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Jueves, Noviembre 21, 2024

Presentación

En su labor educativa, el maestro emprende acciones pedagógicas y, por ende, acciones políticas que deberían procurar la transformación de los estudiantes, su territorialidad y la sociedad. Desafíos que afronta el maestro que pretende formar integralmente en contextos de diversidad territorial. Desafortunadamente, el sistema educativo presenta fallas funcionales concernientes a la descontextualización de los procesos formativos como, por ejemplo, el desconocimiento, desintegración y desarticulación pedagógica de las problemáticas y fenómenos territoriales, las potencialidades, habilidades, intereses y cosmovisiones específicas de los estudiantes; esto, debido a la falta de concienciación de las responsabilidades académicas, reflexivas y de profundización epistemológica del maestro. En este artículo se aborda la identidad del yo maestro como sujeto político en sus dimensiones ética, estética, académica, sociocultural y emancipadora. Así, en virtud de lo anterior y a través de la investigación biográfico-narrativa, profundizo en la ontología de este ser, buscando liberarme de ataduras y velos que dificultan tanto la concienciación como el perfeccionamiento de mis desempeños en la educación inicial, básica y media de la ruralidad en el Departamento de Caldas, Colombia.

Palabras clave: concienciación, formación en diversidad territorial, maestro, práctica pedagógica, sujeto político.

Abstract

In his educational work, the teacher undertakes pedagogical actions, and consequently, political actions that should seek the transformation of students, their territoriality, and society. Challenges faced by the teacher aiming to provide comprehensive education in contexts of territorial diversity. Unfortunately, the educational system exhibits functional flaws related to the decontextualization of formative processes, such as the lack of recognition, disintegration, and pedagogical disarticulation of territorial issues and phenomena, as well as the specific potentials, abilities, interests, and worldviews of students. This is attributed to the lack of awareness of the academic, reflective, and epistemological responsibilities of the teacher. Therefore, this article addresses the identity of the teacher as a political subject in ethical, aesthetic, academic, sociocultural, and emancipatory dimensions. Thus, based on the foregoing and through biographical-narrative research, I delve into the ontology of this being, seeking to free myself from constraints and veils that hinder both awareness and the improvement of my performance in early, primary, and secondary education in rural areas in the Department of Caldas, Colombia.

Keywords: awareness, training in territorial diversity, teacher, pedagogical practice, political subject.

Escenario de lo problemático, lo consustancial y lo propositivo

El escenario problemático y consustancial consiste en la dificultad del maestro al momento de abordar los problemas del sistema educativo desde lo académico. Dificultad que se pone de relieve cuando el maestro afronta el desafío de formar en diversidad contexto-territorial1. Las anquilosadas prácticas pedagógicas en teorías y modelos educacionales en las que ha caído por décadas el maestro no sólo lo imposibilitan superarlas y llegar a otros estadios que procuren la formación integral y la autonomía institucional, sino que en la incapacidad de hacer consciencia de ello y trascender las fallas funcionales del sistema educativo como un sujeto político pedagógico y académico en formación, de salir de allí, el yo maestro se enfoca en abordar cuestiones institucionales propias de las fallas estructurales del sistema educativo para justificar el problema de lo educacional y negarse a buscar su propia transformación, la de sus estudiantes y la sociedad, que en condiciones democráticas, puedan llegar a incidir en la generalidad de las fallas estructurales del mencionado sistema.

De hecho, en la literatura de la región se identifican estudios que dan cuenta del rol productivo, reproductivo o de resistencia del maestro como sujeto político respecto de los marcos normativos (Cillo, 2015) y el cambio social (López, 2016) a través de valores democráticos (Murillo, 2016); para lo cual es pertinente el agenciamiento de subjetividades alternativas que van más allá de la administración del currículo (Martínez, 2008), con implicaciones en las relaciones de poder (Oquendo, 2022). Perspectivas que requieren de la formación de docentes como actores sociales y sujetos políticos que cimientan las bases de la sociedad mediante la práctica pedagógica en procesos contextualizados y en atención a sus acciones a nivel social, cultural y político (León, 2013), en aras de erigir al maestro como sujeto político crítico y reflexivo que se reconoce a él mismo y a los demás como sujetos, y en su capacidad de transformar la realidad educativa y social mediante la práctica política-pedagógica (Álvarez et al., 2013).

Bajo este horizonte, el escenario estratégico lo desarrollo mediante la investigación autobiográfica narrativa estudiada por autores como González (2004), Tsui (2007), Ojeda (2008), Sayago et al., (2008), García (2016), Godino (2017) y Guzmán (2017), y con ello permitirme ordenar, estructurar y profundizar en mis historias y experiencias de vida, como posibilidad de encuentro con el sentido de mi formación y práctica pedagógica, explorar mi identidad, subjetividad y emociones (López, 2016), encontrar explicaciones sobre mí mismo (Lutovac y Kaasila, 2013), reconstruirme personal y culturalmente (Guzmán, 2017), de tal modo que promueva mi desarrollo profesional además de cristalizar el sentido de mis acciones educativas y formativas (Godino, 2017). Para Gonzales (2021) en este amplio universo de grafías posibles puedo dar testimonio de mis fragilidades con abrazar al yo maestro y dejar que exprese sus fortalezas y fragilidades. Siguiendo a Delory (2014), se trata de situarme en mi espacio-tiempo interior en aras de encontrar el lugar y el momento en que atribuyo mi figura de conjunto.

Así, empleo la memoria autograbada como estrategia que permite revivir mis experiencias, vivenciarme en la narración grabada e identificar patrones, matices y detalles que pasé por alto en la narración oral inicial. Es un espejo en el que puedo observarme como persona y maestro, en mis pensamientos y acciones relativos a la práctica pedagógica. Para Pacheco (2019), es un mecanismo que me ayuda a mejorar la práctica docente.

Por su parte, la triple mímesis de Ricoeur (1995) se compone de tres fases, primero con la observación de hechos aislados; segundo con la configuración del tiempo y la estructuración secuencial de la narrativa y, tercero, con la reinvención de mí mediante la reinterpretación de mis hechos pasados.

La complementariedad entre la epistemología y la hermenéutica propuesta por Ricoeur (1995) es de naturaleza existencial. Reconoce que el ser humano vive una experiencia de finitud, lo que implica una comprensión profunda de su propio existir en el mundo. Esta experiencia es captada en el carácter circunstancial de la vida, pero para darle forma y sentido, es necesario recurrir a las formas culturales de la tradición, la enciclopedia y la epistemología. Estos elementos permiten dar contexto y significado a la experiencia individual y colectiva.

Por consiguiente, me esfuerzo por internalizar y poner en crisis mis pensamientos-propósitos en el ámbito educativo, permitiendo que sean el motor que impulsa mis acciones y defina mi identidad política en la educación. El yo maestro y los actos de enseñar aprendiendo y aprender enseñando no pueden separarse, son una simbiosis enriquecedora que me insta a crecer como individuo y como sujeto político.

