Yo he ido tres veces a Acapulco. La ocasión que recuerdo con más cariño es cuando en el 2011 fui un fin de semana con el equipo de Tae Kwon Do de la FES Aragón del que formaba parte. Íbamos a trabajar de jueces en un torneo muy grande del cual no recuerdo el nombre. Nos habían prometido todos los gastos pagados. hospedaje en el Crown Plaza, transporte y comidas. Con todo el miedo del mundo, porque era mi primer viaje sin mi familia, tomé mi maleta, el relleno de mi alcancía que no eran más de 150 pesos y me subí al camión con mi equipo. La emoción era tanta que no dormí en todo el camino, hasta la fecha sigo pensando que tuve mucha suerte de caerle bien al entrenador, o de que los demás le hubieran cancelado.
Llegamos amaneciendo y después de repartir y acomodarnos en las habitaciones, bajamos en camisa y corbata al evento. Recuerdo ver el movimiento de las palmeras por los ventanales todo el día. Lo más maravilloso de ese viaje fue de noche: cenamos sopes de 10 pesos en la costera, que por cierto los invitó la novia de una amiga porque todos íbamos sin dinero o con muy poco. Nos reímos mucho sentadas en la arena, hablando de cualquier cosa que te preocupa cuando tienes veintitantos años y escuchando el rugir del mar hasta no sé qué horas de la noche. Todavía cierro los ojos y me veo ahí, jugando con los pies en la arena y esa sensación enorme de libertad que me llena el pecho.
La mañana del último día pudimos disfrutar la playa con sol, y fue un mundo totalmente diferente. Me sentí muy feliz con mis amigos corriendo en la arena, saltando las olas. Conocí gente maravillosa de otras partes del país y conocí más a mi equipo, de ahí nacieron amistades que hasta el día de hoy me acompañan y a las que amo con el corazón entero. Acapulco es para mí un lugar donde se comparten secretos, donde el mar te deja ser tu mismo, es mi lugar favorito de aventuras y travesuras y donde siempre quiero poder regresar.