Esta idea constantemente se retoma en el salón de clases, cuando un niño se equivoca se le suele decir que es una oportunidad para aprender de ello. En muchas ocasiones lo he mencionado durante la resolución de problemas, repitiendo constantemente a los niños que, equivocarse no significa que deben sentirse mal, sino que reflexionen sobre lo que sucedió para que identifiquen qué fue lo que falló y así logren solucionarlo.
Sin embargo, cuando el error se presenta del lado del docente se crea un conflicto, porque usualmente se vincula con ineficiencia, poco profesionalismo o incluso falta de capacidad para cumplir su trabajo, como si el maestro fuera un ser perfecto cuyas acciones están fríamente calculadas, con lo cual nunca se le permite equivocarse.
Reflexionando sobre mis propios fracasos escolares podría identificar el primero cuando estaba estudiando en la Normal, recuerdo que era nuestra primera jornada de práctica y estábamos muy entusiasmados porque al fin cumpliríamos nuestro sueño de estar frente a un grupo. En aquella ocasión practicaríamos en parejas, sólo teníamos que diseñar actividades para las asignaturas de Español y Matemáticas, las maestras nos habían pedido las secuencias didácticas con anticipación para revisarlas. Después de varios días trabajando con mi compañera, creíamos que teníamos una secuencia perfecta, dividida en los tres momentos de la clase; muy seguras nos acercamos con la maestra para la revisión y fue en ese momento cuando descubrimos lo equivocadas que estábamos. El tema era muy sencillo por tratarse de un grupo de segundo grado de primaria, era seriación numérica, al inicio de la sesión habíamos planeado preguntarle directamente a los niños qué era una seriación, desde nuestra lógica era una pregunta simple que permitiría reconocer sus conocimientos previos, lo que habíamos ignorado era que se trataba de niños pequeños, a quienes debíamos involucrar en la clase para evitar que su atención se dispersara y cuyo vocabulario no siempre incluye conceptos formales. Después de la intervención de la maestra, nos dimos cuenta de que llevar a cabo la sesión como la habíamos planeado resultaría en un rotundo fracaso, ya que no lograríamos interesar a los pequeños, ni ayudarles en la construcción de este concepto, por lo que la modificamos para hacerla más interactiva, trabajando con materiales concretos, lo cual correspondía a las características de los niños de esa edad según Piaget.
En otra ocasión, durante mi primer año de trabajo como maestra frente a grupo, recuerdo estar abordando el tema de placas tectónicas y sismicidad con niños de 5° grado. En esa ocasión, se trataba de un grupo numeroso, donde los estudiantes se encontraban sentados en pupitres con poco espacio entre ellos. La idea era realizar un esquema en el cuaderno sobre las placas tectónicas y los movimientos que podían tener entre ellas. Recuerdo que yo me encontraba hablando, mientras ellos “prestaban atención” con su libro y cuaderno abiertos, pero con su mente en otra parte, porque su expresión denotaba que no estaban realmente siguiendo lo que les decía. En ese momento entendí que la clase no estaba resultando, que el aburrimiento estaba impregnando el ambiente y que, de seguir así, todo el día sería igual. Para evitarlo les pedí que se pusieran de pie para representar con su cuerpo los movimientos de las placas tectónicas, ya que en ocasiones el movimiento motriz beneficia la construcción de un aprendizaje. Con este cambio en la dinámica de la clase sentí que el rumbo se había recuperado un poco y confirmé que es importante considerar a los estudiantes, su estado de ánimo, así como el ambiente que se esté creando en el salón de clases.
Esta misma situación se ha presentado en otras ocasiones, tal vez porque está cerca el fin de semana, la hora de la salida o simplemente el tema no está resultando claro o atractivo para los niños, a veces hacer una breve modificación es lo único que se necesita, pero me ha pasado en otros momentos que no hay forma de retomar el rumbo, en especial en cuestiones de pensamiento matemático, cuando los niños están hartos de realizar operaciones o la forma en que estoy abordando el tema no resulta adecuado para ellos, por lo que he optado por dejar hasta ahí la actividad, ya que dedicamos mucho tiempo en ese ejercicio y seguirlo revisando sólo causaría hastío, por lo que mejor lo retomo al día siguiente desde otra perspectiva, investigando otras formas o actividades para abordar el tema.
Me parece que mis fracasos escolares han sido porque no he considerado las condiciones de los estudiantes, su interés, disposición o conocimientos previos, en otras ocasiones se ha debido a la cantidad de actividades que he propuesto, porque he sobrecargado lo que podía realizar realmente durante una sesión o debido a que los imprevistos que han surgido en el día a día de la escuela, no me permitieron realizar todo lo que había previsto.
Sin importar cuál sea la causa de estos fracasos, lo cierto es que todos esos momentos en que he fallado como maestra, han sido una fuente de conocimiento para mejorar mi práctica docente, los cuales me han permitido reflexionar sobre lo que estaba haciendo y me han retado a transformarme para no caer presa de la costumbre o la rutina, provocando que perdiera de vista el propósito de mi trabajo: el aprendizaje de los niños, para dedicarme únicamente a cubrir una jornada escolar sin importar lo que sucediera con los estudiantes. Por ello seguiré coleccionando errores, los cuales siempre serán una oportunidad para mejorar.