No hay peor costumbre que mirarse solo en la ciudad
que no te mira cuando le hablas,
que no te escucha si la contemplas.
No soy costumbre de mí mismo.
Espero. Me balanceo en la sombra que de un árbol nace.
Miro el abandono de los otros y no entiendo sus risas.
Tanto ruido de la ciudad me cansa.
Moriremos de sólo vivir para no estar viviendo
lo que de vivir no entendemos.
Somos tantos y estamos solos en nuestra creencia
de residir en una patria que nos custodia.
Nos han engañado.
Miramos en pantallas la felicidad.
Si un otro nos mira, un extraño dolor
se asoma por los ojos. Retiramos
las sombras a otras latitudes y lloramos,
lloramos por los atardeceres que se fueron
y por la tanta oscuridad que ya nos pertenece.
Somos la costumbre de lo diario.