Dentro del restaurante, varias parejas festejaban el día del amor y la amistad; intercambiaban regalos, chocolates, sus mejores sonrisas y abrazos, todo era felicidad. Parejas de ancianos, maduras y jóvenes, festejaban alegres; todos en general disfrutábamos la dicha de ser y estar en ese momento. Observar y ser observado también es una actividad complementaria en estas actividades.
Al poco tiempo de estar degustando el café mañanero, observé a una joven pareja fuera del restaurante, estaban platicando de manera amigable, no se veían con el dinero suficiente para entrar y disfrutar una rica taza de café, pero el joven sostenía con orgullo un clavel con su gran moño rojo, para obsequiárselo a su amada. Poco a poco, la plática se fue convirtiendo en una pequeña discusión que al paso del tiempo, derivó en una franca pelea verbal en donde el hombre llevaba la peor parte; la ahora extraña, le señalaba con el dedo índice, posibles afrentas sufridas en el pasado. El muchacho, al paso del tiempo, dejó de contestar o hablar a su interlocutora y empezó a asentir con su movimiento corporal. Su sonrisa inicial, poco a poco se fue desvaneciendo y sus brazos, que en un principio se encontraban abiertos, queriendo abrazarla para suspender el intercambio de palabras, poco a poco fueron cayendo a sus costados; el clavel cayó al suelo.
Finalmente la de la voz cantante, se levantó y después de una breve mirada y rechazando el intento reconciliador del muchacho, se marchó del lugar. Nunca he visto en la expresión de persona alguna, esa mirada y ese rostro sumido en tal desesperación; su vista se perdió en el horizonte del centro comercial al desaparecer la imagen amada. A continuación, presa de la emoción, acertó a sentarse en la banqueta de frío cemento.
Pensé, era el único observador la escena, no fue así, un anciano triste quien también desayunaba solo, se levantó y salió con sus pasos lentos; se dirigió al joven y le pidió, con mucho tacto, lo acompañara a tomar una taza de café. Extrañado, pese al sufrimiento, el joven accedió y ambos entraron al lugar. Ocuparon la mesa contigua a la mía y por primera vez, oí al anciano contar su historia a un desconocido: la mujer que por mucho tiempo compartió su vida y su tiempo, hacía seis meses había fallecido. Estaba solo; sus hijos habían abandonado la casa familiar para formar sus propios hogares y rara vez lo visitaban: habían emigrado a otros estados de país en busca de mejores trabajos. Pocos amigos de su edad estaban vivos y pocas veces tenían tiempo de acompañarlo. Por lo tanto, le explicó, era momento de buscar un amigo con quien platicar; le comentó la importancia de compartir su vida con una buena pareja como él lo había hecho y le aconsejó esperar un tiempo prudente para equilibrar las cosas: - cuando no te toca una buena mujer aunque tú quieras y cuando una buena mujer te toca, aunque te “quites”, te corresponde – concluyó su exposición; el joven se dio cuenta en ese momento, como no estaba solo en su sufrimiento y como otras personas de edades diferentes, a su manera, también lo estaban. La buena charla estuvo aderezada con el desayuno económico que dio paso a la taza de café humeante. Como el estacionamiento de autos exige un gran pago en esos centros comerciales, era el momento de marcharse, las dos horas de pago barato se estaban agotando y era el momento de la despedida. El anciano cumplió su palabra y pagó el consumo de ambos antes de salir del lugar. Al darse la mano de despedida, observaron como una linda muchacha regresaba, con los ojos llorosos, a continuar la plática interrumpida; después del fuerte abrazo y la sonrisa del anciano, se fueron al lugar en donde momentos antes se dio la separación. El clavel con su gran moño rojo, había desparecido. Pero, después de todo, ¿quién dice que las relaciones amorosas terminan mal en un 14 de febrero, día del amor y la amistad?-.
