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Jueves, Noviembre 07, 2024

¿Sí sabes por qué faltan camas en los hospitales de todo el mundo, verdad? …Porque esta locura del capitalismo y el pensamiento del mercado como única opción valoró los costos … así que buscó eficiencia y se decidió que lo mejor, económicamente, es que la gente entre y salga rápido del hospital. Sí, ya sé, me vas a decir que después doctoras y médicos también aconsejaron no quedarse en hospitales, porque ahí abundan virus y bacterias. Pero, en el fondo, se trató de una definición de mercado: de esa manera, una propiedad deja más dinero. Nadie preguntó por el tratamiento a seguir, por el estrés postraumático, ni por quién te cuidaría en casa o cómo hacer una rehabilitación que fuera más extensa… no me digas que no sabes quiénes van a ser los grandes ganadores después de la crisis, es muy sencillo… sigue al dinero y verás quiénes son los acumuladores; sin duda, los mismo de siempre.

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De algo me tengo que morir, ¿qué, no? … A los mexicanos no nos mata nada, somos inextinguibles… mira, mi buen, lo que no te mata te hace más fuerte… la verdad es que tengo mucho miedo, estoy cagado de miedo… si te toca, brother, aunque te quites y si no te toca, aunque te pongas…pos, sí, we, pero tú te pones en el “tocadero”… me muero de hambre o me muero por el virus; si no trabajo, ni yo, ni mi familia, comemos… esa madre del virus, solo mata gente fina… yo me curo con dióxido, aunque me digan conspiranoico… me salvé del temblor porque corrí más rápido  que otros, nomás que ‘ora no hallo pa’donde correr… si vas a venir a vernos, tráete un pomo porque aquí no hay más que ni madres de cerveza… en unos meses, nos vamos a estar contando chistes de todo esto… hay ropa que solo uso para el trabajo, nunca me ha gustado la manga larga, a’istán todas mi camisas de la oficina, planchadas y sin usar, desde que trabajo en casa …

 

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Te miras al espejo y reconoces que lo tuyo solo es cinismo. Dialogas contigo y sabes que cuentas con todos los grandes lujos. Mientras la gente sufre la pandemia, a ti no te molestan los pequeños detalles. El mar, la pérgola, el vino, la música, la mujer que deseas… si hubiera aquí algunos amigos todo te sería más divertido. Podrías contar con música en vivo, con una piscina iluminada de colores, bailarines, fuegos artificiales y algunos animales exóticos. Pero tu fiesta privada y anónima no está mal: ella tiene los ojos verdes, el sol es dorado, la mar se vuelve turquesa, el olor es de fruta joven y de costa virgen, la playa parece lánguida, el día lábil, la noche se ofrece inmadura, el mármol regala frescor, la brisa entrega una promesa… caminas solo en la arena hasta llegar a ella y su piel blanca, la abrazas, y le prometes amarla eternamente (aunque sea solo esta noche)… siempre te agradó el lujo y por ello hiciste tu fortuna. Mientras la gente pequeña muere por no tener para los detalles de su vida cotidiana, a ti no te hacen falta esas pequeñas distracciones.

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Me sentía un poco borracho, mareado. Pero, pedimos otro trago y la mesera trajo dos vodkas. Yo veía su cara y me parecía más pálida. Nunca he temido al beber con fantasmas. Puedo culpar a mis recuerdos. Al llegar a casa, bebo y sirvo dos copas. Ella es guapa y podría ser modelo. Nadie tiene más fotos de ella que yo, soy coleccionista. A veces, desaparece si veo una película. Pero regresa a mí, si abordo el autobús correcto. Algún día la encerré en mi departamento y me alcanzó en la playa en mis vacaciones, apenas entré a un bar. La noche la llama y entonces nos abrazamos. Sé que tengo fiebre cuando se entrega a mí. Me han preguntado por qué la amé, si siempre supe que me dejaría. Pero, el recuerdo de su belleza me acompaña, y me emborracha. Tengo COVID, creo que tengo fiebre.

