Es erróneo pensar que la historia difundida en los libros de texto y por los historiadores orgánicos de la era priísta (1946-88) o la del neoliberalismo con su oleada de falsificadores, sedicentes desmitificadores (1988-2018), no pretendía educar en valores. Lo que tenemos que desentrañar son los valores en que pretendía educar: al hacer de Iturbide un héroe, pongo por caso, no quieren reivindicar explícitamente la corrupción, el oportunismo político o la violencia contrainsurgente que devastó pueblos y comarcas enteras, no, lo que quieren es hablar de paz, orden y unidad nacional; una unidad que implica eliminar, sobreseer las diferencias; unidad entendida como sometimiento y obediencia de los de abajo. Cuando exaltan al porfiriato no quieren hablar de la guerra permanente (de exterminio) contra los indígenas insumisos, ni del despojo de las tierras, montes y aguas de los pueblos: los valores que pretenden reivindicar son los de la paz y el progreso. Casi sin vergüenza defienden como valores la paz de la mano dura (de ahí que también les gusten Díaz Ordaz y Felipe Calderón, aunque de manera incompresible no exalten también a Luis Echeverría) y el progreso propio del capitalismo, en su versión oligopólica, extractiva e imperialista (el domingo escribió Marcos Roitman sobre los valores en el neoliberalismo: “Una economía de mercado requiere un plan de estudios afincado en potenciar el egoísmo, la competitividad, la meritocracia, la intolerancia, el individualismo, al afán de riquezas, el machismo patriarcal y el odio al diferente…” https://acortar.link/26RHya).