A Serrat lo conocí en mi adolescencia. Descubrí su poesía y su música, casi a la par del primer amor. Lo poco que sé de poesía comenzó a acumularse a partir de él, por la sencilla razón de que me encanta la música. Esa fue mi puerta, mi ventana. Con él conocí a Machado (Nunca perseguí la gloria, ni dejar en la memoria de los hombres mi canción); Miguel Hernández (No hay extensión más grande que mi herida, lloro mi desventura y sus conjuntos, y siento más tu muerte que mi vida); y León Felipe (Hazme un sitio en tu montura, caballero derrotado, hazme un sitio en tu montura que yo también voy cargado de amargura y no puedo batallar). Por estos supe que la poesía es más que la proyección magistral y sensible del amor: la poesía, también, pinta y muestra realidades y posiciones políticas. Habla de la injusticia, de la libertad, de la dignidad. De los sueños particulares y colectivos por encontrar otras rutas hacia la comprensión y la transformación de un mundo que es de todos y de nadie. Que no hay más potestad que la vida. Que nuestros sueños pueden concretarse.
Serrat también hizo suyo y le rindió testimonio a Benedetti (El sur también existe), José Alfredo Jiménez (y si quieren saber de mi pasado, es preciso decir otra mentira, les diré que llegué de un mundo raro, que no sé del dolor, que triunfé en el amor y que nunca he llorado); y Roberto Cantoral (soy ese vicio de tu piel, que ya no puedes desprender, soy lo prohibido). Serrat es el maestro de la palabra que cuando se planta ante un escenario hace que miles de espectadores vibremos con su sensibilidad. Sin duda, es mi cantautor favorito en el idioma español y como dice él mismo: entre gustos no hay disputa. Cada loco con su tema, como también subraya. Y eso es lo válido del arte, de la poesía de la música: cada cual traduce sus significados, la historia y el devenir propios a través de sus oídos, sus ojos y sus propios y hermosos contextos.
Lo he seguido a lo largo de muchos años, en los cuales, él, yo y muchos otros hemos envejecido. Pero seguimos siendo el “soñador de pelo largo”, el que “tenía una novia morena, que abrió a la luna mis sentidos, jugando los juegos prohibidos, a la sombra de una higuera”, podemos aún entender que “el aire será más azul y la noche más corta, si no le cura, al menos, le reconforta”, si buscamos a nuestro niño interior o si hacemos un guiño a la vida y posibilidad de estos.
Adiós Serrat, de los escenarios. Te vi en Bellas Artes, El teatro de la Ciudad e innumerables ocasiones en el Auditorio Nacional. Adiós, solo en ese sentido, tu canto y tu poesía seguirán vibrando por siempre en muchos de nosotros. Hoy en la noche, estaré acompañado de familia y amigos que, como siempre, te aplaudiremos, reiremos con tus ironías y, en una de esas, hasta lloraremos en algún pasaje vital de tu propuesta. Sentiremos, eso sí, la juventud a flor de piel. ¿Viejos? Viejos los cerros, como dicen por acá. Salud.