A propósito del escenario propositivo, en este trayecto me adentraré en el yo maestro en búsqueda de la comprensión consciente de mi identidad como sujeto político, para lo cual escudriñaré en el yo maestro según su existencia como sujeto político-ético; sujeto político-estético; sujeto político-académico; sujeto político-sociocultural y sujeto político- emancipador; categorías en que se erigen posibilidades de resignificación de mi identidad política como fuente de transformación de las prácticas educativas del yo maestro y los aprendizajes del escolar en su diversidad contexto-territorial.

 

El sujeto político

En atención a Briceño (1989), la política fue desarrollada en su sentido estricto y en relación con la educación por Aristóteles en obras como Politeia (La Política), siguiendo al Estagirita, se comprende lo político, primero, como el cuerpo de ciudadanos, la constitución y toda estructura de la polis; siendo relevante la vida en colectivo y la distribución de los oficios de los ciudadanos, en tanto su unión más que la misma suma de ellos; segundo, la Politeia como urdimbre hecha de lo político-educativo, entonces, de la ética individual y social; es así como en la Ética Nicomaquea la felicidad consiste en el actuar conforme a la virtud más alta, de modo que las actividades fundadas en las facultades del hombre se armonicen con su propia naturaleza de vivir con otros. De lo anterior se deriva que las virtudes individuales y colectivas serán fuente de felicidad de los ciudadanos y de la polis.

En ese orden de ideas, se observan dos perspectivas atinentes a la concepción de lo político en un sentido colectivo y otro individual, es lo que nos enseña la tradición clásica de la filosofía política. Cabe clarificar que en este trabajo el sentido de lo político no se refiere directamente a la constitución del Estado y al poder que este ejerce sobre el pueblo, concepciones que pueden observarse en el contractualismo de pensadores como Hobbes y Rousseau, para quienes se da una disyuntiva entre el estado natural, caracterizado por un estadio apolítico en el cual las personas carecen de asociatividad política fuerte y estable, y un estadio correspondiente al estado civil cuya característica principal es la comunidad política conformada por las leyes que establece el poder común (Velázquez, 2016). Más bien, me centro en las esferas individual y colectiva de mi identidad como sujeto político teniendo presente que «el problema del sujeto político es el problema de la libertad. El sujeto político es, fundamentalmente, agente; nodo de acción, y resistencia en un océano, a su vez, de agentes y estructuras» (Rodríguez, 2021, p. 9).

Si de fundamentarme en uno de los pensadores del contractualismo se trata bien podría hacerlo en Baruch Spinoza, para lo cual habré de emprender la disección ontológica de mi yo maestro y paulatinamente elevar mi conexión con el todo, representado en las relaciones de la humanidad, en tanto la unión de los hombres garantizará el aumento de sus potencialidades, sin menoscabo de sus diferencias, como el respeto de los derechos y libertades; allí, el foco reside en la tolerancia, en la conservación de las particularidades, en el respeto de las libertades básicas, las individualidades y la convivencia (Ibidem).

No obstante, sin distanciarme de Spinoza, dado que las categorías de política y sujeto requieren concebirse hoy al tenor de los constantes cambios, dinamismo y movimiento de las relaciones, no prestablecidas en su totalidad, el hecho de que no sean estáticas e inmutables sino que sean complejas, históricas y susceptibles de transformación (Martínez y Cubides, 2012), me permiten acudir a pensadores como el teólogo y filósofo argentino Rubén Dri, en quien la subjetivación política como proceso consiste en la creación del poder desde las bases sociales, luego, esta construcción se dirige a lo político en donde reside lo universal y lo institucional, proyectos que abarcan a la comunidad. Es decir, el ámbito social como lo primordial, en cuyo seno se encuentra lo particular, lo singular y las relaciones sociales de los individuos, lo cual es sustancial para mi identidad como sujeto político; de manera que, fundamentado en Dri, las relaciones de poder tienen su génesis en toda relación humana, de ahí destaco el contenido de las relaciones educativas en su carácter liberador y progresista, tendientes a la horizontalidad, en aras de la igualdad que debe transferirse a lo institucional, a lo político-estatal, y sólo así lograr la plenitud como sujeto político, estadio que garantiza una sociedad y Estado inclusivos e igualitarios (Velázquez, 2016).

Velázquez (2016), analiza al sujeto político en torno a lo colectivo y al conflicto, su análisis abarca autores post-hegelianos como Marx, Gramsci, Mariátegui y Mosca, y otros pensadores contemporáneos como Dri, Rancière, Negri y Virno en quienes, para este autor, lo que tienen en común —especialmente los pensadores contemporáneos— es concebir el ámbito político como una suerte de institucionalidad alterna, caos y atipicidad, en tanto la institucionalidad representa la sumisión y opresión de la cual hay que rebelarse; se trata de un antagonismo y dominación conforme al conflicto entre actores que bregan por mantener el sistema de dominación al punto de configurar un plano antipolítico. Y creo que en ese devenir se sustenta en parte la identidad de mi sujeto político, de mi yo maestro, como veremos más adelante. Pero no debe perderse de vista el sujeto político desde la dimensión individual, en su esencia, en su ontología tal y como se aprecia en el siguiente título.

De conformidad con lo anterior, el sujeto político hasta aquí se comprende como el ser individual que actúa social y políticamente conforme lo dictan las experiencias personales y expectativas de vida en colectivo, a partir de una serie de valores y virtudes con los cuales se constituye la esencia de la identidad política que me permiten concebir, tensionar y afrontar los ámbitos intrapersonal —ético—, cognitivo —estético—, relacional —sociocultural—, institucional y democrático —emancipatorio— que tienen lugar en mi vida profesional y mi responsabilidad social como maestro.

 

Yo maestro: sujeto político-ético

El sujeto político-ético hace parte de mi identidad política a partir del modo en que mi ser expresa su estructuración moral, valores, anhelos genuinos y actitudes virtuosas. Así, a lo largo de estas travesías, la ética y la filosofía del ser maestro se convierten en faro que guía mi labor magisterial, en cada contexto, cada institución, mi propósito y compromiso han sido sostenidos como la permanencia de la esencia, en mi conatus por preservar mis ideales educativos. Provengo de una familia que siempre supo valorar la importancia de la bonhomía, el arte del bien decir, el bendecir y el mejor hacer, así como resaltar el respeto por la pedagogía. Es por esto, mas no por otra cosa, que desde temprana edad valoré en mucho el ser sociable, cortés, amable; siempre mostrando respeto y consideración a las personas que me rodean.

