En la novela Sidi, de Arturo Pérez-Reverte, se plantea una reflexión interesante: "No se puede confiar en alguien que nunca cometió un error. Expone a otros a verse envueltos en el primero que cometa". Esta idea resuena profundamente en mi opinión, ya que sugiere que la perfección absoluta es no solo irreal, sino potencialmente peligrosa.
A lo largo de la historia de la humanidad, los errores han sido parte integral del proceso de aprendizaje y crecimiento. Si bien es cierto que todos hemos cometido errores, también es cierto que estos errores nos han enseñado lecciones valiosas que de otra manera no habríamos aprendido. De hecho, es gracias a los errores que hemos progresado como sociedad, alcanzando mayores niveles de libertad, salud, conocimiento y esperanza de vida.
La ciencia, la filosofía, el arte y la cultura se han desarrollado a través de un constante proceso de prueba y error. Cada error cometido nos ha impulsado a buscar nuevas soluciones y a mejorar nuestras prácticas. Es en la imperfección donde radica la verdadera oportunidad de crecimiento y desarrollo.
Lamentablemente, en el ámbito educativo, algunas corrientes profundamente cercanas al capitalismo han promovido una obsesión por los logros inmediatos y la perfección desde una edad temprana. Se ha priorizado el rendimiento académico sobre el desarrollo integral del individuo, ignorando las circunstancias sociales y el ritmo natural de cada persona.
En las series modernas de televisión, que educan mucho más de lo que pudiera parecer, constantemente vemos a padres de familia angustiados porque sus hijos que aún no saben caminar deben entrar a una gran escuela de preescolar, con casting, pruebas de aptitud, entrevistas y toda la parafernalia de un proceso de admisión profundamente elitista, deshumanizador y estúpido.
Pero esto no se queda únicamente en la ficción. Es preocupante ver cómo algunas escuelas presionan a niños de tan solo cuatro o cinco años para que alcancen metas académicas desproporcionadas, como aprender a leer, componer música o adoptar ideologías pseudoambientalistas, sin tener en cuenta su edad, madurez emocional o contexto social.
En lugar de buscar la perfección instantánea, deberíamos fomentar un ambiente educativo que valore el proceso de aprendizaje, donde los errores sean vistos como oportunidades de crecimiento y donde se promueva el desarrollo integral de cada individuo, respetando su ritmo y sus circunstancias. Solo así podremos construir una sociedad más equitativa, solidaria y verdaderamente educada.