Desde hace algunas décadas se ha destacado la importancia de la educación ambiental como respuesta a los múltiples problemas de este siglo: calentamiento global; crecimiento del agujero de la capa de ozono; contaminación en general; mutación y extinción de especies, entre otros temas. Sin embargo, pese a la realidad en que nos encontramos actualmente, esta problemática se aborda desde una perspectiva reducida al considerarla sólo como la opción más adecuada para enseñar a las nuevas generaciones a conservar y utilizar racionalmente los recursos naturales indispensables para el desarrollo humano, mientras, se intenta con poco éxito, detener los problemas ambientales y sus consecuencias.
En nuestro país, la educación ambiental se introdujo en el currículum con el Programa Nacional para la Modernización Educativa 1989 – 1994 (Terrón, 2019), donde se reformaron los planes y programas de estudio de la educación básica; sin embargo, en el caso de primaria se manifestó como un tema transversal implícito dentro de los contenidos de las Ciencias Naturales. Su presencia puede advertirse dentro de los propósitos de estas asignaturas, al buscar que los estudiantes preserven el ambiente y hagan un uso racional de los recursos naturales; anexando, en las siguientes reformas, la importancia de que conozcan el impacto ambiental de sus acciones y busquen detener el problema del cambio climático actual.
Aunque pareciera que se está apostando por una verdadera educación ambiental, en realidad todavía falta mucho por hacer, ya que ésta implica un cambio radical de perspectiva. También, dejar de reducir el concepto de ambiente a la presencia o no de recursos naturales disponibles para facilitar la vida humana o a la solución de un problema que limita sólo el desarrollo de la humanidad.
El concepto de ambiente implica una serie de entramados distintos que engloban las relaciones entre la humanidad, seres vivos, uso del espacio natural y social, ideas de desarrollo, proyecciones a futuro, entre muchas otras cuestiones. Todas ellas, repercuten en la vida del planeta en general.
Centrar la educación ambiental en la búsqueda de un desarrollo sustentable, donde se transmita un sentimiento de culpa por el uso de los recursos naturales y se proponga un estilo de vida donde se abuse de nuevos recursos naturales, por ser más “amigables” con el ambiente, no es un verdadero cambio. Sólo es una forma de aparentar que las sociedades actuales están pensando en el desarrollo del planeta y no en el beneficio egoísta del ser humano.
Debido a la variedad de relaciones que esto incluye, la educación ambiental puede trabajarse de forma transversal, de manera que no se centre sólo en la preservación y uso racional de los recursos naturales, sino que represente una nueva forma de convivencia con el medio y los seres vivos que en él se encuentran, propiciando el conocimiento de todos ellos, así como la recuperación de ideas antiguas sobre la relación que se estableció con la realidad en que se vivía. Es aprender que no debemos dejar de utilizar los recursos, sino valorar lo que es realmente necesario e incluso, transformar hábitos actuales a algunos “pasados de moda”, más eficaces porque sus repercusiones a largo plazo son mínimas.
La educación ambiental debe ser una realidad en el currículum de la educación básica de nuestro país, pensando más allá de aprender a vivir un desarrollo sustentable, para convertirlo en una educación para un futuro sustentable (Sauvé, 2002).
Fuentes de consulta:
Sauvé, L. (2002). Educación ambiental: posibilidades y limitaciones. Boletín Internacional de la UNESCO de Educación Científica, Tecnológica y Ambiental, XXVII(1-2), 1-4.
Terrón, E. (2019). Esbozo de la educación ambiental en el currículum de educación básica en México. Una revisión retrospectiva de los planes y programas de estudio. Revista Latinoamericana de Estudios Educativos (México), XLIX(1), 315-346.