A la memoria de Luis Octavio Díaz Pliego, también un
debutante de la vida
Hay una cosa tan inevitable como la muerte: la vida
Charles Chaplin
I
El debut es una primera actuación ante un público, auditorio o espectadores. Lo que aquí se refiere es una breve historia de una vida debutando en la docencia ante estudiantes, con diversos proyectos y resultados.
¡ Qué se levante el telón, que el salón de clase también es un proscenio!
II
Antes del principio fueron las Prácticas Pedagógicas. En la hoy Benemérita Escuela Nacional de Maestros (BENM), curricularmente en los ocho semestres del Plan de Estudios de los años setenta del siglo XX, existía una materia llamada Didáctica.
En esa materia se veía muy poco de Teoría Pedagógica, pero sí, y mucho, de planeación de clases y de la elaboración de estrategias y materiales didácticos. Era una clase práctica. Lo central era que una vez a la semana fuéramos a una escuela, las mujeres ataviadas con su traje de gala y los hombres con traje y corbata y en nuestras manos, bolsos llenos de innumerables materiales didácticos para compartir con los estudiantes. No se ocultaba el propósito: formarnos como profesores, intentando dar clase con alumnos de educación básica. Adquirir el oficio de enseñar en la práctica misma del salón de clases.
La encomienda era tener a nuestro cargo un grupo real de estudiantes de primaria de una escuela pública del entonces Distrito Federal, con el que experimentábamos lo aprendido en la BENM sobre algún contenido del grado que nos era asignado entre la maestra de Didáctica y la Dirección de la escuela. Practicábamos un día a la semana y teníamos dos semanas intensas -con duración de unos diez días- como si ya fuéramos los profesores titulares.
Yo debuté, por primera vez -como se verá, no es pleonasmo- en una escuela de la Unidad habitacional de Tlatelolco. El trancazo de realidad fue abrupto y sólido; rompió para siempre y, para mi bien, el mundo idílico del magisterio que yo preconcebía: los niños no era angelitos, buenos y bien portados sino heterogéneos, traviesos, listos, perspicaces, poco respetuosos y terriblemente inquietos. Las profesoras de las escuelas en las que practicábamos –casi todas eran mujeres- con frecuencia nos dejaban contenidos muy difíciles de enseñar como las fracciones comunes que en el lenguaje escolar eran conocidos como quebrados. En ese tiempo el mobiliario escolar estaba deteriorado. Y, lo peor, nos dejaban solos en el aula a sobrevivir desde la tarima y el pizarrón, con arcángeles desterrados del cielo y con el impecable uniforme azul, del lunes.
Ante está adversidad, tuve como fortuna tener padres maestros, hermanos normalistas y amigos de la BENM, que amortiguaron el impacto con consejos, recomendaciones, préstamo de materiales didácticos, develando las papelerías ocultas donde conseguir hojas mimeografiadas con mapas, operaciones e ilustraciones.
Entre todo eso, yo me debatía existencialmente en saber si esa era mi vocación o si lo hacía sólo por seguir la tradición familiar y tener una base profesional de la cual obtener ingresos: el dilema no lo resolví fácilmente.
Es muy difícil resolver la existencia entre los 14 y 17 años.
III
Tal vez me he quedado debutando como maestro tantos años porque en aquel inicio hubo cosas muy buenas de verdad: realizar un festival artístico junto con nuestros estudiantes en las prácticas pedagógicas, que incluía bailes de moda como en las discotecas y que se terminaba regalando bolsas de dulces a nuestros estudiantes; realizar un trabajo de investigación sobre una escuela y su zona de influencia en la práctica docente. Este Informe se presentaba formal y riguroso, ante un sínodo de reconocidos catedráticos de la BENM.
Pero, más que nada, lo que te atrapa es el trato, la relación y la proximidad de los niños. Su verdad inquebrantable e insuperable a toda prueba. El mundo verdadero de la infancia; la única patria sincera que tiene el ser humano, como decía el poeta.
Ya como profesor frente a grupo, con la veteranía de mis 18 años cumplidos, eso que yo había percibido con los niños inquietos de la Unidad Tlatelolco, lo confirmé con los estudiantes del barrio de Tepito (Colonia Morelos) en la Escuela Salvador M. Lima. Pero aprendí muchas más cosas con ellos y sobre ellos. Fue un curso vital, intensivo y profundo de humanidad descarnada y maravillosa, al mismo tiempo.
