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Jueves, Noviembre 07, 2024

Aunque la pandemia va cediendo espacios de mayor libertad, todavía queda en el ambiente un aire de inquietud, de temor y de zozobra; de  nostalgia por quienes no alcanzaron a vacunarse contra este mal que ha puesto de cabeza al mundo entero y de esperanza, como la que se tiene en la infancia y la adolescencia, etapas de las que hago un brevísimo recuento.

 

La pobreza

Fue hasta mucho después que me percaté de la pobreza en la que vivieron mis abuelos paternos. Solo recuerdo que era muy feliz en aquella casa extremadamente humilde. Su vivienda, de dos cuartos, estaba construida totalmente de láminas y cartón, el piso era de ladrillo. Una fungía como recámara. El otro espacio era una pequeña cocina. Los muebles: una estufa de petróleo, una alacena y unas sillas de palma. En ocasiones mi abuela guisaba sobre un anafre; sobre todo cuando freía algo que llamaban lardo, que es la grasa del cerdo. Mi abuelo partía esta grasa en cuadros pequeños, que disminuían de tamaño una vez fritos. Mi abuela nos lo daba de comer con una salsa de jitomate hecha en un molcajete y tortillas elaboradas a mano. Recuerdo que la combinación era muy sabrosa. Ese alimento lo acompañábamos con café negro. La grasa resultante de la fritura la guardaban en un bote, que al enfriarse se convertía en manteca, con la cual mi abuela guisaba la comida. Como resultado de esta dieta ambos fallecieron de enfermedad cardiaca. Cuando tuve clara la situación de mis abuelos anhelé ser rico, pero no poseer una riqueza manifestada en oro y diamantes, sino una riqueza tal como la describe la escritora italiana Elena Ferrante: (…) “manifestada en una bañera, comer pan, jamón, disponer de mucho espacio incluso en el retrete, tener teléfono, despensa y nevera llenas de comida… tener una casa con cocina, dormitorio, comedor… A pesar de su situación nunca los escuché quejarse. Encontraban consuelo en la religión, el catolicismo, del cual fueron fieles seguidores. Para mí siempre fueron damnificados de nuestro sistema económico. Han pasado más de cincuenta años de la última vez que compartí esos alimentos con mis amados abuelos y aún recuerdo vivamente su humilde pero acogedora casa.

 

 

El clásico Poli-Universidad

Mis abuelos vivían en las proximidades del Estadio Olímpico Universitario. Así que en compañía de mi abuelo Luis, mi tío Carlos, mi hermano Alberto y yo hacíamos grandes caminatas en las áreas pedregosas que rodeaban el estadio. Recogíamos algo que nosotros llamábamos varillas, que no son otra cosa que unas varas delgadas con floración en las puntas a guisa de plumeros. Con este material y papel de china de diversos colores fabricábamos papalotes en sus diversas formas: estrellas, cometas y botes. Armados con grandes mazos de hilo nos divertíamos de lo lindo cuando se  elevaban por el aire. El cielo lucía manchas de colores, que no eran otra cosa sino los papalotes de  otros niños. En esa época para cosechar las varillas caminábamos grandes distancias entre las rocas. Todavía no crecía tanto nuestra universidad. Veíamos cacomixtles (los de cuatro patas, no los políticos de hoy); ratas almizcleras, conejos, zorrillos, tlacuaches; así como una diversidad de plantas como biznagas y huizaches, por ejemplo. El viento traía y llevaba el aroma de las plantas silvestres, nos acompañaba el silencio, interrumpido de vez en cuando por nuestros comentarios. Cuando era la temporada de fútbol americano, mi abuelo, no sé cómo, convencía a los receptores de los boletos para que nos dejaran pasar. Él se quedaba afuera, viendo el juego a través de los barrotes de las puertas cerradas. Cuando empezaba el segundo medio lo dejaban pasar para reunirse con nosotros. Recuerdo los grandes encuentros Poli-Universidad, y jugadores como Omar Fierro, el padre del actor; la “Araña” González y otros cuyos nombres he olvidado.

 

 

 

Caminantes

Cuando mi padre tenía vacaciones nos llevaba, a mí y a dos hermanos más que éramos los más grandes, a hacer grandes caminatas. Recorríamos una zona que colindaba con la carretera que conduce al Desierto de los Leones. Concretamente arriba del Panteón Jardín, en donde están sepultados Pedro Infante y Javier Solís, y también unas tías mías. Ahora ya no existen más esos llanos, el cementerio también ha crecido. El motivo de nuestras excursiones era cosechar hongos y una hierba parecida al pasto, que mi padre llamaba pápalo, que desprendía un aroma muy agradable. Mi papá era bueno para usar la resortera. Con ella cazaba algunos pájaros. Mientras caminaba, nuestro progenitor entonaba canciones de Amalia Mendoza, “La Tariácuri”. Por ejemplo una que a la letra dice: “si a tu madre no respetas, qué me puedo yo esperar…“ Me heredó el gusto por escuchar a esa cantante. Al llegar a casa, sedientos y hambrientos después de nuestros largos paseos, mi madre desplumaba a los pájaros, los lavaba y los freía. Preparaba los hongos con cebolla y epazote. Al guacamole que había preparado le mezclaba el pápalo. Alimentos que devorábamos en un santiamén.

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Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández

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“pálido.deluz”, año 10, número 141, "Número 141. Novatadas escolares: primeras experiencias docentes. (Junio, 2022)", es una publicación mensual digital editada por Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández,calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México, C.P. 11420, Tel. (55) 5341-1097, https://palido.deluz.com.mx/ Editor responsable Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández. ISSN 2594-0597. Responsables de la última actualización de éste número Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, CDMX, C.P. 11420, fecha de la última modificación agosto 2020
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