CONTRASTES
Estaba con la computadora en mi restaurante favorito, ese que tiene conexión eléctrica e internet de gran velocidad y tardan un tiempo prudente para atender. Estaba ocupado leyendo una tesis de una compañera de licenciatura. Por ser del área de Ciencias me correspondía ser lector de la parte científica del proyecto; el trabajo, muy bien llevado por la futura maestra de Pre-escolar, tenía ciertos contenidos que no coincidían con la bibliografía anotada al final del documento. Varias interpretaciones no eran las adecuadas y era necesario subrayarlas para mejorar su trabajo. Por lo tanto me encontraba leyendo y aportando aclaraciones, cuando al encontrar mi taza de café semifrío en la mesa, observé de reojo, en la mesa de junto, a una pequeña de facciones delicadas quien me miraba de manera insistente y me hacía recordar a una de mis hermanas cuando era bebé ( la Mandis como mi papá le decía) ; al tomar un poco de café me pongo rojo y no denoto a la excelente persona que soy (además de modesto); la niña no estaba espantada, simplemente me miraba con insistencia; la joven madre, la tomaba en sus brazos y la cambiaba de posición; la nena volteaba la cabeza y volvía a mirar con insistencia a mi persona; como soy bastante feo, lo compruebo en la mañana cuando me levanto a cepillarme los dientes y observo una cara maltratada por el tiempo y los malos cuidados, creí entender el porqué de esa mirada insistente. No obstante lo anterior, la hija no se encontraba asustada; posiblemente veía a un sujeto extraño en su mundo de bebé. La madre, dejó de moverla al comprobar la insistencia de la criatura y a continuación con mesura, abrió un recipiente de vidrio y con una pequeña cuchara complementó el alimento de la bebe (biberón con leche). Continué mi labor interrumpida y seguí con la lectura. Cuando me dedico a una actividad determinada, me olvido del mundo exterior; me concentro tanto que al ubicarme en la tarea, en el espacio correspondiente, tardo un momento en darme cuenta en donde estoy. Por ello cuando volteé a la mesa adyacente, encontré a un muchacho extraño que sentado en su silla de manera totalmente “despatarrado”; me miraba con malos ojos, enojado y con suspicacia; era un joven que mostraba una camiseta de color indefinido que permitía observar un cuerpo con una gran cantidad de tatuajes terroríficos; calaveras, paisajes desoladores, gotas de sangre, personas torturadas, suásticas, crucifijos torturados; Su cara mostraba también los tatuajes de manera asimétrica, junto con sus arracadas en las orejas y un anillo en la nariz; su actitud al tomar y comer sus alimentos, mostraba a un muchacho sin educación alguna; “sorbía” la comida; le escurría liquido por las comisuras; se limpiaba la boca con la mano; tomaba con los dedos la verdura; el olor que desprendía mostraba su desdén por el baño frecuente; su barba desaliñada mostraba poco interés por el rastrillo; su pelo mostraba los estragos de la poca limpieza y de un peine; de manera constante se “rascaba” la cabeza; sus zapatos y su ropa de buena calidad, estaban sucios y arrugada. Con su mano izquierda, sostenía, sin mucho cuidado, a la niña que no dejaba de mirarme; No entendí de manera inmediata lo que había pasado; la señorita pulcra, y bien vestida de hacía unos momentos, se había transformado en un sujeto fuera de serie. La magia existe y pensaba para mis adentros; en donde está el mago que logró todo esto en escasos minutos. La respuesta apareció de inmediato; la señorita bien arreglada y educada, venia del tocador. Enseguida tomó a su criatura, la arropó con sus brazos y se sentó muy juntito al lado del fulano quien engreído, se hacía del rogar; la muchacha lo tomaba constantemente de la mano (sucia para variar) para acariciarla y llevarla a su cara con su cariño de mujer enamorada. El rechazo del fulano era evidente; increíble ese cuadro surrealista en un catorce de febrero, día del amor y la amistad, que no he vuelto a ver jamás. Se notaba a leguas el contraste. Dos mundos totalmente opuestos. No era posible. La lógica más elemental, estaba en contra de ese evento. Al seguir observando a su niña, que insistía en ver a este relator quien fingía continuar con su trabajo, pidió la nota con una gran descortesía a la mesera y ambos, las musas de un buen pintor surrealista, se despidieron, dejando la mesa y el piso lleno de restos alimenticios y servilletas embadurnadas de saliva y suciedad (en Termodinámica: un gran desorden, igual a una gran entropía). Pensé: era el único impactado por esa visión. No fue así, unos leves murmullos de los comensales cercanos, denotaron también su preocupación y me observaban desolados al igual que varias meseras. Un parroquiano que acude con frecuencia a este lugar, se acercó a mi mesa y me aclaró lo sucedido; - la pequeña, muy roja como usted en este momento y con facciones semejantes, parecía su hija o su nieta; por eso el “tatuado” lo veía con tanta furia; la niña en nada se parecía a él y muy poco a la madre; ambos muy diferentes a la niña; tres mundos diferentes en una mesa; cuando se retiraron de improviso, fue porque dos policías llegaron a ocupar una mesa, posiblemente avisados por la gerente del lugar; tal vez pensó que en este lugar habría un pleito esperado
A veces es necesaria una explicación añadida para entender el mundo y tener presente como existen situaciones difíciles de explicar. Quiero decir en confidencia: entre esa niña y un servidor, existía una comunicación filial, tal vez genética por nuestros posibles ancestros que llegaron a establecer relaciones personales en los tiempos pasados. Misterios sin resolver.
