In Memoriam
El hombre no es en absoluto el señor del universo,
como le gusta creer por vano orgullo,
sino víctima de la naturaleza primero y luego de la suerte.
Único entre todos los animales de la creación, es capaz de
espantosas crueldades hacia sus semejantes, sin embargo,
ninguna otra criatura parece tener tanto
deseo de vivir y tanto deseo y necesidad de lo eterno y lo infinito.
De la naturaleza de las cosas
Tito Lucrecio Caro
Una de las primeras víctimas de la pandemia fue es escritor chileno Luis Sepúlveda. Y duele su muerte porque con él se van su inspiración, su sensibilidad para demostrarnos una vez más la estupidez humana en su afán por destruir la naturaleza y a quienes habitamos en ella. También se va un férreo luchador a favor de la protección del medio ambiente y la fauna silvestre.
En su libro Mundo del fin del mundo los protagonistas son el viento y el mar, en ocasiones tranquilos, en otras demostrando toda su furia para señalar que somos nada frente al poder de los elementos. Nos habla de las víctimas de ayer: los habitantes primigenios de las regiones desoladas del sur de nuestro continente. Las víctimas de hoy en esos mares de los confines australes de América: las ballenas y los bosques milenarios. Todos ellos seres indefensos frente a las ambiciones y la crueldad de los hombres.
En este libro queda de manifiesto la lucha de algunas personas y asociaciones, ellas mismas expuestas al peligro, por evitar la masacre de las ballenas por parte de comerciantes sin escrúpulos, quienes no dudan en sobornar, e incluso a asesinar a quienes se oponen a que los mares se conviertan en vertederos y que las tierras se conviertan páramos.
“Pero el deterioro ecológico, el asesinato diario del planeta, no se debe solo a las matanzas de las ballenas o elefantes. Una visión irracional de la ciencia y el progreso se encarga de legitimar los crímenes y pareciera que la única herencia del ser humano es la locura,” afirma el escritor.
En el Mundo del fin del mundo el protagonista vuelve sobre sus pasos de manera inesperada. Van con el temor de contemplar cambios nefastos. Pero lleva en su pensamiento la belleza de los sitios que conoció durante un viaje realizado en su juventud. Y se cumplen sus peores pesadillas. Ya es otra la realidad: barcos piratas depredando la fauna marítima que habita las aguas del fin del mundo y las huellas sangrientas que van dejando a su paso.
En Un viejo que leía novelas de amor, el protagonista con la lectura, precisamente de novelas de amor, intenta alejarse de los sentimientos destructivos de quienes se creen dueños de la naturaleza. De esos intrusos que llegan a las selvas a talar, a asesinar a la fauna. Frente a esta destrucción Antonio José Bolívar Proaño aprende de la tribu shuar a respetar a los indígenas y a los animales que pueblan la selva amazónica. Así, se ocupa de mantener a raya a los “colonos que destrozan la selva construyendo la obra maestra del hombre civilizado: el desierto”.
Me quedo con un párrafo de la parte final de su libro Mundo del fin del mundo: “Allí, en aquella mar serena, pero jamás en calma, sobre aquella silenciosa bestia que tensaba los músculos preparándose para el abrazo final, bajo los miles de estrellas que testimoniaban la frágil y efímera existencia humana, supe por fin que era de allí que, aunque faltara, llevaría siempre conmigo los elementos de aquella paz terrible y violenta, precursora de todo los milagros y de todas las catástrofes”.
Sus afanes y su lucha para hacernos ver que solo tenemos este planeta para vivir quedarán plasmados en sus trabajos literarios. Hasta pronto don Luis.