorio de materiales, artículos, reseñas, ensayos y experiencias que son de lectura obligada para quienes piensan lo educativo, la sociedad y el medio ambiente, desde distintas coordenadas.

El escenario es vigente, la pandemia se ha hecho presente y los procesos educativos han comenzado en los hogares, iniciemos la conversación, ya que siempre quedará la pregunta en nosotros, si lo pudimos hacer diferente… ese, sin duda, será un cuestionamiento que acompañe y vigorice el análisis sobre nuestro momento histórico y sobre nuestras posibilidades para incidir en él de manera positiva, desde el campo educativo.

 

Véase: https://portalweb.uacm.edu.mx/uacm/Portals/23/cartelera/CARTELERA%202020/Cronicas_ganadoras_7ma.semana.pdf

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Sacapuntas

Rafael Fernández de Castro

El timbre de las 8

Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández

Mentes Peligrosas

Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández

Sentido Común

Hernán Sorhuet Gelós

Deserciones

Sala de maestros

Sub Comandante Marcos
José de Jesús González Almaguer y Norma Olivia Matus Hernández

Tarea

Joan Manuel Serrat
Enrique Santos Discépolo
Emilio Gómez Ozuna
Melody A. Guillén
“pálido.deluz”, año 10, número 120, "Educación en la segunda década del siglo XXI", es una publicación mensual digital editada por Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández,calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México, C.P. 11420, Tel. (55) 5341-1097, https://palido.deluz.com.mx/ Editor responsable Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández. ISSN 2594-0597. Responsables de la última actualización de éste número Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, CDMX, C.P. 11420, fecha de la última modificación agosto 2020
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