El epígrafe de la extraordinaria obra de Gabriel García Marqués, Vivir para contarla, vuelve a ser el punto de partida para escribir algunas líneas en torno al Puerto de Acapulco, ya que su realismo y su identificación con la vida misma, es rotundamente directo e incuestionablemente cierto, el premio nobel lo expresa así: “La vida no es la que vivimos, sino la que recordamos y cómo la recordamos, para contarla”.
Recordar algunas vivencias en el Puerto de Acapulco me traslada a la época en que tuve un primer contacto con el mar, porque fue precisamente en la Playa “El Revolcadero”, hoy devastada por el huracán “Otis, primero y John, después”, el lugar donde el agua salada cubrió y bañó mi cuerpo, ¿qué edad? no lo recuerdo, pero lo que sí recuerdo fue la sensación de que el agua del océano me cubriera, flotará en ella y me “revolcará” algunas veces, por mi falta de habilidad para nadar, así como contemplar esa enorme inmensidad, donde la mirada solo alcanzaba a definir una leve y casi imperceptible línea entre el azul del mar y el blanco-azul del cielo, sensación que jamás había experimentado.
Ese primer contacto con el mar, también marcó mi vida posterior con el agua, porque al estar en la alberca del hotel “Norteños” (hoy ya desaparecido), me sumergí más allá de mi altura y experimenté, por primera vez el miedo de ahogarme, por no poder respirar, esta primera no grata experiencia con el agua, me hizo posteriormente, ver y disfrutar todo desde la “orilla” y desde el chapoteadero. Años después me inscribí a una academia de natación, donde perdí el miedo a la profundidad y donde el gozo por estar en contacto con el agua, se hizo patente en mí.
Ese primer viaje al Puerto de Acapulco representó muchas cosas que hoy conservo y que valoro, al tiempo que recuerdo con nostalgia y con una profunda alegría, por ejemplo, fue un viaje que hicimos en familia con algunos de los vecinos de la calle, hombres, mujeres, adolescentes, niños y niñas con quienes convivíamos a diario, vecinas y vecinos con los que acudíamos a la escuela, al mercado y con quienes jugábamos y disfrutábamos nuestra infancia, pero que cuando estuvimos en el mar, éramos completamente diferentes o más bien, juntos disfrutábamos a plenitud estar en contacto con el agua, la brisa y el sol.
El Puerto de Acapulco es un lugar donde se albergan algunos de mis recuerdos que han sido parte de mi existencia y que han esculpido y delineado aspectos personales y profesionales, en los primeros, Acapulco me hace recordar el gran gusto que mi madre sentía por ese lugar, el disfrutar su clima, el sol radiante, poder ver que sus hijos estaban en la orilla del mar jugando y disfrutando de la playa. Fue gracias a ella, que Acapulco se convirtió en el sitio predilecto para las vacaciones familiares, de ahí que muchos de los recuerdos, hacen volver mis pensamientos a esos momentos de la vida.
El Puerto de Acapulco también como sitio donde se dieron algunas de las primeras experiencias, por ejemplo, subirme a un barco, que más bien era una lancha, donde, asombrados, nos daban un recorrido por algunas de las casas pertenecientes a famosos políticos y celebres artistas, muchas de ellas construidas a la orilla del mar. Este sito donde contemplábamos y manifestábamos con una cara de asombro, las peripecias que hacía el “lanchero” para que observáramos en el cristal de la embarcación, la cantidad de peces de múltiples colores que se le acercaban al rostro de una forma peculiar. Sitio en el que visitábamos una isla donde el residente más famoso era un burro que tomaba cerveza y donde se apreciaban algunas de las bellezas naturales del lugar y ciertas especies de plantas y animales, que era la primera vez que las veíamos, las iguanas verdes pueden ser una de ellas.