Mi familia ha sido siempre mi apoyo incondicional, pilar fundamental de mi vida al que me debo en grado sumo. Venimos de generaciones que han cultivado valores y virtudes basados en una profunda creencia en Dios como Todopoderosa fuerza creadora, a la vez que transformadora, inconmensurable proveedor de nuestros hálitos de vida. Éste sentipensar guía mi vida, infundiéndome un sano temor y consciente necesidad de lo divino sobrenatural, reconociendo, por ello, la imperante necesidad de atender normas que promueven el reflejo de lo humano, la convivencia y el bienestar colectivo.

De mi madre, adquirí valores como la humildad, la sencillez y su bondad de espíritu. Ambos, junto a mis hermanos, hemos compartido momentos y experiencias que han fortalecido de manera indecible nuestros lazos familiares. Escuchar a los demás y expresar mis ideas y sentimientos se convirtió en una parte fundamental de mi forma de ser, permitiéndome conectarme con quienes me rodean de manera auténtica. Hoy día, puedo decir con sano orgullo que me he dedicado de manera sostenida a superarme como hijo, hermano, amigo y compañero; ahora, desde mi naciente faceta de abuelo, espero dar la talla.

He llegado a comprender que la singularidad de un docente, su identidad, se construye en gran medida a través de su formación profesional soportada en valores arraigados desde el hogar, quizá podría sensibilizarme un poco más o reconocer que esta identidad se puede esculpir a partir de las experiencias de vida y las enseñanzas que permiten los estudiantes. Desde temprana edad, fui criado en un ambiente en el que se nos fomentó la ética, el compromiso y el cuidado por el bienestar de los demás. Estos valores influyeron en el enfoque hacia la educación, consolidando mis expectativas de contribuir positivamente a la sociedad, velando por el bienestar de los demás.

Mi formación profesional, en concordancia con mi crianza, ha moldeado mi identidad personal de manera dinámica y compleja. Mi estilo al abordar la docencia, mi discurso y mis prácticas educativas han sido influenciados por mi trayectoria formativa y mi compromiso con valores fundamentales. Con ello observo que no sólo los valores heredados y mi formación pueden forjar mi identidad como sujeto político, es necesario comprender las problemáticas psicosociales, las diversas formas de aprender, las cosmovisiones y perspectivas de mis estudiantes, así tendré mayores elementos de juicio para suscitar las transformaciones que requiere el territorio y mis opciones desde la práctica pedagógica.

Al tener claridad de que mi labor se nutre de una convicción profunda: la correspondencia entre el ser docente y la responsabilidad del ejercicio profesional de dicha misión, entiendo que esta convicción no implica la inflexibilidad de mi pensamiento, y que, desde esta perspectiva ético-filosófica, el yo maestro se convierte en un facilitador de crecimiento y desarrollo en cada estudiante que cruza mi camino. Mi objetivo ha sido estimular en los estudiantes el despertar de intereses axiológicos, en pro de cultivar sus valores de solidaridad, correspondencia y empatía, tanto para con la institución como con su comunidad educativa y en busca del fortalecimiento de sus lazos familiares; pero, debo figurar situaciones de la vida cotidiana en el aula que requieran la puesta en marcha de esos valores, al fin de cuentas estos tiene una función y debo concientizar al yo maestro y a los estudiantes del para qué y por qué de esos valores.

Como educador, mi desafío es continuar perfeccionándome en esas partituras de enseñanza, sabiendo que cada día es una nueva oportunidad para aprender y crecer junto a mis estudiantes; el yo maestro debe decidirse no sólo a seguir explorando sus prácticas pedagógicas, sino que para enriquecerlas y llegar a aportar potentemente a la formación de ciudadanos críticos, autónomos, comprometidos con sus aprendizajes, con el bienestar de sus familias, el mejoramiento de sus comunidades y del mundo que les permea, el yo maestro debe desequilibrar su pensamiento, quebrantar su ego, irrumpir en lo profundo de su ser, dejarse conocer a sí mismo y liberar las ataduras que no le permiten conectar con las especificidades y las pequeñeces del estudiante y su mundo vital. Luego entonces, podré ir abonando el camino hacia el desarrollo moral de mis estudiantes, hacia el interés por los asuntos que implican la justicia, la preocupación por los fenómenos del territorio, su participación y construcción de conocimientos y saberes, así, encarnar mi ética profesional como un instrumento de transferencia de las comprensiones del contexto territorial diverso en los procesos formativos, un sujeto político en el que la ética no es el punto de partida, sino el punto de llegada.

Esto es esclarecedor en la medida en que, en conexión con el territorio y la diversidad de sus gentes, he vivenciado como la dimensión ética del yo maestro adquiere especial relevancia en los ámbitos de la ruralidad. Allí, el entendimiento de las particularidades del ser, el saber, el hacer y el saber-hacer de los estudiantes cobra vital importancia, por demandar un interés particular. Trascender desde este sentir-pensar hacia propuestas pedagógicas que atiendan a sus intereses individuales y a las dinámicas únicas de cada contexto se torna en misión esencial.

 

Yo maestro: sujeto político-estético

La identidad política del yo maestro como sujeto político-estético define la manera en que mi ser encuentra los modos de acción, las cualidades, capacidades laborales y crematísticas2 y la belleza de la vida. Comienzo entonces por expresar que, desde mi juventud, mi padre me transmitió su amor por la lectura y el conocimiento, incentivándome a no cejar en el esfuerzo sostenido de aprender, él me inculcó la importancia del trabajo, la dedicación y acompañamiento a los esfuerzos de superación tanto personales como familiares; de ahí mi interés fundamental por el bienestar de mis seres queridos, a quienes dedico mis esfuerzos y en quienes invierto mis honorarios. De sus hábiles manos y sabio consejo aprendí habilidades como la soldadura, construcción de obras civiles (infraestructura), la metalmecánica, entre muchas otras labores con las que aprendí a ganarme la vida durante algunas décadas.

En ese sentido, durante la mayor parte de mi vida, recorrí diversos caminos laborales como trabajador independiente, sumergiéndome en el mundo de la construcción y la metalmecánica. Siempre abrazando la filosofía de no depender de nadie y tomar mis propias decisiones. Sin embargo, di un giro inesperado a mi vida cuando una convocatoria en el ámbito educativo atrajo mi atención, ya que vi en ésta magnífica oportunidad la posibilidad de involucrarme en un propósito de vida que me brindaría ocasión de contribuir, de manera continuada y eficaz, al sostenimiento de mi familia; fue así como hallé la ocasión, esperada, de contribuir y hacer algo significativo por otras personas, para lo que decidí continuar mi trasegar laboral en el ámbito educativo.

