Búsqueda

Miércoles, Noviembre 06, 2024

Sí existen las coincidencias y los reencuentros felices. Me explico. En días pasados, al buscar unos documentos encontré un libro que creía extraviado. Se trata de El balcón del frangipani, del escritor mozambiqueño Mia Couto. Poco después me enteré de que la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara le otorgó el Premio de Literatura en Lenguas Romances 2024 que, de esta forma, se reconoce el valor literario de su obra y contribuye a poner la atención en la riqueza de las literaturas africanas en lengua portuguesa.

Durante una entrevista, Antonio Emilio Leite Couto (su verdadero nombre), señaló que en su formación literaria fue muy importante la presencia de la literatura francesa, pero también la latinoamericana, a través de Gabriela Mistral, Pablo Neruda y sobre todo los poetas brasileños Drummond de Andrade, Joao Cabral de Melo Neto y Manuel Bandeira, autores que junto con algunos escritores franceses estaban en la biblioteca de su padre.

Señaló que después, ya por su cuenta, descubrió a Julio Cortázar, Joao Guimaraes Rosa, y en particular a Juan Rulfo, cuya lectura lo impresionó, ya que al leer Pedro Páramo se dio cuenta de que había descubierto no solo un libro, sino un lenguaje y que “los escritores de este lado de África entendimos a través de los escritores latinoamericanos que hay un universo que algunos llaman fantástico o realismo mágico, pero que es nuestra realidad. A partir de ahí se establece un vínculo que va más allá del estereotipo, fuera de las categorías literarias”.

De regreso al libro que da título a estos comentarios, se trata de una novela policíaca, entretejida con el amor, la traición, la injusticia, la corrupción y las tradiciones del lugar. La trama tiene lugar en una isla, cuya característica principal es que el lugar está poblado solo por ancianos. En ese asilo hay un árbol, un frangipani, y bajo sus raíces está enterrado un carpintero, quien al no haber “muerto adecuadamente” sigue los consejos de un pangolín, y ocupa para “morir nuevamente”, el cuerpo de Izidine Naita, un inspector que proviene del continente para descubrir quién asesinó al director del asilo. El asunto se complica ya que, al empezar las indagatorias resulta que a quienes entrevista el policía confiesan ser culpables del homicidio.

Mia Couto narra esta historia con un lenguaje particular, muy suyo. Por ejemplo, verbaliza los sustantivos: carpinterear. Crea nuevos vocablos, lo que da un color muy especial a su texto: “Señor, perdóneme la indelicadeza”. “Hasta el viejo Nhonhoso se entristece por cómo me desaportuguesé”, “Sólo las cansadas piernas, algunas veces, me desconvenían.” “Pero los ojos me golondrinaban el horizonte, compensando los dolores de la edad”. “Aguanté impestañable”. “No quiero perderle el tiempo, pero no va a entender nada si no bajo bien hondo en mis recuerdos”.

Ya en el primer párrafo del libro se nota la influencia de la que Mia Couto hablaba, es un párrafo que inmediatamente atrapa el interés del lector:

Soy el muerto. Si yo tuviera cruz o mármol, en ellos estaría escrito: Ermelindo Mucanga. Pero yo fallecí junto con mi nombre hace casi dos décadas. Durante años fui un vivo con documentos, gente de autorizada raza. Yo si viví con derechura, me desglorifiqué en el fallecimiento. Me faltó una ceremonia cuando me enterraron, la tradición. No tuve siquiera alguien que me doblara las rodillas. Debemos salir del mundo igual a como nacimos, enrollados, con ahorro de tamaño. Los muertos deben tener la discreción de ocupar poca tierra”.

El autor se refiere a la independencia de Mozambique, en 1975, en la voz del carpintero fallecido: “Carpintereaba en obras de restauración en la fortaleza de los portugueses, en Sao Nicolau. Dejé el mundo cuando era la víspera de la liberación de mi tierra. Resultaba gracioso: mi país nacía, en ropas de bandera, y yo bajaba al suelo, exiliado de la luz. Quién sabe si así estuvo mejor, ya que de esta manera evité presenciar la guerra y la desgracia. Como no tuve funeral quedé en estado de fantasma, esas almas que vagan de paradero en paradero.”

