Entre 1996 y 1997 era estudiante de la Escuela Normal Superior de México y paralelamente realizaba un curso para obtener un “Teachers Diploma” en el Instituto Anglo Mexicano, llamado así en esa época. Fue entonces que se dio la oportunidad de impartir clases de inglés a nivel secundaria en una escuela particular. La propuesta me puso algo nervioso porque sería mi primera vez frente a un grupo, mi primer trabajo como docente, mi primera experiencia en educación básica, o como se diría en inglés “my first everything”.
Si bien esta oferta laboral me ponía nervioso por sí misma, también había otros aspectos que ejercían cierta presión en mí, como el hecho de que necesitaba ese trabajo para solventar económicamente algunos compromisos personales. También, era la gran oportunidad para comenzar a demostrar todo lo que había aprendido en mi segundo año de licenciatura y en el diplomado en enseñanza. Me convencí de que estaba listo para estar frente a cualquier grupo.
Recuerdo que me impuso mucho la escuela cuando asistí a las pruebas y a la entrevista previa a mi contratación, pero nada se compara con el primer contacto con el grupo. Al llegar al salón, iba acompañado por el coordinador del nivel secundaria, además coordinador de la enseñanza de inglés en esa institución. Este profesor le pidió que saliera del grupo al docente encargado de la asignatura de inglés. Ambos éramos bastante jóvenes en ese momento pero a diferencia mía, él salía con una cara de alivio del salón tras gritos de festejo, burla y sarcasmo por parte de los alumnos.
Estando los tres en el pasillo, escuchábamos cómo los alumnos de tercero se reían y festejaban con un feliz desmadre la salida de ese profesor; también lanzaban sendas miradas de advertencia, evaluación, reto y burla hacia mí, sin embargo sentí que todo ese ambiente era responsabilidad del profesor saliente de inglés cuando escuché en la conversación en el pasillo, obviamente en inglés, que por su nerviosismo cometía errores básicos en el uso de esa lengua. Ingenuamente me dije: “Claro, por eso deja el grupo y me lo asignan a mí”. Después de despedirnos del profesor, el coordinador y yo ingresamos al aula para ser presentado.
La figura de autoridad del coordinador permitieron mantener una calma relativa en el grupo, quienes escuchaban atentamente a la presentación y me miraban de manera evaluatoria. Sentía que el pecho me palpitaba sobremanera y que los oídos me zumbaban un poco. Para aliviar estos síntomas yo buscaba observar los rostros de cada uno de los alumnos en un débil intento por reconocer y generar de manera mental algún perfil sobre ellos, que me permitiera posteriormente tener alguna ventaja que me diera el esperado control del grupo.
El coordinador terminó la presentación y antes de retirarse dio algunos consejos y advertencias para que el comportamiento de las y los alumnos fuese el adecuado ante el nuevo profesor. Mientras se retiraba y veía como cruzaba el umbral de la puerta, sentí la mirada de los alumnos como si fuese una plancha de acero aplastando un objeto. Enseguida, me dirijo al escritorio, saco mis cosas acompañado de un silencio extraño y algo incómodo, anuncio que pasaré lista para lo que tomo asiento y muy seguro de mí mismo cojo una pluma y comienzo a leer en voz alta los nombres de los alumnos.
Los primeros en contestar el llamado de la lista intentaron contestar presente en inglés con el clásico “present”. Traté de corregir y expliqué cuál era la forma correcta de responder al llamado de lista en inglés. Algunos prestaron atención a mis palabras; otros cuchicheaban como si se pusiesen de acuerdo para algo. Intervine diciendo que tomaran en cuenta lo que les decía.
Regresé al pase de lista y al nombrar 2 ó 3 personas más, escuché de pronto un ruido sobre mi escritorio que me hizo levantar la mirada y con sobresalto darme cuenta que frente a mí, sobre el escritorio, había una alumna de estatura baja, bailaba con una coreografía bastante eufórica y al ritmo de las risas, burlas, y gritos sus compañeros le ayudaban a corear: “Eres azúcar amargo, un ángel, un díablo, Maldito embustero, cómo duele saber que te pierdo[1]…..”. Al bailar, movía su falda escolar frente a mí mostrando sus piernas y ropa interior, recuerdo haberla visto a los ojos y haber identificado en su rostro que buscaba alguna reacción en mí.