Este camino hacia la educación ha sido una travesía de crecimiento personal y profesional, en la que he aprendido a combinar mis habilidades técnicas con la pasión por la enseñanza. Mi transición de trabajador independiente a educador ha sido una transformación significativa en mi vida, dada la cual, la búsqueda constante de aprendizajes desde lo personal y el poder estimular el despertar del deseo de aprender en mis estudiantes; son pilares que guían mi práctica pedagógica. Con esto, comprendo que mi identidad política se torna compleja en el ámbito educativo puesto que el arte metalmecánico y de la construcción, el arte de la técnica son caminos que dinamizan mi práctica pedagógica, aunque lo fundamental en este ámbito escolar es el ser humano, virar de lo técnico a lo humano, de lo humano a lo social, de lo social a lo político, de la diversidad cultural a la ciencia y viceversa; la construcción de relaciones, la puesta en marcha de valores y las virtudes comienzan a pasar de lo cotidiano a la profundidad de las necesidades formativas de los estudiantes, a los requerimientos democráticos de la sociedad y prácticas sostenibles que preserven los baluartes del territorio. La pasión por la enseñanza se reviste ahora de un desafío lleno de responsabilidades conmigo y con la sociedad. Ahora reconozco cierta interdependencia entre los seres humanos y la necesidad de tomar decisiones en consenso.

Este cambio despertó en mí un gran entusiasmo y me llevó a buscar una formación integral para procurarme ser un educador lo más completo posible, en la medida de mis posibilidades socioeconómicas e intelectuales, capaz de brindar una educación significativa tanto a niños como adultos. Pero de nuevo observo que no sólo los valores ni los conocimientos científicos o pedagógicos me permiten definir mi identidad política, requiero despojar los velos de mi mente, bajar al fondo de mi alma, conocer la naturaleza de mi ser e interpretar quién soy en este mundo educativo, quién soy para mí, para mis estudiantes, para mis colegas, para la sociedad, quién es ese yo maestro que aspira constantemente a entregar lo mejor de sí al mundo.

He experimentado la importancia de inspirar el entusiasmo y la motivación por aprender en mis estudiantes. Es un camino donde cada uno de ellos se convierte en protagonista de su propio aprendizaje, impulsado por su interés y curiosidad. Esto compagina con mis capacidades manuales y con el arte que me permitió ganarme la vida por mucho tiempo, pues la creatividad, la curiosidad y las habilidades manuales son importantes al momento de ser pragmáticos en la vida. El arte de crear será siempre un aporte para el arte de enseñar, un arte sujeto a los devenires de la realidad y no a mis intereses. En este sentido, el pensamiento de Ranciere (2003) resuena en mí: el aprendizaje autónomo es aquel que nace del propio deseo o por la dificultad de la situación, permitiendo que los conocimientos adquiridos sean significativos y genuinos.

En cada paso que doy, como educador, siento la satisfacción inigualable de ver el progreso y desarrollo de mis estudiantes, y es ese sentimiento el que me impulsa a seguir creciendo y mejorando como docente. El yo maestro debe identificar también el progreso y desarrollo de sí mismo, un punto clave en el accionar del sujeto político y pedagógico.

Así, la enseñanza se convierte en una sinfonía de aprendizajes y descubrimientos, donde cada nota, cada acorde, tiene lugar y significado para el estudiante y el maestro. En este concierto, la educación en Colombia halla verdadero sentido, metafóricamente, el público es la sociedad y los artistas son maestros y estudiantes, pero el maestro debe aprender a escuchar su yo interior, debe saber lo que contribuye a una buena melodía, lo que el público desea escuchar y lo que los artistas están en capacidad disímil de hacer para estimular los sentidos del público.

Desde que comencé mi investigación, me he interesado por las historias de vida, un recurso que ha sido utilizado en diversas disciplinas como la sociología, antropología, feminismo y sociolingüística (Thomas y Znaniecki, 2006; Chase, 2015). Narrativas que han resultado valiosas, para dar a comprender la razón de ser de instituciones sociales, el valor e impacto en sociedad de las culturas de los grupos indígenas y para dar voz a los esclavos y marginados, desafiando los enfoques androcéntricos en las ciencias sociales. De allí que, en el campo de la sociolingüística, se haya reconocido la importancia capital del discurso oral y su estudio en sí mismo.

Esta travesía en la comprensión de mi identidad política me impulsa a asumir la responsabilidad de un cambio transformador en mi quehacer pedagógico, el sujeto político debe estar en capacidad de tomar decisiones para sí mismo, para su familia, sus estudiantes, su institución y la sociedad; es cuestión de determinación, me dejo hablar y me dejo escuchar, el yo maestro dialoga consigo mismo y decide actuar. Como resalta Palmer (1998) «la enseñanza es una interacción entre corazones y mentes» (p. 345). El yo maestro se enseña, aprende y enseña. Al explorar mi historia de vida y reconectarla con mis valores esenciales, estoy mejor equipado para guiar a mis estudiantes en su propio viaje de descubrimiento y aprendizaje significativo. A través de esta exploración biográfica, aspiro dejar una impronta de docente reflexivo, crítico, creativo, que encarne la pasión por aprender y el compromiso con el cambio positivo en la educación.

 

Yo maestro: sujeto político-académico

El yo maestro como sujeto político-académico representa los pensamientos, acciones y mecanismos intelectuales y epistemológicos con los que sustento mi práctica pedagógica, con los cuales pretendo llenar de sentido el conocimiento y el saber. En ese orden de ideas, considero que mi recorrido académico no se corresponde lo suficiente con las exigencias y responsabilidades que emergen del rol de la escuela. Reconozco que, en mi caso, como en el de gran número de colegas, hoy día en Colombia el maestro no se comporta como un académico, el docente se postula como maestro cuando sus conocimientos y saberes se concretan en las necesidades formativas, cuando profundiza en las contribuciones y tensiones epistemológicas de la humanidad y la sociedad, cuando se transforma él mismo haciéndose conocedor y sabedor; elementos que fundamentan la concepción del maestro quien debe dar ejemplo de superación académica y formativa.

Dichas condiciones intelectuales requieren que el docente se convierta en un maestro que comprende los postulados disciplinares, los conjuga, tensiona, sintetiza y reconstruye en una concepción de desarrollo humano que le permite concebir al ser ontológico y axiológico a la luz de la formación integral, de los sucesos y acontecimientos a nivel psíquico, cognitivo, filosófico y por ende actitudinal, comportamental y cosmogónico de sí y de sus estudiantes. Ser maestro es dejar una huella en el interés por comprender y construir el conocimiento, ser maestro no es sólo enseñar ni mucho menos emprender luchas de confrontación institucional que desbordan o se distancian del desarrollo cognitivo integral de los estudiantes, es estar al tanto de las transformaciones históricas de la escuela, de las teorías hegemónicas y emergentes de la educación, reconocerlas en el espacio-tiempo y en su incidencia en los cambios o reproducciones culturales intencionadas por instancias de poder mundial, regional o nacional.

