Lo que compartiré a continuación me marcó la infancia alta y la adolescencia, fue complicado el proceso y aun no sé decir a ciencia cierta si es que lo he superado por completo.
Estaba en la Primaria Rural Federal “Cuauhtémoc”, exactamente no sé si fue en cuarto grado. Como era costumbre celebrar o conmemorar las fechas importantes para el pueblo, me seleccionaron para decir una poesía. Acepté con mucho gusto porque lo hacía muy bien, así que la estudié mucho, la aprendí de memoria y hacía los movimientos que eran necesarios. Todo parecía marchar de la mejor manera, mi familia estaba orgullosa de mí
Se llegó el gran día. Mi mamá me había hecho un bonito peinado y traía zapatos nuevos, todo parecía perfecto. Pasaron los diferentes números cuando de repente, escuché mi nombre.
–A continuación, la alumna Ruby Sánchez Rodríguez presentará la poesía…
Caminé hasta llegar al micrófono y comencé a presentar la poesía cuando de repente todo se nubló, se me movió el piso, y no logré pronunciar ninguna palabra más, ¡no recordé nada! Tuve unos nervios horribles, todo mi cuerpo temblaba y se escuchó un silencio sepulcral, ¡Tenía todas las miradas sobre mí! Sentía que todos observaban cada uno de mis movimientos. Entonces me dijo el maestro:
–¿No traes la poesía escrita?
Y, efectivamente, ¡no la traía! Mi mamá llegó en seguida y me dio la hoja de la poesía. Fueron los segundos más y más largos de mi vida. Retomé mi lugar, inundada de vergüenza y leí la poesía a todo el público. Al concluir, me retiré a mi lugar en la formación, y aunque los aplausos fueron abundantes, me parecían falsos y yo misma no me permití haberme equivocado de esa manera.
Pasó el tiempo, en la secundaria me eligieron para oratoria, debido a que era una estudiante sobresaliente, sin embargo, renuncié al cargo por el temor a equivocarme de nuevo.