El descalabro del modelo educativo implantado en España por la irredenta progresía allá por 1990 es relativo. Nos hemos habituado a hablar de fracaso de la enseñanza española por el marasmo intelectual que ha generado, a la vista de los resultados académicos reflejados en todas las pruebas externas a las que ha sido sometido el sistema educativo español desde la reforma nacional-socialista.
El error de apreciación en el que resulta sencillo caer es el de juzgar una política de claro sesgo ideológico por sus resultados, no por sus intenciones. Ocurre, así, lo que decía J.F. Revel con respecto al comunismo: es una ideología que se evalúa por sus promesas, no por sus efectos.
Bajo este nuevo prisma hermenéutico, la progresía española ha cosechado un enorme éxito en las últimas tres décadas, puesto que la retórica marxista presente en el articulado de todas las leyes educativas, desde la Logse hasta la Lomce, prometía y promete subrepticiamente desmantelar la escuela de su principal función, la de ser instrumento de promoción social a través de la instrucción. Atendiendo a este último factor no nos queda más remedio que reconocer que el modelo educativo actual ha cosechado un éxito rotundo.
El informe publicado este mes por el Foro Económico Mundial confirma el derribo, con acta de defunción, de nuestra escuela y nuestro sistema educativo (España por detrás de Armenia, Moldavia, Líbano, Indonesia, Zimbabue o Ruanda). Lo obsceno es que los resultados seguirán empeorando bajo previsión ideológica y la meta de las reformas aludidas seguirá consolidándose curso escolar tras curso escolar.
Para entender este análisis basta estar familiarizado con la jerga academicista que preconizaban los maoístas europeos de mayo del 68, entusiastas de las bondades criminógenas del gran salto adelante y apologistas de la lucha de clases como mecanismo de interpretación de la historia. Para estos marxistas de manicura la escuela no es sino un instrumento al servicio de los intereses de clase. Lo expresa sucintamente Pierre Bourdieu a finales de los ochenta:
Nadie puede negar que la escuela contribuye (...) a distribuir saberes y saber-hacer; pero no es menos cierto que contribuye también, y cada vez más, a la distribución de los poderes y los privilegios y a la legitimación de esta distribución. (...) La escuela liberadora es el nuevo opio del pueblo.
Por tanto, la Escuela debe ser destruida puesto que reproduce la cultura de la clase dominante. Se entiende, entonces, por qué la formación académica ya no se considera una prioridad, ni siquiera un objetivo. La escuela reproduce desigualdades sociales, por lo que cabe transformarla en guarderías de adultos donde la convivencia y la concienciación social sean los nuevos objetivos redentores.
Para ello ha sido necesario desarmar intelectualmente a toda una generación.
https://www.elmundo.es/baleares/2018/03/26/5ab8da36468aeb41038b45f9.html
El mundo, 16 marzo 2018