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Jueves, Noviembre 07, 2024

( Onceava Generación)

 

Nunca te quedes en el cerro cuando anochezca, decía la abuela cada día antes de que me dirigiera a ayudarle a mi abuelo en el trabajo. La verdad es que yo no tenía miedo. Conocía todos los caminos, los arroyos, las peñas. Sabía cómo cuidarme de los animales peligrosos y la manera de evitarlos. 

Dicen que tiene los pies al revés, sus huellas despistan a quien se atreve a seguirle el rastro. En lo más oscuro del monte se escucha su largo grito que hace callar todos los sonidos. Pude oír aquel alarido al caer la tarde algunas veces. Parecía lejano, así que no me dejé llevar por el temor y me encaminé a la casa lo más tranquilamente que pude, tratando de convencerme de que todo estaba bien y que aquello que merodeaba en la espesura era únicamente un animal como los otros, quizá menos común, pero para nada como la gente contaba. 

El abuelo cayó enfermo, la temporada de lluvias había llegado y sus viejos huesos no le permitían moverse del todo bien. Cada estación lluviosa yo notaba la forma en la que se deterioraba, la humedad lo entumía, era como si alguien hubiera atado con mecates sus extremidades impidiéndole caminar. 

Apenas clareaba salía del jacal que compartía con los abuelos. Yo mismo había decidido vivir con ellos pues no tenían compañía y la casa de mis padres estaba al menos a treinta minutos de ahí.

Una tarde, ya casi a la hora en la que solía regresar escuché el grito del ser desconocido más cerca. La imprudencia hizo que en vez de dirigirme al jacal en el que vivía fuera en dirección del extraño sonido. Avancé por lo menos quince minutos antes de que volviera a escucharlo, y todavía tuve que andar aproximadamente doscientos metros entre la vegetación para contemplar al responsable. 

En medio de un gran cafetal que no había visto antes, lo encontré. No era muy alto. Llevaba un cayado como el que usan los pastores. Sólo usaba un taparrabos. Su cabello era del color de las cerezas del café, que él no dejaba de comer. Cuando se percató de mi presencia su mirada ámbar pareció traspasarme. No pude moverme y sin embargo, no tenía miedo. 

Antes de alejarse lanzó un grito que silenció a toda la sierra y se fue rápidamente, como si no hubiera obstáculos en su camino. No les conté nada a mis abuelos, temía que me impidieran ir a esa parte del monte o peor todavía, que no me dejaran salir. 

Cada mañana me dirigía hacía el cafetal y esperaba a que apareciera. Él llegó casi todos los días y se alimentó con cerezas de café. Dejó de emitir aquella especie de aullido y antes de alejarse comenzó a sonreírme.

Yo decidí acercarme y me llevé una sorpresa, ya que no sólo no escapó sino que su olor, que yo esperaba que fuera como el de los animales ferales, era el del café recién tostado. Un aroma penetrante igual que el que llenaba las casas cuando se guardaban los costales en el tapanco. 

Me contó algunos secretos del monte y de sus habitantes. Hablaba de manera pausada. Durante días compartimos ese lugar y comimos cerezas de café. Me costó un poco acostumbrarme a su sabor pero terminaron gustándome. Yo me sentía despierto, con la mente clara. Podía percibir el canto de las aves con precisión y los olores de los animales que se escondían en la espesura. El trabajo de la tierra no me representa esfuerzo alguno, hacía en una jornada lo que antes me llevaba la semana entera. 

Una tarde aquel ser me pidió que lo acompañara. Corrí tras él librando peñas y arroyos. Cuando se detuvo, estábamos en la orilla de un voladero desde donde podía verse la sierra interminable. Miré cómo se alejó dando saltos con aquellos pies maravillosos hasta perderse muy abajo entre los árboles. 

Me quedé solo cada tarde en el cafetal. Esperé su regreso sabiendo que no sucedería. En la casa de los abuelos me sentía encerrado y buscaba cualquier pretexto para permanecer fuera y perderme en la montaña. Sé que notaban algo distinto en mí. Me espiaban creyendo que no me daba cuenta. Mencionaron que mi aspecto era distinto y también mi olor. 

***

Salgo cuando el sol aún no aparece y regreso cuando ya se ha ido. Los huaraches comienzan a molestarme y apenas me alejo de la casa me los quito y corro por el monte con la certeza de que nadie podrá seguir mis huellas, que parecen acercarse cuando me alejo.

 

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“pálido.deluz”, año 10, número 139, "Número 139. Educación ambiental: 30 años de formación y experiencias en un posgrado. (Abril, 2022)", es una publicación mensual digital editada por Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández,calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México, C.P. 11420, Tel. (55) 5341-1097, https://palido.deluz.com.mx/ Editor responsable Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández. ISSN 2594-0597. Responsables de la última actualización de éste número Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, CDMX, C.P. 11420, fecha de la última modificación agosto 2020
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