Ese momento fue eterno, me preguntaba qué hacer, y me encomendé en el nombre de todos lo autores de pedagogía. Me consumía en encontrar la respuesta en Piaget, Vygotski, en las clases de didáctica o en el Teachers. No había respuesta inmediata en los autores ni en la clases de pedagogía. Por mi mente retumbo la expresión “WTF” o su equivalente en español: “en la madre”. En mi cabeza me preguntaba a gritos: ¿qué hago?, ¿le grito?, ¿la bajo? o ¿salgo corriendo del salón?....
En seguida, para mi fortuna, recordé algunas charlas de esas que parecen clases o mentorías de un compañero que tenía muchos años de servicio en escuela secundaría y, como si fuese taller de práctica docente, en alguna fiesta-reunión con unas pedagógicas cervezas, nos brindó ideas que en ese momento cobraron un carácter divino: respeta a lo alumnos para exigir con firmeza el respeto recíproco. Nunca se grita en un grupo, cuando se sale de control alguna situación se busca con calma al líder o al relajiento más distraido, o al borrego despistado que está dentro del alboroto, a ese se le carga la responsabilidad de lo que sucede en ese momento y todos volcarán su atención a ese hecho, etc. Me sentí iluminado: ¡Eureka!
Nerviosamente, pero con decisión de un illuminati, me levanté mientras la chica seguía bailando, el resto del grupo le aplaudía y ovacionaba como si vieran el show de una artista pop, caminé hacia en medio del salón entre las bancas y comencé a aplaudir también, en segundos identifiqué al alumno que sería mi objetivo de acuerdo a las ideas iluminadoras de mi compañero, el gordito más distraído del salón y le pregunté en tono de sacerdote en plena sesión de confesión: ¿te parece divertido? ¿dime qué es lo divertido? ¿deseas tomar su lugar y subirte al escritorio a bailar? Yo te aplaudiré desde aquí.
Enseguida el grupo dirigió su mirada y atención hacia nosotros dos, el silencio se hizo de pronto. Pusieron atención a lo que le preguntaba al alumno y a sus balbuceos. En seguida miré a la alumna y le solicité amablemente que bajara del escritorio. Ella intentó mantenerse ahí e hizo una risa burlona, pero finalmente brincó hacia el piso como si saltara de su escenario frente a su público y alzo los brazos en forma de acto triunfal y de cierre de su espectáculo. En el salón se escuchó una voz qué dijo, solo está actuando como su padre, profe, y sonrieron.
Una vez que sentí que recobraba el control me paré frente al grupo y les hablé sobre respeto y la mejor forma de relacionarnos entre nosotros. Traté de hablarle sobre mis expectativas acerca de ellos y lo que ofrecía como trabajo, bla bla bla… Los alumnos sólo me miraron. Les pregunté qué significaba la relación de respeto entre el maestro y los alumnos. Uno de ellos contestó que ya estaban hartos del profesor de inglés anterior porque no aprendían, no los escuchaba y de plano no les gustaba su clase. Tragué un poco de saliva y prometí tratar de cambiar esa situación.
Regresé al escritorio para seguir pasando lista y asigné una actividad que entregarían para la siguiente sesión. Salí del salón, nervioso y confundido no sabía si lo había hecho bien o mal, pero sobre todo me angustiaba que esta situación se repitiera en las siguientes clases con este grupo, incluso con otro, sin duda todo esto era muy nuevo para mí.
Más adelante me enteré que en ese momento del show espontáneo, la alumna había sacado a relucir la herencia de su padre, famoso actor del cine llamado cine ficheras de los 70 y 80 y su madre una actriz de teatro, y que la relación que guardaban con el anterior maestro de inglés había rebasado los límites de la tolerancia, por así decirlo, entre ambas partes. También, con el tiempo, fui detectando que esta alumna mostraba una actitud de rebeldía en su casa y en algunas clases de la escuela. Buscaba llamar la atención. Hubo ocasiones en la que la ví a la salida de la escuela parando taxis para subir a sus compañeros de clase y llevárselos a comer al centro comercial más cercano, de acuerdo con sus compañeros, ella asumía los gastos.
Sin embargo, en nuestra clase de inglés, ella cambió su actitud paulatinamente. Se volvió cercana y meses después me sorprendió que su madre me buscara para preguntarme porqué de la única materia que hablaba en casa era la de inglés y las demás las odiaba. Esto al principio me asustó y después pensé que tal vez no lo estaba haciendo tan mal. Finalmente, no sé si fue una mala forma de comenzar mi vida como docente o fue la mejor, pero esta experiencia me acompaña en la memoria.
[1] Ablanedo M. 1996. Azúcar amargo. Grabado por “Fey”. En Tierna la noche. Sony Music.