En 1998 mi esposo y yo decidimos ir al puerto de Acapulco, no teníamos muchos recursos, así que decidimos ir en una excursión con una compañera del jardín de niños amado Nervo de San Fernando, llamada Graciela Cardozo Medina.
Nos invitó a un viaje que hacía cada año con su familia, nos pusimos de acuerdo, hicimos una tanda y fuimos con ella, nos comentó que solo necesitábamos playeras y shorts para estar unos días en ese lugar, así que nos fuimos como a las 6;00pm a su casa, llegamos como a las 7:30 y esperamos un par de horas porque íbamos a salir como a las 11:00 de la noche. Para llegar a las 6:00 de la mañana a Acapulco y así fue, llegamos a esa hora, pudimos observar el amanecer y lo rojo del sol sobre el horizonte. Recuerdo que me dio taquicardia ver la inmensidad el mar, empecé a jalar aire por la boca, me impresionó demasiado porque jamás había visitado el mar, era hermoso, inmenso y se veía como si se fuera a meter adentro de las ventanillas del camión, mi esposo me abrazó y me dijo que estuviera tranquila porque no iba a pasar nada, que respirara profundo y me fui tranquilizando, hubo una gran sensación de ponerme a llorar, de observar tanta belleza de cielo azul , unas cuantas nubes y mar como si se juntaran en la lejanía, estaba hermoso el panorama, hacia aire que nos refrescaba porque aunque era muy temprano pues ya comenzaba a sentirse el calor.
Permanecimos un rato en la playa para poder observar y después nos hospedarnos en un hotel cercano a la playa, fuimos a dejar las cosas y bañarnos para prepararnos y salir a la playa de caleta. Vimos los lugares en los que podíamos comer, desayunamos y como mi hija tenía el pelo largo decidí hacerle trencitas con cuentas de colores, se veía hermosa mi sirenita, así le decía porque le gustaba mucho esa caricatura. Comenzamos a visitar la playa, observar y tocar la arena, fue mi más agradable experiencia jugué como niña con mi hija, todo lo queríamos sentir, nos metimos al mar, por momentos me sentía con miedo ver el mar, fuimos a diferentes lugares a ver los riscos como golpeaba el agua en las rocas y se formaba esa espuma inmensa y bonita. La playa era hermosa, un sol brillante, todo despejado, un poco de aire cálido acariciando nuestra piel era fantástico, mi pequeña y yo disfrutamos tanto como familia, en ese tiempo mi hija mayor Berenice de solo 4 años, fuimos a la playa esa mañana, hicimos ese recorrido en las orillas de la playa, nos acostamos en la arena, permanecimos mucho tiempo sentados a la orilla del mar observando tocando la arena, me cubrí los pies, nos enterramos asoleándonos, después nos metimos al mar enseñamos a nuestra hija a nadar y recuerdo que pasamos mucho tiempo en esa playa, no había muchos recursos así que no pensábamos en gastar y pasó un vendedor de mangos, qué deliciosos mangos, esa tarde comimos únicamente mangos, cocos con chile y naranjas que estaban súper frescas.
Al siguiente día fuimos por la mañana a desayunar cerca de la playa y nos que damos un rato y nos preparamos para salir en la tarde a otra playa que se llama” el revolcadero”, las holas literalmente revuelcan a las personas por la fuerza del agua, pero te raspa la arena, es un poco más gruesa y más blanca, en la orilla de la playa se forma la espuma y se desvanece al choque con otra hola, y nos sentamos en una Peña en el mar y observamos la brisa, el aire estaba fuerte porque ya era como a las 5:00pm,no nos habíamos dado cuenta que la marea comenzaba a subir hasta que un guardacostas fue a decirnos que estaba subiendo la marea, bajamos de la peña y teníamos que cruzar el agua porque ya estaba creciendo el mar en esa parte, al bajar de la roca se le fue una chancla a. mi hija y mi esposo trato de rescatarla para que no se quedara sin chancla. salimos de ese lugar y nos fuimos a la orilla, volvimos cuando se ocultó el sol y comenzó a hacer frío y nos fuimos hacia el hotel, nos bañamos y nos quedamos profundamente dormidos porque estábamos cansados, molidos, deshidratados. Después salimos a comer algo en la noche, se veía la inmensidad del mar oscuro, a mí me daba miedo, por mi cabeza pasaban varios pensamientos, si se sale el mar que vamos a hace, mi esposo me decía que disfrutara la estancia ahí que no pasaba nada que estaríamos bien. Al otro día fuimos y comimos pescado frito con papas, col y mucho arroz blanco con chícharos, pedimos un jugo de naranja frio, qué delicioso comimos y fuimos a la playa otra vez deseando encontrar al chico que vendía los mangos, paseamos con nuestra hija de la mano y marcamos las huellas de nuestros pies sobre la arena, qué hermoso, escribimos mi hija y yo nuestro nombre en la arena mientras mi esposo nos tomaba fotos con una cámara fotográfica amarilla de las que utilizaban rollo, al caer la tarde comenzamos a hacer castillos de arena y luego hicimos un hoyo grande, la arena estaba calientita, andábamos mojadas por dejar que las olas nos golpeara, para ese momento ya había empezado a refrescar, el sol ya se estaba ocultando, recuerdo que al rascar la arena brillaba como si le saliera electricidad al frotarla, ya estábamos quemados y me ardía la espalda, así que pregunte a las señoras que vendían aceites y pregunte que se ponían para no quemarse y me dijeron que para refrescar el aceite de tortuga, compramos para mitigar el ardor, después de bañarnos nos pusimos el aceite.
Al siguiente día solo teníamos roja la piel pero ya no había dolor ni ardor por lo quemado, cansados pero fascinados de haber contemplado aquella belleza, las palmeras tan altas tan hermosas capaces de cubrirnos el sol y a la vez refrescarnos con la sombra, por la noche a ver la quebrada y los clavadistas que saltaban arrojarse al mar con antorchas encendidas, después bajamos a ver el mirador donde había pequeños recuerdos para la familia, nos gustaban tantas cosas, quería comprarlo todo. Al día siguiente fuimos a una playa donde había arena un poco más gruesa y en esa orilla había muchas conchitas, mi hija y yo nos entretuvimos juntándolas, le dije a mi esposo que cuidara sus lentes porque los podía perder y en cuanto le dije llegó una ola y se los quitó y se quedó sin lentes, más tarde llegó otro hola y traía unos lentes negros, finalmente acabó la tarde y nos retiramos a descansar porque hacía frío.
Al siguiente día fuimos a un viaje en lancha y conocimos un banco de peces de colores y el buzo de la lancha saco un erizo, la casa de Cantinflas, nos dejaron en otra playa, disfrutamos por la tarde, emprendimos el viaje a casa cansados pero satisfechos de tan agradable experiencia en ese lugar de Acapulco.