“…educar es válido y valioso, pero también es un acto de coraje, es un paso al frente de la valentía humana”.
Fernando Savater, El valor de educar.
“…lo que hacemos, eso es lo único que nos define realmente”.
Batman.
Acaba de sonar el timbre, es el cambio de clase, voy subiendo la escalera y estoy sudando como si estuviera jugando un partido de fútbol. La directora del plantel me preguntó que si yo quería, que ella me acompañaba al salón para presentarme al grupo y yo, torpe, pero amablemente le dije que no, que no era necesario, hoy, mirando atrás, me doy cuenta de que tal vez eso podría haber ayudado en algo esa primera vez.
Me visualizo. Ahora estoy de espaldas al grupo, acabo de entrar, nunca en mi vida he dado una sola clase, de pronto dejo de escuchar, me desconecté, por alguna extraña razón se me fue el audio, sigo sudando copiosamente, algo pasa y así, de pronto cambia el chip, poco a poco regresa a mí un barullo, me doy cuenta, caigo en mí, a mis espaldas hay un montón de adolescentes que vociferan a la vez quién sabe qué cosa.
Esa mañana no sabía qué ponerme, quería, en lo posible, parecerme a un profesor de prepa, aunque mi rostro imberbe de mozalbete primerizo recién salido de la Universidad no ayudaba mucho. Hoy me veo en aquel apremiante momento, así, de espaldas al grupo, apoyando en la mesa, que finge ser un escritorio para el profesor, mi ridículo portafolio de plástico samsonaite rojo, en donde traigo la lista de mi primer grupo de cuarto año de preparatoria, viene el cambio de frecuencia auditiva, un ruido, ahora sí, ya escucho y a todo lo que da, como diría el buen maestro Sabina “…hay ruido, mucho, pero mucho ruido…”, no he volteado aún, pero apoyo las manos sobre la mesa, me están sudando, me parece que también me tiembla algo, tomo todo el aire que puedo y resoplo, ahí me pregunto cerrando los ojos... ¿¡qué carajo estoy haciendo aquí!?, en ese momento me doy la vuelta sin pensarlo más, voy a empezar...
Estoy cumpliendo 33 años de dar este curso y, ciertamente, han cambiado mucho las cosas desde ese ya lejano 1989. Sonará raro sí, pero nadie me explicó, nadie me dijo en ese entonces cómo dar clases, mucho menos cómo enseñar, ni, por supuesto, qué era ser un maestro, nunca me lo he preguntado tan intensamente como en ese, mi primer día de clases.
Después de la primera y única entrevista, en donde me dijeron que estaba contratado, alguien muy amable me entregó en un formato onda el juego del “basta” con sus columnas de “flor y fruto”, una vil rejilla de las que hoy muy pomposamente llamamos rúbricas escolares y me pidieron, también de manera muy amable, que hiciera ahí mi programa del curso con la correspondiente planeación, temas, contenidos, cómo evaluaría, bibliografías y demás, yo obviamente puse la cara en blanco e hice de tripas corazón y durante varias semanas antes de iniciar las clases intenté hacerlo lo mejor que pude a mi incipiente entender y sin mucha ayuda, sin ninguna guía o algún “coucheo” de nadie. Lo realicé desde lo que yo creía o suponía que había que enseñar, ¡qué pelotudo!, imagínate eso, desde la más pura y vil ignorancia, era pues el mejor ejemplo de lo que decía Bordieu, la pura y vil reproducción del sistema, inculcando, transmitiendo y conservando la cultura dominante, y sin pensarlo pa´ acabarla de joder, ¡ups! qué penita, cierto, inocentemente, aunque claro, eso no le quita lo pelotudo. Unos años atrás, a mediados de la carrera, había llevado una cosa que se llamaba algo así como Didáctica de la enseñanza de la materia que impartiría, ¡mentira cochina!, desde luego que no tenía nada que ver con la realidad, aunque de algo me serviría si, …para poder empezar.
El caso es que en ese año de la caída del muro de Berlín inició la aventura de ser maestro para mí, porque en principio y quitándole la cursilería, si pudiera sintetizar en una palabra la idea, sería necesariamente algo así, literalmente, una aventura.
La experiencia de ese primer día de inicio, no tan prometedor, debo reconocerlo, fue creciendo y de ser un posible intento de… a ser una especie de doctor Jekyll, me cambió la perspectiva y poco a poco me fui convirtiendo en algo parecido a un maestro, en algo así como un Mr. Hyde de la educación.
Como bien dice por ahí el refranero popular que “…el hábito no hace al monje” y para ser maestro no tenía que parecer maestro sino serlo, la cosa era… ¡cómo!, el caso es que de pronto me vi con la posibilidad de querer cambiar el mundo desde un aula y se me ocurrió (en realidad tampoco es que se me ocurriera), se fue dando así, inconscientemente, junté en mi a todos mis maestros buenos y malos, en una rara dualidad, una metamorfosis entre el Dr. Jekyll y el Sr. Hyde para poder hacerlo, toda mi historia como alumno se reunió en mi forma de dar clases, quería llevar todo eso al salón, antes no lo sabía, hoy sí, quería compartir cosas, ser parte de las futuras posibilidades que se presentaban ante mí, eso que me aterró el día uno, eran mis alumn@s, descubrí que ell@s eran la razón, había que participar en las cosas desde la práctica como maestro, bien valía la pena ser ese ecléctico Frankenstein.
