La secundaria puede ser para muchos un infierno, tanto para alumnos y maestros, llaman a este periodo de tiempo la edad de la rebeldía o de la calentura: alumnos engreídos, maestros cansados de lidiar con ellos, directivos ignorando los problemas de adolescentes descarriados. Éstas y más situaciones son las que hacen a este tipo de escuelas el lugar donde nadie quiere entrar.
En mi caso, mis recuerdos de secundaria se dividen en dos mundos diferentes: el primero, en una escuela que quedaba a 40 minutos caminando por calles pavimentadas, y a 20 minutos cruzando el cerro de mi colonia.
—¿Por qué tengo que ir a esa y no a una más cerca?
Según mi mamá, para cambiar de aires. Esa secundaria pertenecía a otro municipio y a una zona mejor que en la que yo vivía, casas bonitas y grandes, coches estacionados fuera de ellas, personas mayores paseando a sus mascotas. Nada que ver con las casas de mi zona: casas en obra negra, algunas de lámina y patio de tierra.
Entrar a esa escuela fue el mero infierno, la mayoría de los alumnos bien vestidos y presentables, al contrario de mí, que vestía de pan’s que no formaba parte del uniforme y tenis rotos. Eso marcó la diferencia y fue mi distintivo. En aquel lugar se reflejaban problemáticas sociales: las desigualdades, la pobreza y el individualismo que acaba con la solidaridad, empatía, y los valores comunitarios. Los alumnos, en especial mis compañeros, eran el reflejo de sus padres, pensaban que tenían todo el dinero del mundo y que por llevar tenis nuevos podían hacer menos a los demás.
Aquellas actitudes eran observadas por los profesores y por las autoridades escolares, pero todos se hacían de la vista gorda, entrando en la indiferencia y en decir: “No me afecta en nada”; pero no es totalmente su culpa, en realidad el sistema educativo los mantiene ocupados en otro tipo de problemas. ¿Cómo van a tener tiempo para problemas de adolescentes?
Esa ideología de superioridad tiene su origen en el individualismo que el sistema educativo se aferra en promover. ¿Quiénes son ganadores? ¿Quiénes son perdedores? Pues, en ese momento yo fui la perdedora.
Decidí no volver a pisar ese lugar, la consecuencia: perdí un año, mi tercer año de secundaria. Después de ese fracaso, me obligaron a entrar nuevamente a estudiar —¡Maldita sea!— Pero, gracias al cielo, esta vez sería en una escuela diferente, una que quedaba a 5 minutos de mi casa. Entré a mi salón de tercer año, todos ya tenían sus grupitos hechos, seguían siendo adolescentes engreídos, había profesores hartos de dar clase a mocosos inquietos, las bancas estaban maltratadas y rayadas; pero por algún motivo, se respiraba un ambiente diferente, nadie se sentía superior a nadie, nadie se creía mejor que el otro por el sustento monetario de sus padres, aunque existía la competencia entre algunos. No sé qué herramientas pedagógicas utilizaron los profesores, o los padres, o ve a saber quién, pero lo hicieron bien, era un grupo que estaba en paz, lograron hacer que esos adolescentes descarriados, se fijaran en cualquier cosa, menos en quien traía tenis rotos.