Estaba muy quietecita en su mesa, la señorita con muchos años, estaba consumiendo su rico desayuno; de vez en cuando, su cuerpo se estremecía por los sollozos contenidos; no ocultaba sus canas y llevaba su ropa y pelo bien arreglados, como corresponde a una dama bien educada. Bien portadita, comía en silencio sus alimentos; sobrecogía el alma ver tanta soledad en un cuerpo cargado de años; de vez en cuando dirigía su cansada mirada a la puerta como esperando algo. En ese 14 de febrero, muchos enamorados con sus respectivos regalos y flores, llevaban a sus parejas a desayunar; había risas y alegría por doquier; pocos reparaban en la tristeza de la señora; allá, por la entrada del lugar, apareció un joven con su novia, ambos llevaban sus mochilas de estudiantes; llevaba el enamorado un buen ramo de rosas rojas; la señora, había bajado la mirada y se concentraba en su comida. El muchacho, en lugar de tomar el lugar asignada por la mesera, se dirigió resueltamente a la mesa de la señora quien sorprendida, alzó la mirada para descubrir el rostro de un joven y su pareja que le obsequiaban amorosamente, una caja de chocolates y un buen ramo de rosas; feliz y contenta, tomó con gran placer, los regalos ofrecidos. A continuación, acompañaron a la festejada; compartieron, abrazos, chocolates, palabras, risas y alegría. Después de un buen rato, los jóvenes se levantaron y acompañados de las bendiciones y buenos deseos de la señora, marcharon a su destino. Al preguntarle la solicita mesera quienes eran, contestó con la voz entrecortada: - no los conocía -.
A veces la realidad, supera la ficción.
EL PROFESOR DE CIENCIAS
Lo conocí en la secundaria en la cual inicié mis labores como maestro de Ciencias. Era un maestro en toda la extensión de la palabra. Era mayor en conocimientos y edad. A los 23 años de edad una persona de 43 suele describirse como un verdadero anciano; ahora que rebasé esa edad por mucho, me doy cuenta de que era un “polluelo”. En esos años, cuando existían dudas académicas o de la vida ordinaria, me acercaba con el matusalén de la escuela, como hacían varios compañeros, para pedir y recibir un consejo que en forma mesurada nos ofrecía. Siempre nos otorgaba el mayor regalo que un adulto le puede ofrecer a otro: su total atención. Cuando entendía la magnitud del problema, siempre lograba que uno mismo encontrara la respuesta. Comentaba: - si tienes un gran problema, tienes la gran solución; nadie más que tú tiene la capacidad de resolverlo gracias a la información y conocimientos acumulada en el devenir de la problemática -. Y así era. Conocíamos su gran discreción y estábamos seguros que a nadie comentaría nuestras encrucijadas. Nunca nos falló. Los alumnos son los grandes conocedores de los grandes maestros y siempre pedían su asesoría. Muchas veces me correspondió, intentar igualar su capacidad académica; (los profesores somos competitivos). Posiblemente nunca lo logré, pero siempre intenté superar sus resultados pedagógicos. El me animaba con la confianza de amigo a lograrlo. Una de las actividades que, según yo, en esa época le hacían “perder” tiempo en la primera hora, era darles 10 minutos “grandotes” de su clase, a los alumnos cuando le correspondía dar clases en la primera hora. Hablaba previamente con los padres para que los enviaran con un pequeño refrigerio saludable (la mayoría de los alumnos y maestros, llegan a sus grupos sin probar alimento; no se puede exigir rendimiento de excelencia a un muchacho o a un maestro que lleva más de diez horas sin comer). Este se consumiría en plena clase en donde siempre lograba un buen ambiente de camaradería entre sus alumnos. Pero así como daba tiempo, exigía calidad en los aprendizajes. Cada una de sus clases estaba previamente planeada; era de esos hombres que dividía el pizarrón en tres partes iguales, regla en mano y empezaba con las situaciones problemáticas en donde los datos desmenuzados del problema se anotaban con rigor; la fórmula encontrada; la sustitución de letras por números; las operaciones y el resultado con sus unidades, se lograban de una manera intuitiva y maravillosa. Al pasar al pizarrón, a resolver problemas, los alumnos sabían del apoyo ofrecido y nunca los defraudó. Los instaba a reflexionar y preguntarse: -esto para que sirve en mi vida ordinaria y como puedo aplicarla. Por ejemplo: a toda acción, corresponde una reacción igual pero en sentido contrario (tercera ley de Newton); si me porto mal con las personas ellas harán lo mismo -. Actualmente, los grandes pedagogos, posiblemente no estén de acuerdo en esas mal llamadas recetas de cocina; pero el razonamiento logrado por los alumnos en esa época, en la teoría y en el laboratorio, superaba los mejores pronósticos. El ahora llamado pensamiento lógico matemático (una de las inteligencias múltiples de acuerdo a Howard Gardner) era conducido con cariño y paciencia; si un alumno no entendía algún concepto o idea desarrollada en clase, era atendido de manera personal por el docente; ningún padre de familia o maestro, interpretó mal esas asesorías personales en las cuales un mínimo de dos o tres alumnos eran atendidos y conducidos por los caminos del saber de manera amónica. Al paso de los años, tuve que dejar la escuela; el ascenso como subdirector así lo requería. Al despedirme de mi gran maestro, me dijo: - cero despedidas; arrieros del saber somos y en el camino andamos -, un viejo dicho popular mexicano. Nos deseamos lo mejor y al paso de los años, ya como director nos volvimos a encontrar; seguía como docente de grupo, y con varias letras de la Carrera Magisterial de aquellos tiempos (escalafón horizontal); pese a tener una gran cantidad de conocimientos, certificados, títulos de profesor de Física y Química por la ENS; química por la UNAM; maestría en Ciencias Aplicadas, etc.) Nunca quiso ascender en el escalafón vertical. Fue de los primeros profesores en abogar por el cambio de los pizarrones que utilizaban gis (Carbonato de Calcio sin envase) por los pintarrones que utilizaban marcadores de agua “rellenables”.Comentaba que el polvo de gis, al ser respirado con frecuencia, se introducía en los pulmones causando estragos en el respirar (lo denominaba silicosis del maestro). Era increíble, en público me hablaba de usted y en privado como un viejo amigo. Se decía profesor de grupo y actuaba como tal, siempre preparando sus clases y ofreciendo su mejor esfuerzo académico. Aplicaba el principio de Peter, en donde un buen maestro de grupo, puede convertirse en un pésimo directivo por su incompetencia administrativa. Lo admiré por ello; pese a sus abundantes canas, seguía siendo un profesor con letras mayúsculas. Cierto día coincidimos en su grupo (apoyaba y aprendía de su trabajo, ya como Jefe de Clase) ; estaba triste y estaba feliz; la semana entrante dejaría de laborar en las escuelas; a sus 65 años cumplidos; era el momento y la hora por él determinado, con 45 años de anticipación. En esa época, cuando recién iniciaba a los veinte años sus andanzas como profesor de educación primaria, se redactó su primera carta laboral. En ella escribía, como un maestro debía dar clases con honor y no inspirar lastima; y era prudente dejar el magisterio a jóvenes mentores. En aquella época, se dio cuenta de cómo era una buena edad para hacerlo, al observar a muchos maestros y personas que ya no rendían lo suficiente, y los incipientes problemas de salud empezaban a presentarse de manera tenaz. Exactamente el día en el cual cumplió años, la abrió y observó la letra de un joven que le pedía se retirara con honor de esa noble profesión. Me mostró un viejo manuscrito, en donde se encontraba el mensaje dirigido al hombre de 65 años. Se despidió de todos y al terminar de arreglar sus asuntos administrativos, se dirigió a su hogar con la determinación de haber terminado su misión académica
Más adelante lo volví a encontrar (los maestros como decía: -arrieros somos y en el camino andamos-) estaba alimentado, a las 7 horas de la mañana a varias aves; en su primer recorrido les daba alimento a las palomas y en su segundo, a los pájaros que también lo conocían y lo reconocían como su gran “alimentador”. Hablamos de los tiempos pasados y como siempre encontré en él, al viejo sabio, ahora de caminar lento de más de ochenta años, su gran capacidad para escuchar y ofrecer palabras de aliento. Nos encontrábamos rodeados de una parvada de pájaros que lo rodeaban; recuerdo como uno de sus grandes secretos para enseñar a los alumnos era: - sí un alumno va a la escuela bien alimentado, es posible hacer milagros educativos. Un niño bien nutrido, es un buen ciudadano de la escuela y de la vida -. Después de alimentar a las aves, se dirigía a su hogar para alimentarse con su esposa.
He dejado de verlo hace tiempo; lo he buscada en las plazas en las cuales alimentaba la vida; no me han dado razón de su presencia, pero sé que en el lugar en el que se encuentre, aquí o allá, estará bien; su “don de gentes” lo hace previsible.