Los alumnos con lo que debute fueron los de sexto grado del turno vespertino (casi de mí misma edad) y luego de todos los grados escolares. Esos niños de barrio me enseñaron que era posible sobrevivir en la total orfandad, limpiando parabrisas de autos y todavía llegar a la escuela con dos tacos de salsa, uno que ponían en el escritorio para su profe y otro para ellos, y tomar clases; o colocar más de cien puestos metálicos, cada mañana, en el tianguis permanente en la calle de Tenochtitlan, por propinas para llegar con algo a la escuela; o los trabajadores que pegaban zapato con sus padres y que llegaban mareados o los que vendían pacas de ropa o fierritos cerca de la iglesia ante la ironía de los propios compañeros.
La inteligencia, desenfado, precariedad y la vivacidad de estos niños/adolescentes dejó honda e imborrable huella en mí y me convenció para siempre de mi oficio: el de la voz y el gis en la mano.
No fui el maestro que debí haber sido. No me ayudó la edad y mi total desconocimiento de casi cualquier cosa. Pero cuatro actividades hice con esos brillantes estudiantes en forma diaria, dictadas más por el sentido común que por cualquier teoría o currículo: leer diario junto con ellos algunos de los gruesos libros de texto gratuito; darles un tema o actividad de matemáticas con ejemplos que pudieran aplicar a su contexto; jugar futbol en el recreo con los alumnos y a veces alumnas, sin que aparecieran jerarquías de ningún tipo, y quererlos y tratarlos de manera justa y respetuosa.
Era el tiempo del Tepito fayuquero lleno de aparatos eléctricos, tenis, cassette´s, cigarros, relojes y vinos. Y el Tepito de siempre: solidario, alburero, comerciante, futbolero, relajiento, tranza, de olor a comida casera, a tostadas de pata, a fonda y a tortas de frijol (de Ajo-dido, decían entre risas los alumnos); el alcohol en sus múltiples formas hasta rematar en las pulquerías; las calles tomadas para bailes con inmensos sonidos de los que sale el ritmo tropical; las broncas; la vecindad; los autos de judiciales siempre rondando; el ruido de la hojalatería, y una pobreza que se cubre con alegría y patrones culturales más vividos que reflexionados.
Nos tocó el temblor de 1985 y el movimiento de resistencia de No a los palomares, si a las vecindades. En las casas de la Renovación habitacional que se realizaron para los afectados, nos paseamos -tiempo después- por los pasillos secretos en los que se guardaba la fayuca.
Ahora sé que el maestro real es el que tiene a su cargo un grupo escolar por un año o más de tiempo, pero no por la duración o lo que les enseña un profesor a los alumnos, sino por lo que aprenden maestro y alumnos de esta vinculación longitudinal. El saberse, comprenderse y entenderse como componentes de un grupo que se hace y se rehace en la cotidianidad, en lo individual y en lo colectivo. Por lo que se vive, ve, escucha, siente y aprende en el grupo.
El debutar en la docencia es una complicidad grupal que se cocina a fuego lento.
IV
He debutado toda mi vida desde entonces como maestro. Siempre con dudas, miedos, nervios e incertidumbre. Nunca he estado totalmente seguro de lo que hago en un salón de clases o ante un auditorio. Innovo más para subsistir que por creación o realización. Preparar una clase es más colocar herramientas en una caja, que planeación estratégica.
Lo mismo ante estudiantes marginados y ex delincuentes en céntricas Secundarias para Trabajadores como Orientador Educativo; o en momentos eufóricos como el Mundial de Futbol en 1986, en el que en un grupo del Colegio de Bachilleres Satélite encontré y definí con motes a la selección nacional de futbol y hasta a los contrarios, árbitros y mascotas o, por ese mismo tiempo, con los chavos banda del plantel Cuajimalpa; o cuando también en esa institución debuté como conferencista hablando del nuevo Cardenismo, meses antes de que se diera un fraude descomunal en contra de la legítima victoria de Cuauhtémoc Cárdenas en la contienda electoral federal de 1988.