El docente en Colombia cree que ser maestro es preparar unos contenidos temáticos, enseñarlos, verificar si el estudiante memorizó dicha información y dar cuenta de ello a la institución educativa. En algunos casos, piensa que contemplar las emociones de los estudiantes, debatir con sus colegas, criticar las inconsistencias del sistema educativo y las relaciones de poder son lo que hace al maestro; una vez allí, desconoce que su labor es liberar al sistema educativo de las formas tradicionales de enseñanza, de las teorías que estructuran la educación actual y que no han logrado transformar al ser humano y a la sociedad, a partir de lo cual se configura la democracia, la justicia social, la equidad, el respeto por los derechos humanos, la diversidad cognitiva y cultural. En efecto, el yo maestro debe desandar las imposiciones sociales y culturales que lo hacen pensar que es coherente reclamar el cambio cuando no se vale de los mecanismos académicos e intelectuales que le otorgan el poder de cambiar al ser humano y a la sociedad. El yo maestro debe hacer consciencia de las ataduras que lo hacen procrastinar estas labores, como las investigativas que van más allá de la consulta de temas de interés, de la lectura de textos interesantes y de aprender un sin número de cosas que finalmente no lo identifican como maestro con capacidades políticas transformativas de la realidad humana y social.

 

Yo maestro: sujeto político sociocultural

El sujeto político-sociocultural representa en la identidad política de mi yo maestro mis percepciones del mundo de la vida a partir de experiencias vitales, cómo actúo frente a ese mundo vital y cómo me relaciono conforme a la existencia e influencia de otros seres y territorios. Prosiguiendo, como afirma Eisner (2002), la biografía no solo refleja la historia de una vida individual, sino también la historia de los contextos culturales y sociales en los cuales se ha vivido.

Mi identidad política se ha ido moldeando a lo largo de diferentes espacios formativos, influenciada y guiada por gran diversidad de seres humanos —maestros y maestras muchos de ellos— que han dejado una huella significativa en mi camino. Mi sentido de dignidad, de singularidad, se ha forjado en gran medida gracias al entorno familiar y las influencias de personas naturales de las regiones andina y pacífica; la huella de cuyas enseñanzas se refleja, muy cotidianamente, en mis decisiones y quehaceres educativos como el reconocimiento de la diversidad étnica, la perseverancia en las labores, la hospitalidad, la fraternidad y el arraigo territorial; también el arte manual, la espiritualidad, el regocijo en el otro, la autenticidad y el carisma.

En este estudio, de introspección del yo maestro, mi identidad política se teje a partir de diversas voces, como una polifonía, tal como lo propone Bajtín (2003). Entre ellas, se encuentran las de mis historias de vida familiar, comunitaria, académica y laboral (una vida propia, en sí misma, cada una de ellas), las cuales se entrelazan con los discursos sobre el alma familiar; el arraigo social, y el devenir sociopolítico permeado significativamente por el conflicto armado, realidad que ningún colombiano debería soslayar ni, menos aún, pretender ignorar.

Propendo porque el aula de clases se convierta en un espacio dinámico donde se plantean preguntas acerca de los problemas prácticos de la vida, la comunidad y los conocimientos que esperamos construir. Podría aportar más a la democratización del conocimiento a través de la indagación con mis estudiantes sobre sus expectativas formativas y las competencias que desean adquirir. Lo anterior, dado que estudiantes y maestros somos constructores activos de saberes, y unidos, desde nuestras prácticas educativas, forjamos mutuamente los conocimientos que de manera conjunta y genuina aportan al desarrollo social y sostenibilidad cultural en diversidad.

Mi compromiso no sólo abarca el aula, sino que se extiende a las comunidades educativas y las instituciones por las que he pasado. Siempre acudo a mi familia y compañeros de trabajo en busca de consejo y apoyo, y en retorno, brindo lo mejor de mí mismo. Como educador en formación, estoy consciente de la responsabilidad y el impacto que puedo tener en la vida de mis estudiantes y me esfuerzo por hacer un aporte responsable, oportuno y significativo en cada lugar donde ejerzo mi labor docente. Trabajo con la convicción de que la enseñanza es mucho más que un simple proceso de transmisión de conocimientos.

Durante mi trasegar en el camino docente en Colombia, he sido testigo del papel capital que la escuela desempeña en el desarrollo de los procesos de enseñanza, socialización e inserción del sujeto en la cultura, el yo maestro debe partir de ello para ser agente político efectivo en el aula, la institución y la comunidad educativa. Y es que, a lo largo de la historia, la escuela ha tratado de responder a los ideales y necesidades de la sociedad en cada época, para formar los individuos que las situaciones del contexto demanden; lastimosamente, la enseñanza se afincó en el paradigma de los contenidos temáticos y la descontextualización de los contenidos de enseñanza y aprendizaje. Además, en la actualidad, nuestra sociedad globalizada cuenta con avances tecnológicos, una inmediatez en el acceso a la información y el conocimiento que exigen de la educación propósitos más potentes y profundos. Como maestro, siento la responsabilidad de formar sujetos reflexivos, capaces de cuestionar y transformar su realidad, de mejorar su mundo. La pregunta es si soy dado a transformar mi realidad, mi mundo, si soy en verdad reflexivo y logro profundidad con ello.

Respecto de mi experiencia profesional, mi devenir como docente se ha desarrollado en diversos contextos, abarcando tanto el ámbito rural como el urbano. Mis pasos iniciales, aproximadamente 18 años atrás, me llevaron a la institución educativa Encimadas en el idílico escenario rural de Aguadas, Caldas. Tras tres años de inmersión en esta experiencia, emprendí un nuevo rumbo hacia la institución educativa Sara Ospina Grisales, ubicada en el bullicioso corazón urbano de Salamina, Caldas. Mi trayectoria continuó, llevándome a la institución educativa El Madroño en Belalcázar, Caldas, donde pude disfrutar de su riqueza natural y explorar algunos rincones y vivencias de su vida rural y pluricultural. Aunque brevemente, también dejé mi huella en la institución educativa Colegio de Occidente en Anserma, Caldas, en la cual me adentre nuevamente en la urbe, disfrutándolo de manera particular.

Pienso que de estas experiencias pude haber aprendido un poco más de lo que significa formar en diversidad, los saberes ancestrales, populares, campesinos, comunitarios, entre otros, son tesoros que deben aprovecharse en bien de la democratización de las sociedades y la dignidad de los pueblos. Tanto así, que, como expresé antes, logré percibir la contribución especial, los niveles de conexión y comprensión del territorio —la territorialidad— que debe tener el maestro en los ámbitos de la ruralidad. Estoy a tiempo de actuar con mayor decisión a partir de estas percepciones. Allí en donde el entendimiento de las particularidades del ser, el saber, el hacer y el saber-hacer de los estudiantes cobra vital importancia, por demandar un interés particular fruto de su cultura y cosmovisiones. Y esta es mi misión central como sujeto político formador en contextos de diversidad territorial.