Acapulco como ese primer lugar, en el que siendo adolescente salíamos por la noche a un bar, que se llamaba la discoteca y donde, sin preguntar nuestra edad, nos servían tragos del alcohol que nos hacían emborrachar sin límite, pero que eso no fue impedimento alguno, para que volvíamos a estar en la playa, a los primeros rayos del sol.
El Puerto de Acapulco como ese sito donde fue la primera escapada, “de fin de semana”, con los amigos de la adolescencia, sin importar que quien conducía, horas a tras hubiese tomado hasta el agua del florero en la fiesta correspondiente y donde el permanecer “alegre”, era casi el requisito indispensable para estar ahí.
El Puerto de Acapulco también como el lugar que tiene una singularidad en los aspectos profesionales que me acompañan, ya que fue el sitio en el que se llevó a cabo el XV Congreso Nacional de Investigación Educativa, quizá el más concurrido de su historia, y donde tuve a mi cargo la organización y desarrollo del Encuentro Nacional de Estudiantes de Posgrado en Educación (ENEPE) y en el que se dieron cita para analizar, discutir y debatir las propuestas de investigación e intervención pedagógica que elaboraban los estudiantes de maestría y doctorado, inscritos en algunas institución de educación superior del país.
Pero también Acapulco como un sito devastado en el año 2023, por los embates de uno de los huracanes más destructivos que hayan azotado el país y el más mortífero en la historia del puerto. El huracán “Otis”, dañó la infraestructura del 90% de Acapulco y dejó sin hogar, alimentación y trabajo a miles de personas. Un huracán que, al mismo tiempo, dejó a cientos de turistas varados y sin posibilidad de salir del lugar y con una profunda incertidumbre sobre la fecha en que podrían arribar a sus hogares.
Recordar el Puerto de Acapulco, es revivir lo ocurrido el año pasado y ver cómo otro huracán, con menor categoría que Otis, pero con alma destructiva similar, se hacía presente en el mes de septiembre de este año. John, así nombrado, golpeó el Puerto de Acapulco con mayores volúmenes de agua, lo que ocasionó que lugares emblemáticos como la playa el Revolcadero, prácticamente quedaran destruidos, dando paso a desolación y profundo dolor para quienes ahí trabajan y para sus aspiraciones de superación personal, social y económica, por tener su patrimonio sumergido en el agua del mar, principalmente sus viviendas y los sitios comerciales de los que dependía el sustento económico para sus familias.
Es así que el Puerto de Acapulco será siempre ese sito del cual tenemos alguna anécdota, algún recuerdo, una idea y experiencia que traemos al presente y con la que volvemos a rememorar todo aquello de lo “vividos y disfrutado” en su momento. Acapulco será entonces ese espacio que debe volver a florecer, esa Ave Fénix que se niega a quedar en el olvido de todos aquellos que lo hemos gozado de diferentes maneras. Lugar que fue reconocido como sitio paradisiaco y punto de arribo incuestionable para personalidades, nacionales y extrajeras, en la década de los años 50 y 60 del siglo pasado; lugar de enorme orgullo de nuestro país y sede de múltiples concursos y festivales en los años 80; rostro turístico por excelencia de México a nivel mundial en décadas pasadas.
El Puerto de Acapulco es y será entonces un lugar de múltiples facetas y la materialización de distintos momentos en la vida, muchos de ellos jamás borrados del recuerdo y siempre presentes con situaciones de alegría y placer, por haber sido una de las sensaciones iniciales de la existencia: la belleza del mar, la dimensión del océano, la frescura de la brisa, el sol quemante, la temperatura del agua… experiencias difícilmente borradas de la memoria, por su significatividad y por lo que proyectaron en la vida futura, ya que invariablemente cuando estamos en otros sitios de playa en nuestro país e incluso en el extranjero, acudimos a la comparación para describir lo que vivimos y disfrutamos en Acapulco; sol, arena y mar, como reza una canción, pueden ser sus ingredientes primordiales que han dejado huella en todos quienes lo hemos disfrutado.