En las escuelas primarias, es muy común que los maestros de nuevo ingreso sean designados a los grupos que ningún otro docente eligió al término del ciclo escolar anterior, es un bello regalo que hacen de bienvenida. Usualmente esto significa que se trabajará con los niños más pequeños del plantel, es decir, los estudiantes de primer grado.

Sin embargo, no siempre es así, en mi caso, fui asignada para trabajar con un grupo de quinto grado, esta situación no me atemorizaba porque había hecho mi servicio social con el mismo grado, lo cual me hizo creer que sería muy parecido.

Durante aquella primera semana de Consejo Técnico Escolar, estuvimos compartiendo experiencias y fui conociendo al equipo de trabajo, hasta que a una compañera se le ocurrió decirme que me habían dado ese grupo porque nadie más lo había solicitado, debido a que era complicado. Pensando que eso mismo se decía de todos los grupos, decidí evitar cualquier prejuicio y conocerlos para formar mis propias opiniones.

El primer día de clases me enfrenté a una junta inicial improvisada con padres de familia, ya que en la escuela tenían la costumbre de permitir el acceso de los papás para que entregaran personalmente los documentos oficiales que hacían válida la inscripción al plantel. Tratando de evitar el nerviosismo del primer día y confiando en mis capacidades, les expuse brevemente la forma de trabajo que llevaríamos, así como la evaluación. Aunque tuve que adaptarme un poco, porque la maestra que cursó con ellos cuarto grado les dio una infinita lista de útiles, que muchos de ellos llevaron al iniciar ese nuevo ciclo escolar.

Recuerdo que cuando comencé a recibir los materiales pensé en el propósito que habría llevado a la anterior profesora a solicitar 500 hojas de colores por cada niño, así como el papel de baño y los múltiples cuadernos que encargó. Afortunadamente yo iba llegando a la escuela, por lo que los dos estantes del salón estaban vacíos, permitiendo que almacenara todos los materiales en uno de ellos.

El siguiente reto fue conocer al grupo, en ese momento me percaté de la presencia de dos repetidores de grado. Además, había niños con rezago escolar y una pequeña con diagnóstico de TDAH (Trastorno de Déficit de Atención con Hiperactividad), esta diversidad en el aula no es nada fuera de lo común, sin embargo, era la primera vez que sería completamente responsable de sus avances y desarrollo, por lo que investigué al respecto. Aunado a esto, aprendí a trabajar con 38 niños, sentados en mesabancos que apenas dejaban un espacio para que ellos mismos pudieran moverse, afectando mis ideas de trabajo en equipo y la distribución del espacio, ya que incluso recorrer el salón mientras ellos trabajaban resultaba toda una odisea.   

A pesar de todas estas dificultades, considero que uno de los retos más grandes que experimenté fue conocer todas las demandas administrativas que se viven en la práctica docente: las evaluaciones, los trabajos adicionales que se acordaban en las juntas de Consejo Técnico, las convocatorias oficiales, entre muchas otras situaciones que comenzaron a pesar sobre mis hombros.

Por ello tuve que aprender a organizar mi tiempo para: cumplir con los criterios de evaluación que yo misma había definido al inicio del ciclo escolar (lo cual implicaba revisar cuadernos, evaluar el portafolio de evidencias y calificar exámenes), realizar la toma de lectura mensual que se nos solicitaba (sí, esa vieja estrategia de sentar a los niños de forma individual durante un minuto para registrar su velocidad lectora, provocando que se interesaran en leer a toda velocidad aunque no entendieran ni media palabra de lo que leyeron), organizar y realizar las juntas bimestrales con padres de familia para informarles sobre la evaluación de sus hijos, participar en el concurso de oratoria con motivo del natalicio de Benito Juárez, trabajar los contenidos del grado, preparar la participación de los niños en el festival navideño y el del día de las madres, así como la organización de la ceremonia de clausura, que siempre estaba a cargo de las maestras de quinto grado.

Al terminar ese primer año de servicio había aprendido la parte de la docencia que no se enseña en la Normal, lo cual me permitió valorar cada una de las jornadas de práctica que viví como estudiante, donde podía dedicarme únicamente a trabajar con los niños, sin preocuparme de las múltiples situaciones que están inmersas en la realidad escolar.

El siguiente año, la suerte quiso darme la oportunidad de continuar mis aprendizajes laborales teniendo a mi cargo la comisión de Cooperativa escolar, una de las más odiadas en la escuela, por todo lo que implica, sin embargo, esa aventura administrativa ya es otra historia.