En la búsqueda por establecer esta correspondencia, he confrontado limitaciones inherentes. Algunos estudiantes, afectados por su timidez, su escasa autoestima, su indolencia o por padecer contextos sociales adversos, no se abren plenamente al conocimiento, tal vez comprender la esencia del yo maestro sea la llave que abrirá estas conversaciones —más empáticas, inclusivas y compasivas—, en torno a la construcción del conocimiento y el saber —como la fuerza del Dios de Spinoza que crea los modos de producción de esas relaciones—. Esas limitaciones son más acentuadas en el ámbito rural, donde factores como la violencia, la falta de cohesión social y la distancia entre comunidades y familias influyen en la escasa interacción y entendimiento mutuo, aunque se da entre ellos algún grado de comunicación, ésta suele ser limitada y muy específica, la confianza mutua puede verse bastante difusa y soslayada; por supuesto en mucho menor grado que los niveles de comunicación esperados, y detectables, entre habitantes de áreas urbanas —de nuevo, la esencia de mi identidad política que no se agota en las contingencias—.

Este enfoque de autonomía y transformación conlleva una carga significativa. El docente se convierte en pilar fundamental en la educación de los estudiantes, usualmente asumiendo un rol que trasciende sus responsabilidades inherentes. Lamentablemente se tiene una carencia notoria en el proceso educativo ya que la formación integral de los estudiantes, que debería en verdad convertirse en una labor compartida entre padres y maestros, sufre notorios altibajos y se observa bastante debilitada, no parece ser suficiente el acompañamiento que aquellos reciben de sus familiares para el éxito de sus procesos de enseñanza-aprendizaje; lo que resulta preocupante, ya que es crucial que todos los actores involucrados asuman su corresponsabilidad como partes del proceso educativo.

De cara al mi modo de existir en, y comprender, el sistema educativo en Colombia, percibo que labor del yo maestro, y de los docentes en general, se encuentra regulada por un conjunto de normativas y estatutos que establecen los derechos, deberes y responsabilidades de los profesionales de la educación. Estas regulaciones tienen como objetivo garantizar la calidad de la enseñanza y el buen funcionamiento del sistema educativo, pero también pueden tener un impacto significativamente contraproducente para el éxito en las labores cotidianas del maestro, mi yo maestro deberá constatar de manera objetiva si estas regulaciones son en realidad contraproducentes o hacen parte de mis propias limitaciones académicas al momento de transformar mi práctica pedagógica y formar en diversidad conforme a las particularidades de la territorialidad y sus actores.

Por ejemplo, una de las normativas de más impacto, actualmente, para los docentes es el Decreto 1278 de 2002, que establece el Estatuto de Profesionalización Docente. Este decreto define las condiciones para el ingreso, ascenso y permanencia en el servicio educativo público, así como los derechos, deberes y escasos beneficios que tienen hoy los maestros. En términos positivos, esta normativa busca profesionalizar la carrera docente y brindar estabilidad laboral a quienes cumplan con los requisitos establecidos. Sin embargo, percibo que también puede generar rigidez en la gestión del personal docente y limitar la flexibilidad en la asignación de cargos y funciones. Esto parece indicar que en efecto —como planteé páginas arriba—, me identifico con la concepción de lo político como una manera de resistir a las regulaciones institucionales y estatales, de manera que mi libertad se ve coartada en alguna medida y tendré que valorar conscientemente si hacer parte de un sistema educativo me implica acogerme a unas normas, como en cualquier sistema social, y si en realidad estas normas limitan mis posibilidades de transformar el mundo de los estudiantes, quienes a futuro podrán cambiar el sistema normativo, mejorarlo o hacerlo más equitativo.

Otra dicotomía en la que se pone en juego la autonomía institucional, en la que puedo ponerme limitantes, caer en un sesgo de confirmación al verme como una persona crítica o valorar qué tanta incidencia tiene estas regulaciones en mis posibilidades y mecanismos de transformación social, comunitaria y del territorio o en la dignificación de mis estudiantes como sujetos con derechos fundamentales, como el de la educación.

Entonces el yo maestro se ve en la tarea de dilucidar si es otra limitante que me hace resistir a determinadas concepciones de calidad educativa y de precariedad de la educación, o en su lugar, concebir esta ley como un criterio que orienta mi práctica pedagógica y garantiza unos mínimos en la prestación del servicio social de la educación y la consecución de la formación integral.

En términos positivos, estas normativas y estatutos buscan mejorar la calidad de la educación y proteger los derechos de los docentes. Entonces el yo maestro me lleva a pensar nuevamente que es importante reconocer que pueden generar desafíos y limitaciones para la labor docente. Sin que, a pesar de ello, pueda en este momento dar habida cuenta o argumentar con datos objetivos la dificultad de dichos desafíos y limitaciones.

Tal vez mi consciencia me dicte que los tiempos cambian, los sistemas se adaptan a las necesidades, y la educación en el aula presencial y extendida este a la medida de dichos cambios, posiblemente es necesario replantear mis inquietudes y situarlas en la responsabilidad que me asiste como educador y académico que debe ser el maestro como sujeto político. El yo maestro debe tramitar estas inconformidades, pero, ante todo, debe otorgar prioridad a lo urgente y necesario para superar la crisis de la educación anclada en el pasado, pues me estaría distanciando del rol de maestro para centrarme en figuras netamente administrativas que se alejan de las realidades de los estudiantes, a quienes se debe el maestro.

Al yo maestro también le cuestiona estar condicionados por las evaluaciones docentes con las cuales se ha añadido presiones adicionales que afectan nuestra percepción de la labor que tanto amamos, a menos que las determinaciones obedezcan en su naturaleza al perfeccionamiento, cualificación, idoneidad o mejoramiento del talento humano que sirve educacionalmente a la sociedad; sería como dejar de evaluar al estudiante por considerar que se le está ejerciendo una presión adicional. Por ende, cuando resisto a las formas institucionales con las que me siento oprimido, considero que la profesionalización que hemos cultivado durante años parece estar en entredicho debido a las diferencias en las condiciones de trabajo y la forma en que se valora nuestro desempeño, lógica en la cual todos los estudiantes deberían ser valorados con el mismo racero, o en la que los ajustes razonables no tendrían cabida; podría decirse entonces que de este corolario se deriva que hemos perfeccionado nuestra forma de evaluar al estudiante, que nuestros sistemas institucionales de evaluación estudiantil son justos o equitativos. Una vez pueda resolver la disyuntiva podría cristalizar en buena medida mi identidad como sujeto político, pedagógico que encarna al yo maestro. Pero soy consciente del proceso.