Debuté permanentemente y también sin certeza, ante 50 estudiantes hombres por grupo, todos los días en los tres años que trabajé en la preparatoria de la Universidad La Salle. Estudiantes fuertes, bien comidos y queridos, de clase media para arriba, a veces prejuiciosos, despiertos y dispuestos a caerte y hacer evidente cualquier error que cometieras así fuera de dato, fecha o dicción. Acompañé a algunos por sus éxitos y fracasos políticos, deportivos, comunicativos, empresariales, ya como mentor o como espectador de su trayectoria.
Debuté y sigo debutando como maestro universitario. No me canso de repetirlo: ahí me debutó el Mtro. José G. Rincón Andrade, director de la Universidad Pedagógica Nacional 095, con un grupo –que llenaba un auditorio- de Seminario de Tesis, del que todavía no escapo; desde hace treinta y dos años me deconstruyo en cada sesión de los cursos de metodología.
Debuté y me debuté con la Educación Ambiental a nivel posgrado a principios de los noventa del siglo pasado. También tuve mi rito de iniciación, ya en este siglo, formando comunicólogos y cineastas. Regresé como profesor a los posgrados que me formaron para reiniciarme en el ambiente, la educación o la administración pública. Volví a debutar colaborando en formar investigadores que pertenecen ahora al Sistema Nacional de Investigadores o a la administración pública en cualquiera de sus ámbitos.
Con el genial equipo que trabajo, hemos debutado como profesores en el Chiapas del Zapatismo, en el trópico tabasqueño inundado por las presas, en la frontera norte caliente de la guerra contra el narco o en el Mar de Cortés entre enredos ambientales, la majestuosidad del Desierto de Altar, la Vaquita Marina, la Totoaba, los spring breaker´s y los páneles solares. Fue un estreno cada una de las más de doscientas emisiones del programa de televisión durante cinco años en el que participamos comentando películas ambientales. Ahora nos volvemos a lanzar cada mes, en forma virtual, comentando filmes con colegas de Chihuahua y Sinaloa. Debutando hemos reconocido el país con giras académicas a las que nos invitan o nos autoinvitamos. Nuestro permanente estreno académico ha sido un tour de fuerza de décadas por diferentes estados de la Republica y países, principalmente de América, compartiendo lo que hacemos.
Hemos estrenado en promedio un proyecto o producto académico distinto cada año, en los últimos lustros, de los que la inmensa mayoría partió de nuestra práctica docente. En la mayoría de los lugares nos han tratado estupendamente, motivo por el cual nuestra intervención a veces duró más allá del estreno.
Nos debutó la pandemia del Covid -19 e improvisamos entre pantallas y plataformas. Colaboramos virtual, digital e híbridamente – como millones de profesores-, más con voluntad que capacitación, con el sistema educativo nacional, para que los estudiantes no perdieran el servicio escolar en estos dos años cruciales de su formación académica.
V
Debutar en cada plática, clase, taller, intervención educativa o conferencia, me ha permitido no repetirme. O al menos intentar ser distinto cada que comienza un curso. Debutar sesión tras sesión posibilita no aburrir, ni aburrirse. Me mantiene activo, entretenido, renovado y divertido. Cambiar como los tiempos y también como los estudiantes. No ser, ni aspirar a ser un maestro tradicional (memorista, sabelotodo, soberbio, etc.) ni su némesis: en maestro super tecnologizado, en el primer sentido que lo entiende la Real Academia de la Lengua: castigo fatal que restablece un orden anterior.
Estrenarse en la docencia es caerse, equivocarse o tropezarse en un salón de clase, atiborrado de alumnos y volver a levantarse a ser un novato con gallardía, sacudirse el polvo y sin pena, y por enésima vez, debutar de nuevo.
Debutar es aprender permanentemente y sin miedo. Es tener el derecho a crear una pedagogía propia que construye cada profesor - como lo asegura Jesús Caballero - basada en lo que se ve, se escucha, se lee , se experimenta, se asimila en la cultura de uno y que debe ser enriquecida con la de los demás. Debutar es desafiar a la institución y sus mandatos. Es el derecho a echar a perder, pero hacer crecer en el intento. Debutar en la docencia es vivir cada clase como si fuera la primera, pero también la última, es entonces, una hermosa oportunidad, acaso única, de compartir la vida.