Dos periodistas de lo más distintos viajan en los años 90 a Acapulco a hacer un súper reportaje sobre una ciudad rota y corrompida por el priismo, la decadencia, el capitalismo, la criminalidad, el desastre ambiental y el turismo depredador. Tranquilino y Nigromante, dueño mayor y menor de una revista, amigos desde hace tiempo, pero absolutamente opuestos, o casi, se meten de lleno en un Acapulco bajo los efectos del huracán Calvin, que las autoridades niegan que haya pegado en el puerto, que solo es de refilón. Ya al llegar, confiesa el reflexivo Tranquilino: “Tenía tiempo que no lo visitaba y, como a muchísima gente en México, una buena cantidad de buenos recuerdos se hallaban asociados con el puerto y mis años chavos”.
Desde un principio se nota que el paraíso esperado a dejado de serlo: “Nos fuimos por la entrada de Las Cruces, pero al poco rato me arrepentí de haberlo propuesto. Había un denso tránsito mañanero que levantaba nubes de humo y aires de aceites, y que avanzaba tortuosamente. Pasamos por la entrada a Ciudad Renacimiento, el ghetto al que el gobernador Rubén Figueroa confinó a los pobretones de Acapulco a fines de los años setenta. Al subir, con una lentitud repugnante, el cerro de Las Cruces, pudimos ver que, efectivamente, el valle que se abría por detrás de los montes del Veladero, atrás de la bahía, se hallaba retacado de casas y casuchas de gente muy pobre. Mira, Tranquilo, le dije a mi amigo, ya no quedan espacios libres. Nunca me imaginé que viviera tanta gente a espaldas del puerto. Me cae que el paisaje hormiguea de tanta casa. Tranquilo prefirió no decir nada porque trataba ser paciente ante el tránsito que avanzaba con dificultad. Finalmente (…) apareció la sucesión de enormes hoteles ubicados junto al mar. Junto a ellos, los montes que bordean la bahía también estaban apeñuscados de casas y edificios. Más allá de los grandes hoteles se podían ver franjas de mar impasible, lleno de sol, aunque en el horizonte nubes monumentales parecían crecer y avanzar hacia la tierra”.
A lo largo de la novela se van adentrando en el mundo de vanidad y corrupción asociados al turismo y al gobierno de Acapulco, donde no faltan los ambientalistas venales, vendidos al poder, los neohippies, los políticos ultracínicos y ni qué decir que muy, pero muy corruptos, y las turistas muy ricas que nomás iban a Acapulco a coger con naturales.
Dos horas de sol (José Agustín, 1994) es una novela que cualquier interesado en Acapulco y su desintegración debería leer.