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Jueves, Mayo 02, 2024

Niño deja ya de joder con la pelota

niño: que eso no se dice,

que eso no se hace,

que eso no se toca

Esos locos bajitos / Joan Manuel Serrat


Estaba sentado en uno de los anexos al Auditorio Rafael Ramírez, de la secundaria Anexa a la Normal Superior. Lo recuerdo bien: estaba casi lleno de estudiantes que participaríamos en un concurso de oratoria: yo estaba inscrito en la modalidad de discurso escrito. ¿El tema? No lo recuerdo

Conforme iban pasando ellas y ellos, empecé a sentir una incomodidad en el estómago y mis manos empezaron a sudar. Me dio miedo el ridículo, equivocarme, paralizarme. Cuando se acercaba mi turno, no soporté más y abandoné el recinto.

Esa experiencia se las he contado a mis estudiantes de licenciatura porque me sirve de catarsis. Pero, también, para que aprendan a sacar partido de los fracasos. En la escuela como en la vida, se acierta o se yerra. Pero peor es no intentar. Una de las lecciones que debiéremos promover de manera regular es, justamente, que el fracaso puede ser visto como la oportunidad para entender eso: que somos humanos y que no es fatal equivocarse, reprobar o sacar una mala nota cuando podemos rectificar el camino. No necesariamente el camino ‘bueno’ que sugiere la institución escolar que, en ocasiones, suele ser un dique a la libertad, a la auténtica construcción de las personalidades y a la expresión de las ideas que nos muestren seres humanos antes que matriculas o expedientes de Orientación o Control Escolar.

De esa experiencia que les comento he sacado mucho: aprendí a que la vida se enfrenta, no se le rehúye. También que aquello que parecía imposible de hacer se puede convertir en una de las oportunidades para crecer y desarrollarse.

Por supuesto que no soy orador profesional, pero durante mi época de estudiante de la Escuela Normal Superior de México, tuve la oportunidad de forjar una ideología, participar en los movimientos estudiantiles que se generaban en mi escuela, ser representante de mi generación, miembro del Consejo Estudiantil de Representantes de Grupo, miembro del Consejo Técnico Consultivo Paritario. Ello, entre otras cosas, demandaba hablar en público para defender una idea, debatir por horas o para convencer a los compañeros de la importancia de tal o cual demanda, propuesta, etcétera.

Aquel miedo del chavito de la secundaria solo quedó como anécdota. No quiere decir que haya una transmutación hacia la seguridad fría, distante, la que no invita ni concita. No, por supuesto, que varias veces la voz puede temblar, las piernas flaquear, las manos sudar o temblar, pero es parte de la emoción humana. Es factible enfrentar y comunicar, a partir de esa sensación, emociones, ideas y concitar adhesiones.

En esa misma época de la secundaria tuve un año terrible, desde el punto de vista académico: reprobé muchas materias y por mi pésima conducta (según sus cánones: era risueño), fui expulsado al terminar segundo año, a pesar de haber pasado todas las materias en los exámenes extraordinarios, con buenas calificaciones, además.

Esta experiencia sí requirió de algo más que una simple catarsis: ser expulsado equivale, casi casi, a ser desterrado; te señalan, te etiquetan y lo peor, te las llegas a creer por un tiempo: fracasado, mediocre, rebelde, inadaptado, flojo, tonto.

Con ese estigma luché un tiempo, pero justo por ser algo más fuerte, si había de venir un cambio este tenía que ser significativo y por lo tanto terapéutico. Gran parte ya se las nafré en párrafos arriba: mi incursión en las luchas estudiantiles me curtió, me entrenó, me ayudó a ser maestro, pues, ¿de qué otra manera podemos entender a un maestro si este es incapaz de comunicar ideas, de promover el diálogo fundante de síntesis y aprendizajes en y con sus estudiantes?

Lo más curioso es que la licenciatura que elegí para estudiar en la Escuela Normal Superior de México fue la de Educación Cívica y Social: ¿Por qué curioso? Pues porque en el enfoque de entonces, muchos la confundían como una serie de recetas para conformar al ‘buen ciudadano’, aunque éste solía ser desde la mirada institucional y de varios compañeros, aquel estudiante dócil, conocedor de sus deberes y de sus derechos, pero con pocas y reales oportunidades para expresarse.

Desde 1999 se cambió Formación Cívica y Ética y en mi modesta participación señalé la importancia que tenía entender ese pensamiento ético como plataforma para razonar nuestras conductas y no para imponer cartabones anacrónicos de comportamiento. Lamentablemente, aun con el nuevo enfoque, no todos lo entienden o muchas escuelas siguen siendo, parafraseando a Foucault, espacios de domesticación para vigilar y castigar.

Así que esa cultura cuasi militar que padecí en la secundaria es algo contra lo que luché como maestro de secundarias; es decir, siempre fui con los adolescentes alguien que intentaba comunicarse y entender sus necesidades para tender puentes de entendimiento: creo que me dio resultado pues, por ejemplo, nunca baja a un solo estudiante al departamento de Orientación. Así, de aquella humillación que significó ser expulsado pude entender lo que no debería ser una escuela: un cuartel o convento que reprime las libertades más elementales.

Aquí quiero hacer un paréntesis: mi secundaria gozaba y goza de un gran prestigio, regularmente tiene excelentes maestros y estudiantes que se filtran dada su alta demanda. Fui parte del coro del que estaba orgulloso e hice amigos entrañables, pero esas medidas implacables sin la menor consideración u oportunidad para resarcirse, me parece, no hablan bien de ella. Al menos, eso me hizo pasar varios años para recuperar mi autoestima. En una ocasión iba pasando por fuera de ella con mi esposa volteé hacia la entrada y entre cariño y dolor le dije a ella: “ya los perdoné”. Creo que no entendió, pero aun ese aprendizaje pude sacar de la derrota: es factible sacudirse los fantasmas y lo es más y mejor cuando hemos encontrado en la vida sentidos vitales que nos permiten seguir adelante. La escuela, la vida siempre nos dan la oportunidad de aprender de nuestros tropiezos y convertirlos en oportunidades pedagógicas en la más amplia denotación de la palabra.

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Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández
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“pálido.deluz”, año 11, número 162, "Número 162. Pedagogía del fracaso. (Marzo, 2024).", es una publicación mensual digital editada por Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México, C.P. 11420, Tel. (55) 5341-1097, https://palido.deluz.com.mx/ Editor responsable Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández. ISSN 2594-0597. Responsables de la última actualización de éste número Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, CDMX, C.P. 11420, fecha de la última modificación agosto 2020
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