La Maestría en Educación Ambiental ha significado para mí, varias cosas. En principio, una oportunidad de crecimiento personal y profesional que por la que valió la pena dejar la experiencia de la escuela rural. Como estudiante, ese crecimiento se vio vehiculado a través del constante reto de la disciplina y de la apertura a formas complejas de pensar y dialogar, sin duda herramientas para abrir nuevas puertas y recorrer caminos antes no imaginados.
La conclusión de la tesis ha sido quizá el propósito más difícil de consolidar, pero uno de los más fértiles. Como profesora del programa desde hace casi 25 años, encuentro en él un pilar de mi ejercicio profesional, tanto en mi paso por la administración pública, como en la más extendida labor formativa en el nivel superior, especialmente en la formación de profesionales de la educación. La ampliación del horizonte pasa, indudablemente por el diálogo académico en torno a la crisis ambiental, la educación ambiental. Gracias a las y los estudiantes, ese diálogo es parte de mi día a día, ya sea con fines de diseñar, desarrollar y evaluar un curso, ya sea durante el acompañamiento en la elaboración de tesis, ya sea en la escritura de ponencias para congresos nacionales e internacionales. Mi gratitud y felicitaciones a esta maestría en su 30 aniversario.