Mal empieza el gobierno su defensa de la llamada Nueva Escuela Mexicana escondiendo la información sobre cómo se hizo. Las actas del proceso han sido reservadas por cinco años.
La prensa reporta ya la pobreza profesional de los encargados del trabajo y los especialistas consignan, en avalancha, sus errores de ejecución.
Un aspecto que apenas se menciona es la carga de trabajo adicional que la llamada Nueva Escuela Mexicana impone a niños, padres y docentes.
He leído un recuento espléndido de este aspecto en un texto que Laura Frade Rubio publicará en la revista Nexos del mes de septiembre.
Dado que en la nueva reforma la comunidad es el centro de la escuela, niños, padres y docentes tendrán que incorporar al trabajo escolar diario su conocimiento de la comunidad.
Entre todos deberán volver a su escuela no sólo un lugar donde se aprende, sino un centro donde se diagnostican y hasta se resuelven asuntos de la comunidad.
Los niños deben aprender a leer, escribir, etcétera, y también adquirir una noción crítica del entorno en el que viven.
Los maestros tienen que enseñar lo que les toca enseñar y además hacer diagnósticos de los problemas de la comunidad que los rodea y de cómo resolverlos.
Los padres deben ocuparse de cómo les va a sus niños en la escuela y además tienen que aportar lo que saben de las carencias de su comunidad y tiempo para ayudar a resolverlas.
Todo esto en el supuesto de que la escuela es una agencia de transformación social de la comunidad, no sólo un lugar donde se aprende.
Para cumplir bien sus tareas adicionales, los maestros tendrían que generar casi tantos materiales educativos como los que reciben. Y los padres dedicar a la escuela casi tanto tiempo como el que les deja libre su trabajo.
Todo lo anterior, con la tonada de fondo de que la comunidad es más inteligente que la escuela, el saber local tan bueno como el saber universal, y el mundo un lugar de oprimidos y opresores que hay que corregir desde cada comunidad y desde cada escuela.
Nada de eso sucederá. Es más que razonable el escándalo ante la insensatez de esta quimera.
Milenio, 8 de agosto de 2023, p. 3.