Después de mucho hablar, el pangolín le recomienda que ocupe el cuerpo del inspector de policía, cuya “profesión es avecindada con los perros, olfatea culpas donde cae sangre. Estoy en un rincón de su alma, lo observo con cuidado para no embrollar sus interiores. Porque este Izidine, ahora, soy yo. Voy con él, voy en él. Hablo con quién él habla. Deseo a quien él desea. Sueño a quién él sueña.”

Durante las investigaciones el inspector habló con varios ancianos, uno de ellos, después de afirmar “¡qué bien se da el mar en este lugar” !, le confiesa: “soy portugués, Domingos Mourao, es mi nombre de nacimiento. Aquí me llaman Xidimingo. Le tomé cariño a este rebautizo: un nombre así evita el cansancio de acordarme de mí. Usted, inspector, me pide ahora recuerdos de corto alcance. Si quiere saber, le cuento. Todo ocurrió siempre aquí, en este balcón, debajo de este árbol, el árbol del frangipani.”

Ese mismo anciano, más adelante se refiere a la vejez: “(…) en este lugar la gente languidece, muriendo tan lentamente que ni nos damos cuenta. La vejez, ¿qué es sino la muerte ejercitándose en nuestro cuerpo? Bajo el perfume dulce de los frangipanis, envidiaba al mar que, siendo infinito, espera todavía completarse en otra agua.”

Cuando el inspector entrevista a Naozinha, la hechicera, se refiere, entre otras cosas, al desprecio ancestral hacia las mujeres: “Mi memoria es una tumba donde me voy enterrando a mí misma. Mis recuerdos son seres muertos, sepultados no en la tierra sino en el agua. Me culparon de muertes que ocurrieron en nuestra familia. Fui expulsada. Sufrí. Nosotras las mujeres, siempre estamos al filo de la navaja: imposibilitadas de vivir cuando jóvenes, acusadas de no morir cuando viejas.”

La esposa del asesinado habla de la corrupción: “Cuando llegué al asilo comprobé las inmoralidades de mi marido. Negociaba con los productos destinados a abastecer al asilo. Los viejos no tenían acceso a los alimentos básicos y languidecían sin remedio. A veces me parecía que morían incrustados en sus propios huesos.”

Y tal parece que el ADN de la corrupción está en todas partes. Uno de los personajes lo expresa de esta forma: “Hubo un tiempo en que pensé poder cambiar este mundo, pero hoy desistí. Aquel es un cuerpo que está vivo gracias a su enfermedad. Vive del crimen, se alimenta de inmoralidad. Usted, por ejemplo, allá en la policía. ¿Usted no se pregunta cuánto tiempo va a pasar hasta que se quede contaminado por la enfermedad de los sobornos? Sabe bien a qué me refiero: investigaciones que se compran, agentes que se venden. Le quitaron la investigación de los negocios de drogas. Lo transfirieron de la sección de estupefacientes. ¿por qué? Usted bien lo sabe Izidine”.

En esta obra de Mia Couto se mezclan dos realidades: la del antiguo y el nuevo Mozambique. Izidine Naita/Ermelindo Mucanga narra la muerte de su “otra vida” esta vez con un fallecimiento adecuado: “Poco a poco, voy perdiendo la lengua de los hombres, ganado por el deje del suelo. En la luminosa explanada dejo mi último sueño, el árbol del frangipani. Voy haciéndome del sonido de las piedras. Me acuesto más antiguo que la tierra. De aquí en adelante, voy a dormir más quieto que la muerte.”

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“pálido.deluz”, año 11, número 170, "Número 170. Acuérdate de Acapulco: Viajes, vivencias y experiencias. (Noviembre, 2024)", es una publicación mensual digital editada por Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México, C.P. 11420, Tel. (55) 5341-1097, https://palido.deluz.com.mx/ Editor responsable Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández. ISSN 2594-0597. Responsables de la última actualización de éste número Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, CDMX, C.P. 11420, fecha de la última modificación agosto 2020
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