A la memoria de Don Miguel Hernández Labastida y Don Carlos Ortega Juárez
César Labastida está al final de sus vacaciones y está confundido ante la tercera ola del Covid en México. Aunque se vacunó, como todo buen maestro, voluntariamente y con la convicción de colaborar para que el rebaño gane al virus, él está dispuesto a un regreso frente a grupo. Sin embargo, tiene información (¿o Sobreinformación?) que no le dejó disfrutar su receso de verano. De ahí su desconcierto. Y no sabe qué expresar sobre la presión para el regreso a clases presenciales ante una pandemia que se sigue alargando.
El año anterior, el de la pandemia, el profesor Labastida estaba muy renuente de comenzar a trabajar en forma virtual con Zoom o Meet, porque no se sentía capaz de dominar esas tecnologías que veía tan lejanas a su realidad docente, por lo que reconoció que estaba aterrorizado. Pero después de un año en la obligada modalidad a distancia se fue acostumbrando con el uso, por ensayo y error, de las herramientas digitales; y las fue aprovechando lo mejor que pudo. Incluso piensa que algunos de sus grupos se comportaron y rindieron mejor que en forma presencial y entregaron buenos trabajos, además de realizar exámenes notables. Otros grupos, en cambio, no mostraron un rendimiento distinto; pero eso sí, extrañó la presencia física, cara a cara, de sus estudiantes, el pizarrón, las bancas y estar de pie exponiendo la clase.
El profesor César está convencido de que nada sustituye en términos de enseñanza al maestro y que la interacción cara a cara entre él y los alumnos es fundamental para un aprendizaje más significativo. Es decir, está claro de la función de la escuela como un poderoso dispositivo de socialización, diálogo e interacción educativa.
Pero ahora, el profesor Labastida Esqueda se siente en medio de la nada. Por un lado, hay una insistencia de las autoridades por el regreso a la normalidad, pero en contraste con esas indicaciones, el semáforo sanitario ha pasado del verde a otros colores, pintando el mapa de diversos amarillos, naranjas y hasta rojos.
César se ha enterado de datos, informaciones y opiniones de lo más diverso, sobre los efectos de las distintas vacunas, sobre la inmunidad, sobre la oposición a cerrar actividades comerciales, pero también sobre los contagios, los hospitales y, lamentablemente, los fallecimientos. Él mismo está agotado del encierro y la dependencia a su computadora, pero medita que el regreso a clases, no puede ser a costa de salud y vidas.
Otra confusión para el profe César gira alrededor de las respuestas institucionales a la pandemia que van desde la desatención e indiferencia más absoluta hacia los docentes, hasta la presión más eficientista, sin implementar los recursos adecuados para un regreso a clases; situación que él vislumbra incierta y que considera no se resolverá con otras tecnologías, voluntarismo, cursos al vapor, ampliaciones a los horarios o al calendario escolar, declaraciones absurdas o presencia física de maestros y estudiantes.
El maestro César Labastida está confundido ante un mundo esquizofrénico y frente a una pandemia que no cesa. Y considera que eso es peor que el miedo que se experimentó hace un año.