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Viernes, Abril 26, 2024

A la memoria del profesor y arquitecto Carlos Ortega Juárez (1949 – 2021)

El mundo requiere una cirugía profunda. El coronavirus ha desnudado muchas de las miserias humanas. Es un problema de salud, de vida, de muerte colectiva. Millones de seres humanos se han contagiado, perdido su trabajo, muerto. Miles de jóvenes y niños tuvieron que dejar la escuela, incluso en la modalidad a distancia, porque otras fueron las prioridades. Como siempre, el hilo se ha roto por la parte más delgada. Si bien es cierto que el virus no respeta género, clases sociales o edad, hay sectores más vulnerables que han pagado la factura más alta. En términos de salud y mortalidad, todo mundo sabe que la población obesa, hipertensa, diabética y mayor, principalmente, son los grupos en los que se localizó el mayor número de contagios y, por supuesto de muertos. En términos socioeconómicos,  si bien en un principio la enfermedad atacó por igual a ricos que a pobres, en el mediano plazo, los efectos fueron más severos en los desposeídos, dado que  muchos quedaron en el desamparo ante la falta de una visión y políticas de estado que los protegieran: perdieron empleo, vivienda y escuela en un porcentaje considerable. El sistema capitalista cuyo fin es la acumulación de la riqueza no tuvo el tiempo ni la consideración necesarias para los millones de trabajadores que subsisten en la precariedad. En un mundo más justo, lo adecuado sería que la vacunación fuera universal y que tanto los países pobres como los ricos hubieran tenido las mismas oportunidades para inmunizar a su población.  Al seguir pensando en términos de vida, aquellos países o núcleos de población vulnerables, el rezago en términos de salud y expectativas vitales ante la pandemia, llega a extremos catastróficos. Me explico: Aquellos países que más tarden en vacunar e inmunizar a su población serán los que sigan acumulando el mayor número de enfermos, desempleados y  muertos. No se necesita ser adivino para anticipar cómo se abrirá la brecha de dependencia, miseria y explotación humana –como ha ocurrido durante siglos- entre unos y otros. Los peces grandes seguirán devorando a los pequeños, y lo harán con mayor voracidad, como ha ocurrido ante las guerras con la distribución y venta de armas, la ‘asistencia’ y venta de medicinas y los préstamos ‘humanitarios’ de los bancos  y organismos internacionales a los que han quedado desolados ante la miseria y la muerte. La globalización que abarca esferas culturales, económicas y sociales, no será – ni lo ha sido hasta ahora- una posibilidad para acceder a un mundo más justo en el que el capital cultural y económico se distribuya de una manera más humana y equitativa.

La pandemia, entonces, no sólo puede verse como una calamidad, sino también como la oportunidad para reflexionar qué hemos dejado de hacer como sociedad para vivir en mundos excluyentes, regidos por la competencia  ajenos a la solidaridad.  Construir una sociedad más justa ha sido el reclamo histórico de muchos seres humanos que ven en el otro, la otra y los otros al nosotros. Lo que afecta a unos debiera ser preocupación de todos. No nos hemos ni acercado a los ideales libertarios, igualitarios que varios personajes y grupos sociales propusieron en diferentes regiones y etapas de la humanidad. ¿Tendremos que resignarnos a vivir siempre en un mundo parecido a una factoría en la que unos hacen mucho y muy poco obtienen mientras otros mueven sus destinos cual grandes ajedrecistas? Insisto, ¿qué hemos dejado de hacer? ¿Qué podemos hacer con mayor fuerza y organización para darle vuelta a tortilla? Ya, ahora, las grandes trasnacionales farmacéuticas han sido las que han capitalizado la pandemia. Sus ingresos han crecido en progresión geométrica. Y no, no estoy hablando de no vacunarse o de desaprovechar el desarrollo científico y la investigación que hay detrás de esos gigantes como Pfizer o Astra Seneca. No, el cuestionamiento va en una dirección ética: las ganancias son el engrane que hace girar y  explica al mundo, su mundo,  no necesariamente la salud y la estabilidad social.

Un mundo en el que unos son o somos prescindibles, en el que la voz disidente es vista como un peligro y no como la posibilidad para enriquecer nuestra condición humana, es un mundo en el que unos cuantos serán los que sigan gobernando, administrando y enajenando la riqueza producida por la mayoría.  Urge que en las escuelas, las fábricas, las comunidades, la familia y cualquier grupo social, recuperemos la palabra, seamos abiertos a las necesidades, propuestas y voces de los otros. Sin ellos, no somos. No hay ética suficiente ni un mundo mejor posible si seguimos pensando de manera individual, si solo actuamos reactivamente, si no impulsamos la solidaridad, la colaboración. Estar en el mundo, de manera consciente. Asumir nuestra condición humana, asistir a quien lo requiera, luchar codo a codo con los ambientalistas, las feministas, los indigenistas, los grupos pro defensa de los migrantes, los grupos LGBTTTIQ. Combatir la discriminación, la exclusión, el clasismo. Me refiero, a manera de ejemplo, a esos sectores porque son los que han padecido la represión, porque son los que se han organizado para cambiar la visión del mundo. No son loquitos o loquitas sino todo lo contrario, grupos pensantes y sensatos que reivindican la dignidad humana. Son la muestra tenaz y digna de la resistencia y la posibilidad. Muchas veces los hemos dejado solos y solas y algunos hasta hacen escarnio de su condición, orientación o propuestas, justo porque no ven más allá de sus narices, porque han sido víctimas del virus de la información sesgada y tramposa que se promueve en los medios de difusión afines al capital.

