No sé si fue el primero, pero sí el más importante. El fracaso escolar que elegí para redactar se trata de reprobar más de tres materias en algún semestre de la prepa, lo que provocó mi baja y tener que buscar opciones donde me permitieran recusar para aprobar matemáticas, física, capacitación para el trabajo y no recuerdo cuál otra.
Desde luego no fue una buena experiencia. A esas alturas ya había tenido problema con las ciencias exactas, pues tan duras son para mí que siempre me costó entender sobre ecuaciones y fórmulas. Digamos que de cierta forma veía venir que iba a reprobarlas, pues siempre fueron “mi coco”, pero pienso que nunca pasó por mi mente que me iban a “botar” de esa escuela. Aunado a esto, estaba atravesando un momento difícil pues mi papá estaba enfermo.
Y bueno, después de una exhausta búsqueda de una escuela donde me permitieran estudiar sin importar la carga a cuestas de las materias reprobadas y con el dolor de mi familia por la pérdida de mi padre, encontré una buena opción. Fue una escuela privada y católica, donde conté con una beca del cien por ciento de mis estudios, ahí cursé me parece que año y medio, fue donde me gradué del nivel medio superior.
Sí tuve aprendizajes de este fracaso, el primero fue que no es malo reprobar, las segundas oportunidades pueden resultar favorecedoras. Del fracaso también se aprende. Lo segundo, es que me quedaron claros los contenidos que me causaban problemas ¿A qué se debió? Puede ser a que al recusar esas materias lo hice de una forma más madura, más comprometida y también, puede ser al tipo de enseñanza que ahí me dieron, con un profesor comprometido y con un número menor de alumnos, además las instalaciones estaban en mucho mejores condiciones que en mi anterior escuela.
Puedo mencionar que también vi las dos caras de la moneda, lo que desde luego es un aprendizaje, pues pude comparar cómo es una escuela pública y cómo una particular y la enseñanza, donde desde luego hay notables diferencias.