La ciencia una vez más nos da una gran mano para combatir prejuicios y creencias muy dañinas.
Nos referimos a que una de las conclusiones más relevantes emergente de esa extraordinaria conquista del conocimiento humano que ha significado descifrar la totalidad del genoma de nuestra especie, es que solo existe una raza humana, y no las clásicas razas que nos enseñaron.
Gracias a este avance del conocimiento, los científicos creen que los rasgos físicos externos de las personas responden a la información contenida en sólo el 0.01% de los genes. Por lo tanto, y aunque aún estamos en los albores de estas investigaciones, ya sabemos que las razas humanas consideradas hasta ahora son construcciones o conceptos sociales, pero no científicos. Por lo tanto, desde el punto de vida genético se puede afirmar que sólo existe una raza.
Esto cambia muchas cosas. Obliga a reconsiderar muchas de las valoraciones que siempre hemos hecho. Distinguir a las personas por su “raza” tiene muy poco o ningún significado biológico. A medida que los genetistas buscaban en el genoma humano indicios relacionados con la categorización de las personas por sus aspectos físicos (fenotipo), comprobaros que esas diferencias desaparecen; simplemente no están en el “banco de datos” o genotipo.
Recordemos que el fenotipo de una persona es la manifestación de su información genética influenciada por el ambiente. Consiste en la forma, anatomía, fisiología, patología, comportamiento de cada individuo; todo aquello que lo hace singular, único e inconfundible con otros.
En última instancia la apariencia es la que se transforma en el factor determinante del fenómeno del racismo, porque conduce a la suposición de que los grupos humanos se han desarrollado en forma aislada, y permiten la generalización de las personas, agrupándolas artificialmente, en una especie de trampa de la simplificación. Decirlo así puede sonar contradictorio, pero no lo es. Es un error forzar la simplicidad de las personas, cuando en realidad somos todo lo contrario. Por eso conduce a crear erróneas abstracciones a las que estamos muy habituados como “razas humanas”, “papel de los sexos”, “niveles de cultura”. Porque las principales características de los seres humanos son, justamente, la complejidad y la individualidad. Está ampliamente demostrado que encasillar a las personas en grupos suele generar prejuicios sociales. Además de ser artificial, puede inducir a conductas equivocadas como el desprecio y “odio de razas”.
Las personas somos capaces de distinguir un individuo de otro por su aspecto externo y sus comportamientos. Significa que nos fijamos mucho en las variaciones individuales. Esa capacidad estimuló nuestra tendencia a agrupar personas según algunas características fenotípicas, incluso desde la propia ciencia.
Pues bien, así como contribuyó a meternos en este problema de los grupos raciales, ahora comenzaría a corregir la situación a través del conocimiento genético de nuestra especie, demostrándole a la sociedad que todos pertenecemos a la raza humana, y que nuestras diferencias externas son individuales y no grupales.
Columna publicada en el diario EL PAIS de Montevideo el 27.4.2022