Alfredo Villegas Ortega
Quinta Generación
Oh, ¿dónde has estado, mi hijo de ojos azules?
Oh, ¿dónde has estado, mi querido jovencito?
He tropezado con la ladera de doce montañas con niebla.
He caminado y me he arrastrado por seis carreteras retorcidas.
He pisado en el medio de siete bosques tristes.
He estado fuera, delante de una docena de océanos muertos.
Me he adentrado diez mil millas en la boca de un cementerio.
Y va a ser fuerte, y va a ser fuerte, la lluvia que va a caer
Bob Dylan/ A hard rain’s is gonna fall
Llegué a la educación ambiental por accidente, en el sentido más aristotélico que se pueda concebir. Ese accidente, por otra parte fue propiciado por una de las personas que mucho ha influido en mi vida. Resulta que ‘necesitaba’ hacer un posgrado para tener mejores argumentos y certificación académica y crecer en el ámbito profesional. Después de experimentar por terrenos ajenos al magisterio, de pronto, recordé que mi esencia era el magisterio. Acudí a la UPN, Unidad 096 Norte en la que había dado clases a fines de los años ochenta. Me entrevisté con mis excompañeros y me aseguraron que tendría un lugar para cursar la maestría en Gestión Escolar. No era, para mí, algo que resultara muy atractivo, pero cubría mis expectativas pues, finalmente, se inscribía en el ámbito educativo y me permitía, eventualmente, obtener el grado y aspirar a otras expectativas dentro del magisterio.
En esas estaba, cuando platiqué con esa persona que ha influido positivamente en mi vida y me dijo, más o menos así: “¿Por qué no te vienes con nosotros a estudiar la maestría en Educación Ambiental? Estoy seguro que te va a gustar”. Lo primero que me vino a la cabeza es que se trataba de un terreno lejano a mi formación previa: yo no era biólogo y ese era desde mi limitada visión, el dominio fundamental para acceder a los terrenos de la educación ambiental. Me dio algunos argumentos que me convencieron y decidí enfrentar el proceso de selección para ingresar formalmente. Lo logré y desairé la aceptación de la maestría en Gestión Escolar de la 096, no sin antes expresar una disculpa ante mis ex compañeros de trabajo.
Ingresar al mundo del ambientalismo, significó la posibilidad de insertarse en el mundo. Si me robo la idea heideggeriana, significó estar en el mundo. Tomar conciencia cabal de mis responsabilidades humanas. Mi existencia cambió, por mucho, pues de entrada pude entender que, si bien el punto de despegue es la reflexión sobre la huella ecológica que ha significado nuestro paso como sapiens en la historia, y que ello obliga a plantear qué tanto daño le hemos causado al ambiente natural, la cosa no paraba ahí; revisar el porqué de esa huella, significaba conocer y cuestionar nuestra presunta racionalidad y, por lo tanto, involucrarse en la lectura y el análisis de procesos históricos, económicos, culturales, filosóficos, sociológicos…y, desde luego, naturales.
La estructura curricular de la maestría cubría con solvencia ese horizonte, de manera que no quedara en un dominio técnico, sino más allá, en una comprensión compleja de los fenómenos ambientales y de las herramientas de pensamiento y acción para incidir en un cambio saludable a partir de la educación. Cuando fui descubriendo esto (cosa que ocurrió casi desde el principio) fui feliz porque supe que esa visión compleja tendría que dar frutos en mi formación docente y en mi trayectoria y crecimiento académico.
Una variable importante para el éxito y concreción de los objetivos de la maestría fue la calidad de su planta docente integrada por maestros y maestras cuya formación permitía cubrir atinadamente la complejidad señalada desde una visión interdisciplinaria. Así, no iba por un lado el análisis histórico y por otro el cultural, por ejemplo, sino que al reflexionar sobre alguna de las aristas de la problemática ambiental era obligado pensar o hablar de otra u otras. De otro modo quedaría un análisis reducido al ámbito ecológico, muy importante, pero insuficiente para entender un mundo que, por definición es complejo.
Las sesiones, además de fructíferas eran por lo regular un terreno para ejercitar el pensamiento y obligaba a plantear argumentos sólidos, sustentables, claros y lógicos. Eso me hizo recordar mis clases en la Facultad de Filosofía y Letras y me obligó a repensar muchas cosas.
Unos años adelante, ingresé como maestro a la Escuela Normal Superior de México y, aunque he tenido la oportunidad de ser el responsable de conducir cursos, unidades o temas explícitamente ambientales, la visión que adquirí en la Universidad Pedagógica Nacional, en esa grandiosa maestría, me ha permitido ‘mirar el mundo’, ‘estar en el mundo’ desde otra perspectiva y, por ende, incorporar frecuentemente al análisis y al debate académico una visión de la complejidad y su vinculación ambiental con buenos resultados.
La Educación Ambiental es un aprendizaje para toda la vida que ha de ayudarnos a entender mejor el mundo; que ha de significar la posibilidad de cambio desde la trinchera pedagógica; que implica esperanza fundada por un mundo diferente, vivible, sostenible, democrático, respetuoso de todos los seres vivos; una educación que nos proyecte a la reivindicación de la humanidad. La civilización, el predominio del sapiens sobre el Neanderthal ha supuesto, desde entonces -con momentos históricos específicos como la agricultura, la revolución industrial, las guerras y demás- el arraigamiento de formas de pensar y administrar la riqueza, los conocimientos y el poder desde una lógica de los más fuertes, los más ricos, los dueños y soberanos de todas las demás formas de vida, incluida la humana. Esa civilización que implica también ciencia, cultura y beneficios tecnológicos, entre otros, debe ser revisada, cuestionada y modificada: no hay horizonte posible desde la degradación, la miseria, la explotación humana indiscriminada e insostenible de los recursos naturales. No somos dueños de nada ni de nadie. Tampoco somos peones al servicio de una civilización usufrutuada por unos cuantos, a lo largo de la historia, que nos han colocado en situaciones insostenibles y aberrantes.
Pensar en otra civilización más humana y sostenible es posible. No vendrá de arriba hacia abajo. Deberá de ser horizontal o, si se quiere, de abajo hacia arriba. Un camino muy importante es la educación. Y en esta ruta, con particular empeño y posibilidades está la educación ambiental. ¿Utopía? Puede ser. Pero movámonos en ese camino y seguramente la luz empezará a aparecer con mayor claridad. Peor es cruzarse de brazos. Nuestras armas siempre tendrán que ser la razón y la esperanza: somos maestros.
Felicitaciones a quienes hicieron y hacen posible esta enorme plataforma de pensamiento y acción para los maestros de México. Gracias, Eduardo García Córdoba, Armando, José Pichardo, José Luis Silverio, Miguel Ángel Arias, Alfonso Enríquez y otros que escapan a mi memoria. Enhorabuena, Armando Meixueiro, Oswaldo Escobar Teresita Maldonado, Nancy Benítez y quienes forman parte del cuerpo académico, por un aniversario más de la Maestría en Educación Ambiental de nuestra querida Universidad Pedagógica Nacional (095) Azcapotzalco.
En lo personal, crecí y consolidé mi pensamiento. Eso no tiene precio. Gracias. Y muy particularmente a “esa persona que ha influido positivamente en mi vida”: Gracias, Dr. Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán. Gracias, amigo, gracias, Rafa, por haberme convencido y fortalecido mi esencia magisterial a partir de ese accidente hermoso de la Educación Ambiental. Eres el arquitecto de esta enorme obra.