El virus de la indiferencia y el odio que ha infectado a sectores importantes de la población. El virus social que ve normal al que  segrega, golpea, viola, asesina. Esos son los fundamentalistas. Esos son a quienes hay que combatir con la razón, la dignidad, la organización y la resistencia. Con las mejores armas: la educación, el diálogo en condiciones de paridad, la búsqueda de mejores condiciones sociales, de salud, vivienda y trabajo bien remunerado.

La terrible contingencia sanitaria que nos ha encerrado y nos ha dejado con familiares, amigos y millones de seres en la enfermedad, el desamparo y la muerte no debe postrarnos, sino darnos el tiempo para reflexionar acerca de nuestros actos y omisiones. Un mundo pospandemia en el que la discusión y las acciones vayan más allá de lo contingente. Lamentablemente faltan estadistas y sobran administradores políticos.   El verdadero ejercicio de la política debería ser aquél en el que todos estemos incluidos en la toma de decisiones. Como planteaba Habbermas,  en el que se abran espacios de deliberación pública e informada y sean los que  legitimen las acciones de gobierno. Estos espacios deliberativos debemos empezar por abrirlos en los núcleos en los que nos desempeñamos. Abrir círculos virtuosos desde los microespacios  hasta llegar a lo macrosocial, lo macroético como postuló Karl Otto Appel. Es decir, espacios en los que el interés común, las reglas aceptadas y debatidas por todos nos permitan pensar en aquello que nos identifica, aquello que nos perjudica y acordar, de manera horizontal lo que conviene a la mayoría. Recuperar la condición ciudadana, pues, implica, entre otras cosas, una reflexión ética que nos posicione como seres cuyas ataduras fundamentales sean los propios y necesarios límites para no lesionar el tejido social, sino todo lo contrario, para enriquecerlo.

Hay muchos microespacios en los que podemos actuar: familia, escuela, trabajo, sindicato. Siempre con la mirada puesta en el todo, en lo amplio, en la ciudad, el país, el mundo. Empezar por escuchar antes de descalificar, por aceptar que la voz disidente suma no resta, que las minorías cuentan y enriquecen.

En nuestro terreno, el educativo, es tiempo de pensar otro mundo, en otra escuela (¿Qué escuela, qué educación es la que requerimos hoy?), más allá de si reanudamos presencial o no, que por supuesto es importante; hay que exigir una verdadera transformación educativa, y si no se hace de manera institucional, empecemos por hacer lo que nos corresponda en los espacios en los que participamos. Exijamos condiciones sanitarias adecuadas y suficientes para preservar la vida y la salud. Resistamos como tantas veces lo hemos hecho y abonemos palabra y acción para este nuevo mundo que vivimos y por venir. Ya la pandemia nos hirió de gravedad. Exijamos la cirugía que se necesita y no nos conformemos con paliativos temporales. Hagamos, entretanto, microcirugías en las escuelas, ya llegará el momento en que podamos exigir nuestros derechos en  otros espacios y con mayor contundencia.

Sacapuntas

Yoloxóchitl Bustamante

El timbre de las 8

Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández

Usos múltiples

Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y María Fernanda Azuara Hernández
Laura Karina Mares Ortega & Rogelio Del Prado Flores
Rebeca Illiana Arévalo Martínez, María Dolores Lozano Gutiérrez
Angélica Beatriz de la Vega Arévalo, Isabel Lincoln Strange Reséndiz

Mentes Peligrosas

Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández

Deserciones

Guillermo Marín Ruiz
Stephanie Bojalil Paredes & Rogelio Del Prado Flores

Mirador del Norte

Sala de maestros

Rebeca Illiana Arévalo Martínez, Mirla Yessenia Castro Rodríguez & Rocío Alvarado Casas
Rebeca Illiana Arévalo Martínez, Lilia Isabel Vieyra & Marín María de Jesús Moo Canul
Isabel Lincoln Strange Reséndiz, Miriam Josefina Vega Astorga

Tarea

Federico Cendejas Corzo
Jorge Orendain
Diana Cabrera Anota
Melody A. Guillén
Rebeca Illiana Arévalo Martínez, Guillermo García Mayo & Karla Negrete Huelga
“pálido.deluz”, año 10, número 131, "Número 131. Escuela y pandemia: ¿Cómo regresar a clases? (Agosto 2021)", es una publicación mensual digital editada por Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández,calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México, C.P. 11420, Tel. (55) 5341-1097, https://palido.deluz.com.mx/ Editor responsable Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández. ISSN 2594-0597. Responsables de la última actualización de éste número Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, CDMX, C.P. 11420, fecha de la última modificación agosto 2020
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