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Si, pídele al tiempo que vuelva, que pueda abrazarte y rendirte con caricias, que pueda reconocer tu conversación, que pueda volver a ese momento de decisión donde traicioné mi orgullo, pero gané tu amor…

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Apenas nos dieron aviso del confinamiento y de hacer mi trabajo desde casa, me di cuenta de que era la ocasión para alejarme de ella. Al día siguiente, me levanté a las 5 de la mañana, tomé una ducha y preparé un termo de dos litros de café muy cargado. Dejé una nota para ella, en el refrigerador y me monté en el automóvil sin despedirme. Tomé hacia la Avenida Insurgentes y salí con rumbo a Pachuca, ahí me alcanzó el amanecer en un paraje plano y verde por las lluvias de primavera. Me serví más café al pasar la caseta de cuota y compré una torta. Más tarde, demasiado calor y demasiado sol en la carretera me obligaron a ponerme lentes oscuros y prender el aire acondicionado. Lo lamenté porque siempre me ha gustado el impacto del aire al conducir. Al llegar a Guadalajara, me detuve a comer algo. Tres llamadas y cinco mensajes de ella, en la memoria del teléfono. Al ver el registro de sus intentos, me di cuenta de que me había buscado durante sus horas de trabajo, supuse que, entre una junta de trabajo y un acuerdo con algún cliente, se había acordado de mí. Me aseguré de que no pudiera notar que había recibido sus mensajes, que supiera que ni siquiera los leí. Me encaminé a Nayarit, una lista de rock me hizo cobrar valor: Deep Purple, los Hollies, Santana, The Kinks, Chicago, Doors, los Stones, la Bruja Blanca Janis, el himno de Joan Jett, Ann Wilson …Barracuda!... Evanescence, Nightwish… casi olvidé el dolor; para mí, el paraíso es conducir eternamente, por una carretera que devoro con el pie en el acelerador, mi selección musical y el día y la noche a mi lado. Tepic no me gustó… o yo no le gusté a Tepic… el calor me aturdió, veía todo sucio, desordenado… aceleré y no me detuve hasta entrar a Mazatlán. Me sedujo el mar y la extensa costera con sus olores y el paisaje. Encontré un pequeño restaurante atendido por sus dueños: pescado zarandeado y cerveza, una guitarra, canciones de terruños y festejos, de fe y traiciones… bebí hasta caer dormido. Desperté con los rayos del sol, en una hamaca y con buen ánimo. Había apagado el teléfono, sin darme cuenta, lo prendí y había mensajes de voz de ella, ¿creería que la había dejado, finalmente? Subí al coche, pasé Elota, Culiacán, Navojoa, Obregón, paré en Guaymas porque tenía hambre, salí a Hermosillo, Santa Ana, Caborca, Sonoyta, San Luis Río Colorado, Mexicali, temí vencerme en la Rumorosa, pero me desperecé y llegué a Tijuana. Estaba lejos de ella y su embrujo, dos mil ochocientos kilómetros me tendrían a salvo de sus ojos hechiceros y su voz de encanto

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Siempre me gustó el mar, lo conocí en Puerto Vallarta cuando mi madre Eva me llevó de vacaciones a los seis años. Sin pensarlo, le dije: “Voy a ser marinero”. Pero, con el paso del tiempo, ella enfermó y decidí cuidarla, llevarla al doctor, cocinar para ella, darle medicina y su comida, bañarla, acostarla. Po eso, entré de vigilante a una bodega, la atendía todo el día y trabajaba de noche. Me casé con Norma y ella aceptó vivir con nosotros y ayudarme en el cuidado de mi madre. A los dos años, nació nuestra hija: Milagros. Le pusimos ese nombre porque siempre nos dijo el doctor que era un embarazo muy complicado. Nació a los siete meses y nos dijo que veía muy débil a la nena. Sin embargo, ella creció y al entrar a la primaria se destacó como estudiante. Ya me había convertido en Jefe de almacén y después en Jefe de logística en la planta industrial donde empecé de vigilante. Cuando vino la epidemia, nos cuidamos lo mejor que pudimos. No supimos cómo, pero Norma enfermó del virus, pasó 17 días en el hospital y murió. El mismo día que la enterramos, Milagros empezó con calentura. Una semana después, la estaba enterrando yo solo. Traté de ocultarle a mi mamá la noticia, por eso le mentí: “se fueron de vacaciones a Vallarta, parece que allá el virus no se extendió”. Me contestó: “Una madre siempre sabe”. En cuatro días, se apagó. Conté los días… veintiocho días y había perdido a mi esposa Norma, a mi hija Milagros y a mi madre Eva. No regresé a casa, le pedí a la hermana de Norma que recogiera todo y que vendiera la propiedad. Me vine a Veracruz… voy a ser marinero.