 

 

Yo maestro: sujeto político emancipador

En este último título plasmo mi perspectiva crítica del sistema educativo, pensamientos y acciones transformativas que puedo desarrollar en mi ser y en mi contexto laboral, respecto de las necesidades educativas de la época para formar en y desde la diversidad.

De un lado, me encuentro en el ámbito institucional atendiendo a los fines, proyectos, planes y metas educativas establecidas por la institucionalidad, políticas que me obligan a operar de manera coercitiva, lo que limita mi irrenunciable autonomía; empero, como la autonomía no es equiparable al libre albedrío, ni siquiera la libertad, el yo maestro debe emanciparse a sí mismo para, después, emancipar el acto educativo. Observo de lo anterior que la identidad política del yo maestro se resiste a ser dominado, se niega a renunciar a sus convicciones y certezas, pues considero que a pesar de la libertad de cátedra que debo poseer y refrendar, mi ejercicio está subordinado desde aquí a directrices institucionales impuestas. Y en un intento de emanciparse de sí mismo, el yo maestro se muestra como individuo propositivo, un ser con personalidad definida y convicciones propias, esto lo tranquiliza, más el hecho de reconocer su trayectoria formativa, valores y apuestas personales.

Así se delinea mi enfoque educativo con cimientos en mi identidad política. En tal sentido, busco ser un sujeto político que reconoce que su autonomía no es absoluta, que la libertad tiene asidero en la creatividad que posee, que busca los mecanismos necesarios para ablandar su mirada y entender que seguir ciertas normas y preceptivas no es sinónimo de genuflexión, que para influir e impactar positivamente aquellas comunidades educativas debe haber coherencia entre la formación que se pretende y los criterios del formador. Esta dualidad en el papel del yo maestro me debe permitir no sólo reproducir el sistema educativo, sino, ser una fuerza transformadora, producirlo, emanciparnos tanto él como yo.

Es deber del yo maestro seguir construyendo una escuela que sirva a la liberación del ser humano y a su emancipación, como lo planteaba Paulo Freire (1997a) en su enfoque de la educación popular, desde abajo, desde las bases, y entiendo que soy un filón más que debe revaluarse. En tal sentido, la labor docente es un acto profundamente comprometido y político que va más allá de la simple transmisión de conocimientos y de su labor con los demás; el yo maestro no debe olvidarse de sí mismo. Como señaló Freire (1997b), no puede existir una práctica educativa neutra, ya que la direccionalidad inherente a esta labor implica un propósito y una intención detrás de cada acción educativa. Los maestros, lejos de ser simples repetidores de información debemos acoger, aportar, propósitos reflexivos desde nuestras prácticas pedagógicas, cambiar la forma de concebir el mundo de la vida por parte del maestro para cambiar el mundo educativo, es una de las premisas.

De acuerdo con Mejía (2012), es fundamental construir pedagogías que se adapten a las nuevas realidades y consideren implementar procesos teórico-prácticos en constante evolución. Asimismo, Shön (1998) destaca la importancia de que los docentes se conviertan en profesionales reflexivos, conscientes de los contextos escolares y sociales en los que se desenvuelven, incluyendo su espera intrapersonal.

El papel del maestro como constructor de saber pedagógico es esencial para elevar la calidad de la educación. Gajardo (2008, en Marchesi, 2009) sostiene que la calidad de un sistema educativo se fundamenta en la calidad de sus docentes. Por lo tanto, la profesionalización y cualificación del maestro son fundamentales en esta lucha por el desarrollo intelectual y la mejora continua del sistema educativo; aspectos que le implican replantear sus relaciones con el todo. Un proceso de formación continua es clave para lograr esta transformación, como indicó Zorrilla (2008) al referirse a los sistemas educativos exitosos, los cuales comparten una política de desarrollo profesional para los docentes.

Por tanto, el maestro se erige como agente de cambio social portador de una utopía educativa. Su compromiso y capacidad para adaptarse a las nuevas realidades son esenciales para impulsar el progreso educativo en la sociedad. Sin embargo, no sólo a través de la formación continua y el empoderamiento del maestro, como constructor de conocimiento pedagógico, se podrá alcanzar la anhelada transformación educativa que impacte positivamente en la vida de las generaciones presentes y futuras, se requiere concienciación del ser, el yo maestro debe realmente cuestionarse así mismo más allá de expresar en su discurso que lo hace o lo hará.

Como maestro, considero mi deber aportar a la formación de mis estudiantes para que sean ciudadanos críticos, honestos, comprometidos con la construcción de una sociedad más justa y equitativa. Me he propuesto ser agente de cambio, así que me valgo de lo que aquí he encontrado para reconstruir mi identidad política, y así guiarles en un caminar hacia el conocimiento y la emancipación; promoviendo espacios de encuentro desde los que se fomenten la reflexión, el diálogo, la transformación humana y social.

John Ruskin (1998), con osadía, nos recuerda que educar no es sólo transmitir conocimiento, sino moldear individuos que previamente no existían. Siguiendo este tipo de premisas, mi misión como maestro entrelaza la movilización de intereses educativos y culturales, con la dinamización de proyectos de vida sustentados en la ampliación de las visiones personales, económicas, sociopolíticas, que pudieren aspirar a comprender y encarar los educandos; teniendo claro aquí, por supuesto, el respeto total a la autonomía, al criterio y libre determinación de estos en su toma de decisiones.

Es esencial comprender que el maestro no es el único que enseña, los estudiantes también tienen mucho valioso que aportar. Por lo tanto, recíprocamente, el maestro también tiene bastante que aprender en el proceso. En palabras de Freire (1996a), «quien enseña aprende al enseñar y quien aprende enseña al aprender» (p. 45), reconociendo así la pluralidad de roles y la riqueza de intercambio entre todos los actores del proceso educativo.

Bajo una perspectiva inspirada desde la educación popular de Paulo Freire, se vislumbran alternativas enriquecedoras para la escuela tradicional, que se soporta formalmente en la transmisión de contenidos y el disciplinamiento. Freire nos invita a ver la educación como un espacio político-cultural, donde la enseñanza debe ser una herramienta que sirva para dilucidar las verdades ocultas por las clases dominantes.

Es una llamada a una educación comprometida con la formación crítica y política de los sujetos; para que puedan reflexionar sobre sí mismos, sobre la capacidad propia de actuar y transformar sus realidades. Desde este enfoque, considero que la escuela debe abrirse a múltiples discursos y tener la autonomía para decidir qué enseñar, tomando en cuenta sus necesidades y criterios conforme a las características del territorio.

Esta perspectiva me lleva a concebir la escuela como un agente político que puede tomar decisiones sobre la formación de los sujetos, basándose en sus necesidades y en las demandas del contexto territorial y su diversidad humana, social, cultural, económica y geográfica. En este escenario, educadores y educandos nos convertimos en sujetos cognoscentes, políticos, capaces de problematizar nuestras relaciones con nosotros mismos, los demás y con el entorno, de rehacer y transformar aparentes realidades.

