Mientras redactaba el artículo que usted ahora lee, fue publicado en Aristegui Noticias el ensayo de Julio Moguel ¿Por qué la crisis actual es también ontológica? (https://cutt.ly/8Qtp193), que no obstante su brevedad es un artículo iluminador y visionario. JM plantea que “la marcha de los tres jinetes del apocalipsis –cambio climático, desigualdades y pandemias– se presenta ya no como un imaginario pasajero de los animales humanos vivientes del planeta sino como factor decisivo”. Lo anterior Moguel lo identifica dentro de una crisis de civilización, un tema del que advertimos en nuestro ensayo Modernidad y ecología, publicado en 1993 ( Ecología Politica, 3:9-22) y traducido a varios idiomas, y del que me he ocupado en extenso en el libro Los civilizionarios (Juan Pablos Editor, 2019). La crisis ontológica es en efecto una de las tres mayores crisis del mundo moderno junto con la ecológica y la social. Contra lo que muchos suponen, esta triple desgracia alcanza hoy la que es quizás su máxima expresión en la historia de la humanidad. En plena sintonía con las principales tesis del ensayo de Moguel, aquí exploro la confluencia de los tres jinetes del apocalipsis en la aparición de un miedo de especie como principal elemento trastocador, pero que al mismo tiempo, constituye la oportunidad para la creación de esperanzas en un mundo en crisis.
Vivimos pues un tiempo peligroso, donde todo depende de que la humanidad logre remontar lo que es la segunda fase más arriesgada de su historia (la primera ocurrió cuando la población del Homo sapiens se redujo al mínimo y quedó atrapada en las costas de Sudáfrica por efectos de un clima gélido extremo). Al fin y al cabo nuestra especie es la única sobreviviente de las 10 que integraron nuestro género. El tiempo pasó, y lo que observábamos como lejana película de terror se fue acercando sin que nos percatáramos y hoy somos ya parte de ella. De meros espectadores o fanáticos del cine, nos convertimos en unas pocas décadas en actores del drama. La primera vez que escuché azorado la idea de que la nuestra es una especie que puede morir, fue en el libro de Francisco Garrido Peña, Introducción a la ecología política (1993). Hoy esa idea es casi lugar común.
Estas tres calamidades que hoy asuelan el mundo provocan que millones de seres humanos del planeta sufran o padezcan ese miedo de especie. Este temor colectivo y generalizado surge de la tremenda batalla que la humanidad libra contra el virus (microamenaza) y de los eventos catastróficos provocados por la emergencia climática global (macroamenaza), pero también de los límites de una civilización que ya no da más. Lo anterior se expresa en el dislocamiento de nuestras vidas cotidianas en todas sus escalas (individual, familiar, barrial, comunitaria, nacional, etcétera), y en el derrumbe de toda expectativa futura, tal como lo planteaba el optimismo del sistema industrial bajo preceptos, como desarrollo, progreso, crecimiento económico, etcétera, y bajo valores, como el individualismo, la competencia, el consumo y la fe ciega en la economía y la tecnociencia. Para la gran mayoría se ha difuminado la ideología del confort, la seguridad y el placer, y esta sacudida se expresa en innumerables situaciones atípicas o anormales.
¿Alguien se imaginaba la toma del Capitolio por los bárbaros, los chalecos amarillos asediando a Francia, y los Extinction Rebellion a Inglaterra, las calles de Hong Kong o de Colombia tomadas por las masas, un campesino con sombrero presidiendo Perú, líderes indígenas encabezando Bolivia y Chile, o un presidente mexicano desafiando a Washington y defendiendo con pasión a Cuba? Dos reacciones institucionales fuera de lo común son la promulgación de las dos encíclicas de la Iglesia católica (sobre la crisis ecológica y la social) y el plan del Partido Comunista chino y su gobierno para volver al país una civilización ecológica en 2035.
El gran reto no es el de negar este miedo de especie, como lo han hecho los seguidores de D. Trump o J. Bolsonaro y varios intelectuales alternativos, sino el de asumirlo y remontarlo, evitando la parálisis y las actitudes nihilistas o cínicas. Es decir, convertir el miedo en acción preventiva y efectiva, en conciencia de especie. El reto es colosal, porque implica información verídica, conocimiento, pensamiento flexible, cambio radical de actitudes y valores, sensatez y valentía. En cierto sentido, un retorno a una identidad común a todos. Se trata del cambio civilizatorio operando a escala individual. La aparición de un nuevo sujeto político que lucha por el rescate de la especie. Un nuevo estar en el mundo y una nueva política con, desde y por la vida humana y no humana. Una ecopolítica.