Por suerte me encontré en el camino a compañer@s maestr@s maravillos@s que me ayudaron a no cagarla tanto y que cuando pasó, fueron también ell@s mis otr@s maestr@s y además también ellos fueron quienes me acompañaron a corregir, también con el tiempo ell@s mism@s han ido formando mi ser maestro. Entendí que se es maestro estando entre maestros y claro, también me encontré en este largo camino a infinidad de chic@s que han sido muy pacientes conmigo durante todo este tiempo y que me han hecho aprender desde mi primera vez. Tal vez, ahí empezó a forjarse esa metamorfosis de ser un maestro Jekyll a intentar ser un maestro Hyde, claro, fui también encontrando muchos elementos más. Después de la novatada acá, es desde donde se fue formando ese maestro que hoy soy y no es que pasara de la oscuridad a la luz, como el personaje de la novela de Stevenson, todo ha sido paulatino, fue un proceso, como bien dirían los entendidos.
En esta ida y vuelta constante de cómo ser maestro me entendí, si, como un formador, pero reconociendo en mí a los múltiples maestros que me habitan, desde ese maestro tradicional que de pronto aparece o en los momentos idealistas aquel profe romántico, pero también el maestro combativo y crítico, y nada, hasta ese maestro pesimista al que le joden las prioridades administrativas y los modismos pedagógicos, pero ni hablar, el caso es que ese es mi ser maestro en el aula hoy después de 33 años de novatada, puede pasar que sí, hoy soy uno y mañana el otro o todos ellos juntos en una misma clase, adecuar esos maestros a mis alumnit@s de primero de secundaria o hacerles dar el salto para los grandes de bachillerato, ajustarlos a ell@s a mis profes o darles rienda suelta dependiendo de la circunstancia, ya sea de asesor o como maestro de alguna de las materias que imparto no es fácil, que en la transformación quizá no me salga tan bien, puedo aceptarlo, mi tarea de ser maestro.
Recuerdo también que ese mi primer año de inicio, el día 15 de mayo por cierto, desde atrás de aquel salón donde se nos festejaba el día del maestro, un compañero gritaba interrumpiendo el discurso de la dueña de aquella prestigiosa institución y, por supuesto, proveedora de aquellas ricas viandas y licores del tan merecido festejo, decía ella pues que “… la profesión de maestro es una de las más maravillosas y abnegadas… -¡sí, pero muy mal pagada!- chillaba desde el fondo del salón la aguardientosa y aguda voz de aquél maestro tan pintoresco (hoy por cierto, uno de mis mejores amigos y director de una reconocida revista electrónica, y que formó parte también de ese año de novatada). Ella, muy dignamente, como haciendo caso omiso e ignorando el infortunado comentario anónimo, volvía a la carga con la voz de dueña y directora general de tan noble institución retomando desde la interrupción, “…como les decía, si, que la profesión de maestro es una de las más maravillosas y abnegadas… - ¡siiiiiií, perooooo muuuuy maaaal pagadaaaa!- .
Justo porque ser maestro no es tarea individual o fácil y tampoco se trata tan sólo de buenas intenciones, se requiere de un verdadero compromiso personal, colectivo e institucional, así como de la sensibilidad y el valor ético que considere lo esencial de la educación.
Sostengo aún que ser maestro sigue siendo una aventura diaria para mí y que como decía mi otro buen amigo Roger, “…aún no he dado mi mejor clase, aún está por venir…”, igual sigo pensando ingenuamente en cambiar al mundo y que la educación es la mejor manera de hacerlo, entiendo el riesgo que hay en ello y la delgada línea que puede existir para que uno como maestro se vuelva un legitimador del estatus quo o de que mi discurso se vuelva aleccionador, pero siempre está la idea de la educación esperanzadora del buen Freire y que yo soy afortunado, trabajo en la formación de personas, en la maravillosa posibilidad de formar mejores seres humanos.
Me gusta ser ese maestro formador, comprometido y combativo, a veces cansado o enojado que incluso con errores, todavía con ganitas, pero, ni modo, dejémoslo por hoy en ese maestro que tiene la apariencia de un Gregorio Samsa Kafkiano y ecléctico que sigue transmutando en cómo ser un mejor maestro o peor aún, en cómo sigo siendo… un profe Jekyll y un maestro Hyde desde que fue mi novatada cuando empecé.
Acaba de sonar nuevamente la chicharra, anuncio estridente del Pavloviano cambio de clase, …espero pacientemente a que salgan los chic@s del salón, voy retrasado al siguiente grupo y trato de acelerar el paso para llegar a mi siguiente clase en el bachillerato, libro traspiés al descender por la escalera atestada de chic@s lo más rápido que puedo, qué raro, a pesar de las prisas no sudo ni un poco, me detiene una alumna de mi asesoría para preguntarme un par de cosas, cruzo de un patio a otro y vuelvo a arremeter las escaleras de otro edificio, alguien me saluda, volteó y vislumbro la panorámica desde el primer piso del bachillerato, hago un paneo de “dron” y a la velocidad de la luz recuerdo el sismo del pasado 19 de septiembre de 2017, de golpe recuerdo todos los sismos que me han tocado como maestro en alguna escuela, joder ¡cuánta maldita responsabilidad!, mientras avanzo voy cambiando el chip, tengo qué, voy de niños y niñas de 12 años a chavos y chavas de 16, voy de 1º de secundaria a 2º semestre de “prepa”, entro al 2030 de este año, saludo y mientras conecto cables y echo andar el proyector, se van acomodando en sus lugares, les pido que guarden sus celulares, varias me saludan, unos bromean, unos ni me pelan, otros van entrando, son compañer@s de generación de mi hija, muchos iban con Majo desde pequeñ@s, cómo han cambiado los tiempos, ¡demonios, son una maravilla!, “… bueno chicos, guarden silencio, voy a empezar…”