Desde mi perspectiva como maestro, considero fundamental el darles importancia y retomar las luchas pedagógicas y políticas desarrolladas por nosotros, los docentes, a lo largo de la historia. Uno de los movimientos significativos en este sentido fue el Movimiento Pedagógico Colombiano, que surgió en 1982, el cual he apoyado y acompañado en algunas de sus expresiones de lucha o en interacciones entre colegas movilizados, comprometidos, con los afanes de transformación de la educación. Su labor es admirable, imagino admirar mi propia transformación. De hecho, este movimiento tiene como objetivo recuperar nuestra identidad intelectual como maestros, luchando por transformar los discursos y prácticas que enmarcaban la labor educativa en las instituciones. Se apuesta por convertirnos en sujetos de saber, reconociendo la importancia de nuestras experiencias en el aula y la significación de la práctica pedagógica. Durante ese proceso hemos confrontado las políticas hegemónicas de la época, y resistimos promoviendo la renovación de nuestro pensamiento, la transformación de las prácticas y saberes en la educación. Así que es un pretexto más para renovar no sólo mi pensamiento, sino mi mente e identidad como sujeto político. Derrumbar los sesgos y desandar los caminos de la certeza y la predeterminación.

Otro esfuerzo valioso que considero indispensable recordar es la Expedición Pedagógica Nacional, un proyecto en el cual también participé activamente en lo que se pudo como estudiante. Este proyecto nos colocó, a nosotros, los maestros, como actores principales y nos animó a reflexionar sobre nosotros mismos y sobre nuestra práctica docente. Además, buscaba que pudiéramos dar cuenta de nuestro quehacer pedagógico en la cotidianidad de la escuela. Con eso y todo, no se sabe el momento, las circunstancias ni los modos en que dichas reflexiones llegan más allá de lo que son, y permean al ser, agitan la realidad política del yo maestro.

Ambos propósitos, tanto el Movimiento Pedagógico como la Expedición Nacional, han sido entendidos no sólo como esfuerzos pedagógicos sino también como acciones políticas, ya que cuestionaron los procedimientos existentes para la escolarización y nos permitieron ver las crisis que enfrentaba la escuela; ya fuese desde los modelos pedagógicos impuestos e impositivos o al interior de las prácticas hegemónicas en las instituciones educativas. La causa hoy puede ser la emancipación del yo maestro, sólo así podré emancipar la educación desde las esferas más inmediatas en las que puedo incidir directamente, mi ser, el aula, la institución, la estructura y funcionamiento curricular, el diálogo entre maestros, el territorio y la comunidad. En todo caso el rol de la escuela ha de ser el mismo desde tiempo atrás, y lo que posiblemente deba reencausar es mi rol como maestro, mi compromiso conmigo mismo.

Consideraciones finales

Comprendo la identidad política del yo maestro como una esencia permeada por mi convicción de servir a los demás, me entrego a los otros cabalmente sin que necesariamente lo haga hacia mí mismo en profundidad, sin que me conozca lo suficiente. Mi interés genuino por los problemas del sistema educativo debería direccionarse a los problemas de la humanidad, primero virar hacia las necesidades de mi ser como maestro, permitirme encontrar en mi desarrollo personal y académico caminos para la transformación del sistema social que transformará el sistema educativo. Entonces, debo aprovechar la facilidad de percibir las particularidades del contexto territorial en la reconfiguración de mi práctica pedagógica al tenor de los saberes, conocimientos científicos, teorías y capacidades pertinentes para la comunidad educativa que habita en la ruralidad.

Mi postura decidida a contribuir al mejoramiento de la sociedad me puede estar llevando a abordar situaciones, generalidades y aspectos de la vida que me dispersan del centro del yo maestro y su función esencial como la formación integral, además de la constante reconsideración y cuestionamiento acerca de lo humano y su profundidad ¿Cuál es el centro de mi ser que me puede llevar a lograr esa profundidad y cómo hacerlo?

En medio de mi elocuencia conmigo mismo y con los demás, en mi vocación de servicio, aptitud para darme al otro y valiosa espontaneidad se camuflan las fragilidades y vacíos que debe llenar el yo maestro ¿Qué mecanismos puedo emplear para ser más reflexivo antes, durante y después de mis acciones pedagógicas y transformativas?

Mis cualidades innatas, mi autenticidad, liderazgo y mi forma sustancialmente propia de ser y ver la vida me ayudarían a hacer la diferencia en los cambios que requieren las formas de enseñanza-aprendizaje. Así como tengo la gran capacidad de escuchar a los demás y de dialogar con los otros, debería escucharme y dialogar más a fondo con mi yo maestro, de modo que le pregunte ¿Qué conceptos y acciones pedagógicas resignifican la identidad del yo maestro como sujeto político que pretende formar integralmente en contextos de diversidad territorial? Las transformaciones educativas y sociales son posibles desde adentro de la escuela como desde las profundidades de mi yo maestro. A manera de cierre, son más las preguntas que me quedan que las respuestas a partir de este ejercicio investigativo, continúo la reflexión y la construcción de mi identidad política, como esencia de este yo maestro único y en formación trascendental.

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1 Formar estudiantes en diversidad contexto territorial, se comprende como el conjunto de decisiones y acciones que un maestro ejecuta en un contexto particular como la ruralidad o lo urbanístico de una institución educativa en específico, en el cual las personas que se educan ven la vida de una manera especial, se comportan de acuerdo con las especificidades de su medio, tienen unas expectativas particulares y colectivas, poseen matices culturales que los identifican, unas necesidades y problemas espaciotemporales de carácter socioeconómico y ambiental propios, así como unas posibilidades y medios de transformación individual y social específicas que difieren de otras instituciones educativas. Formar en diversidad contexto-territorial es reconocer y proceder pedagógicamente respecto de la autonomía institucional y la libertad individual como posibilidad de las capacidades excepcionales y particulares de los estudiantes, es reconocer la importancia —y actuar desde la enseñanza— a partir de las potencialidades específicas, los gustos, anhelos y virtudes de los estudiantes.

2 La crematística comprendida como la experiencia y habilidad de proveer riqueza y/o bienes a mi familia, a mi hogar y a mí mismo

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“pálido.deluz”, año 11, número 162, "Número 162. Pedagogía del fracaso. (Marzo, 2024).", es una publicación mensual digital editada por Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México, C.P. 11420, Tel. (55) 5341-1097, https://palido.deluz.com.mx/ Editor responsable Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández. ISSN 2594-0597. Responsables de la última actualización de éste número Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, CDMX, C.P. 11420, fecha de la última modificación agosto 2020
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