 

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De niño, cuando me enviaban a la tienda por un “mandado” me iba siempre corriendo. Todo lo hacía como si fuera una carrera, a esa edad. Recuerdo que un día descubrí como el aire me pegaba en la cara. Me encantó la sensación: correr contra el viento.

A los dieciséis años tuve mi primera novia en serio. Ya no solo le llamaba por teléfono, la visitaba en su casa. “Caifanes” se presentaba en un concierto y pedí permiso a sus padres para ir con ella. Recuerdo todas las canciones, como coreamos en la multitud, como nos tomamos de las manos y cuando tocaron “Viento”, nos besamos. Al salir del auditorio, la noche nos cayó de frente, cruzamos la avenida abrazados, con la luna en la cara y contra el viento.

Pepe, mi mejor amigo, y yo hicimos juntos el examen de admisión a la universidad. Nos metieron a un estadio con otros ocho mil jóvenes iguales a nosotros. Al terminar el examen, nos vimos frente a las tortas “El campeón”, ya pasaban de las diez de la mañana. Podíamos pagar el pasaje de regreso a casa o comer una torta. Ni lo pensamos: dos tortas de cochinita pibil y dos aguas de horchata. Después de ese desayuno de campeones, emprendimos el regreso a casa a pie, no había más remedio. Me cerré la chamara por el frío de octubre y volvimos juntos, sonriendo, contra el viento.

Estaba en el cuarto año de la universidad. Un ginecólogo se burló de mí cuando le hice una pregunta en clase. “Como su maestro, puedo decirle que, si después de cuatro años de estudiar medicina no sabe la respuesta, no ha aprendido nada… usted nunca será médico”.

Cuando me titulé, me enviaron por primera vez a un hospital, ya como titular. Me citaron a las diez de la noche para atender el turno de guardia. Entré por la recepción y me hicieron salir a la calle, para entrar por el acceso de atención a urgencias. No había gente y me guie por los señalamientos para automovilistas. Nunca olvidaré que entré deslumbrado por las luces de una ambulancia que me pegaban en los ojos, era enero, un frío invierno contra el viento.

No vamos a vencer al virus con buena voluntad. Tampoco podemos encerrarnos en nuestros miedos. Ya son meses de atender enfermos, de aplaudirle a los sobrevivientes, de acompañar a los familiares de quienes perdieron la vida. Tomo todas las precauciones, pero salgo de casa al hospital y de regreso a casa. Ahora al caminar por las calles, ya no las encuentro vacías. Tendremos que aprender a convivir y a enfermar con el virus y, tal vez, moriré. Pero voy a seguir con mi trabajo médico. Ayer, al regresar al consultorio, una enfermera se reía de mí: “¿Qué le pasó doctor? ¿Quién lo despeinó?”. Yo también me reí: “Es que me bajé corriendo de mi coche, contra el viento”.

 

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Sacapuntas

José Ramón Saborido Loidi

El timbre de las 8

Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández

Usos múltiples

Lilia Mónica López Benítez
José de Jesús González Almaguer y Norma Olivia Matus Hernández

Mentes Peligrosas

Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández

Sentido Común

Hernán Sorhuet Gelós
Hernán Sorhuet Gelós
Hernán Sorhuet Gelós

Deserciones

Mirador del Norte

Sala de maestros

Fernando Escalante Gonzalbo
Karla Daniela Domínguez Gudiño, Daniel Flores Salgado, Elia Karina Girón Ramírez y Maythé Tello Corona

Maestros en la Historia

Ignacio Manuel Altamirano

Tarea

Emilio Gómez Ozuna
Anónimo
José Emilio Pacheco
José Luis Mejía
Roberto de Jesús González Ugalde
José de Jesús González Almaguer
Melody A. Guillén

Cuadro de Honor

“pálido.deluz”, año 10, número 121, "Educación Superior en México: Entre brechas y desafíos", es una publicación mensual digital editada por Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández,calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México, C.P. 11420, Tel. (55) 5341-1097, https://palido.deluz.com.mx/ Editor responsable Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández. ISSN 2594-0597. Responsables de la última actualización de éste número Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, CDMX, C.P. 11420, fecha de la última modificación agosto 2020
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