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Jueves, Noviembre 07, 2024

“Y seguiré naufragando en mares ajenos

hasta naufragar en mi propio mar.”

Antonio Porchia

 

Para Pedro, Viridiana, Víctor y Abigail, mis amigos viajeros.

 

Han pasado diez años desde que esto sucedió, dejé que pasara tanto tiempo porque no me atevía a decirlo, porque intenté convencerme de que nunca pasó, de que aquella extraña serie de sucesos nunca había ocurrido. Aunque sé que sí, que todo fue real y que, además, tienes derecho a saber la verdad, por muy extraña que sea,  tienes derecho a conocer lo que en realidad ocurrió en aquellos días, también espero que puedas perdonarme por haberte ocultado esto durante tanto tiempo, pero tienes que comprender que no fue fácil para nadie, tampoco para mí.

Todo ocurrió durante uno de los viajes que hacíamos todos juntos, íbamos: Manuel, Bibiana, Ernesto, Zoraida y yo. Decidimos, como era nuestra costumbre, hacer un viaje de amigos a la costa, por aquel entonces ya habíamos visitado playas del Pacífico y del Caribe y no nos habíamos tomado la molestia de visitar el Golfo, así que pensamos que sería una buena opción, si hubiéramos sabido lo que iba a suceder por supuesto que jamás habríamos realizado ese viaje, pero nadie es capaz de predecir el futuro, así que ilusionados, armados con bloqueador y trajes de baño, emprendimos la ruta a Tecolutla, Veracruz.

El viaje por carretera no tuvo ningún contratiempo, salimos como a las seis de la mañana de la Ciudad de México para llegar y disfrutar lo más posible de ese día y de los que seguían en la playa.

Al llegar al hotel, cuyas habitaciones tenían vista al mar, comenzaron las decepciones. El día estaba completamente nublado y soplaba un viento helado y violento, aunque eran apenas las diez de la mañana, el cielo rugía con furia y las olas encrespadas advertían del peligro que significaría entrar en el mar en aquellos momentos. Ese clima era solamente presagio de la catástrofe.

Resignados y cabizbajos por no poder disfrutar del sol y la playa que tanto deseábamos, decidimos visitar el pueblo. En él existe un Museo de la Vida Marina, que parece más bien una galería de siniestros animales disecados, habitantes de las más disparatadas pesadillas. Peces extraños con ojos enfurecidos y cocodrilos con las mandíbulas siempre abiertas, pero lo más extraño de todo: el esqueleto de un hipocampo gigante y prehistórico que abarcaba la totalidad de una de las salas del museo. El guía era un hombre de apariencia sombría y que hablaba con un resentimiento ancestral acerca de los muchos males que le hacemos los seres humanos a la naturaleza, el brillo del odio encendía sus ojos y sus palabras.

Nos contó una leyenda mientras hablaba de aquel extraño hipocampo gigante, encontrado en las playas del lugar en la década de los 70 del siglo pasado.

Fue la primera vez que escuché sobre la gente del mar, nadie sabe bien a bien quiénes son o qué son, algunos dicen que se trata de los espíritus de las personas que han muerto ahogadas en los mares del mundo, otros que son una avanzada civilización submarina y otros más que son sirenas dispuestas a llevarse a todo aquel que se deje a las entrañas del océano insondable. El guía nos dijo que los seres humanos podemos ver a la gente del mar solamente en temporada de huracanes y nortes, como en la que estábamos, aparecen en medio de la tormenta y seducen a las almas que desde antes eligieron para su perdición.

Mi amiga Zoraida se rió con nervios del relato y el guía clavó su mirada penetrante en ella por unos segundos, para después continuar sin mencionar nada al respecto.

En un principio la historia me inquietó más de la cuenta, yo que siempre he sido un ávido lector de los relatos fantásticos, pero mi presentimiento se quedaría corto, nunca pensé que aquella extraña historia me cambiaría la vida para siempre.

Después de nuestra inusual visita al museo dicidimos dar una larga caminata por la playa gris y helada, hasta el malecón coronado por un faro que se erguía imponente al final del camino. El viento soplaba muy fuerte y me congelaba las piernas expuestas por los shorts que llevaba, pues no tomé la precaución de llevar ropa para clima frío; la misma suerte sufrían mis amigos. Gastamos algunas horas en ese recorrido y, al sentir hambre, nos fuimos a cenar a un restaurante en el que servían deliciosos platillos marinos y volvimos al hotel ya entrada la noche. No nos sentíamos cansados y subimos al segundo piso donde había un salón de juegos que tenía balcón con vista al mar. Ahí, en la parte techada, había colgados de la pared unos cuernos gigantescos de toro que me pusieron muy nervioso, más de lo que ya estaba desde la historia del guía del museo.

Entre risas y bromas, empezamos a contar historias de terror, para ponerle sal y limón al situación y divertirnos un poco. Por supuesto que esas narraciones me inspiraron más miedo, pero decidí no darle demasiada importancia. Salimos al balcón a contemplar el mar que seguía agitado. En cuanto nos encontramos afuera el viento sopló con una enorme fuerza y produjo los terribles lamentos que provocan las ventiscas, parecidos a llantos ancestrales o a canciones olvidadas en lenguas ininteligibles.

Empezó a llover fuertemente y corrimos a resguardarnos, antes de cerrar la puerta de cristal que clausuraba el balcón, alcancé a ver entre la tormenta a una persona que estaba en el mar, inamovible como una estatua en medio de las olas, el viento y la lluvia. Me sorprendí muchímo y en el momento en el que fijé la mirada para poner más atención a la visión, aquella figura inexplicable desapareció.

Después escuché una voz dentro de mi cabeza que decía: “No me busques porque corres el peligro de hallarme, no es a ti a quien quiero”. Algo muy dentro de mí me indicaba que nadie más que yo había escuchado aquellas palabras de advertencia. Me quedé mudo, pasmado, se me heló la sangre y mis músculos se engarrotaron. Mis amigos, asustados, me preguntaron que qué me pasaba; yo solamente alcancé a responder que seguramente el viaje me había producido un gran cansancio, que sería mejor irnos a dormir.

En ese momento noté que Zoraida estaba extraña, no decía una sola palabra y tenía la mirada fija en el mar a través de la ventana.

–¿Estás bien?– Le pregunté aún muy nervioso.

Ella volteo a verme y sentí en sus ojos un vacío insual, terrible.

–Sí, Felipe, no te preocupes, solo me distraje contemplando la tormenta– Dijo con una voz muy serena, completamente atípica en su personalidad.

Tomamos la decisión pues, de irnos a acostar, era justo la media noche. La habitación que nos asignaron tenía dos camas matrinoniales y una individual, ésta última estaba en la contraesquina de las otras dos de manera perpendicular, por lo que se podía ver desde cualquiera de las otras camas todo el tiempo sin tener que hacer esfuerzo alguno. A Zoraida le tocó estar en esa cama; Bibi y Ernesto, al ser pareja, compartieron una de las matrimoniales y mi amigo Manuel y yo, la otra.

Me quedé dormido rápidamente, pero tuve una pesadilla: nadaba en mar abierto solo e indefenso y de pronto avistaba un inmenso hipocampo nadando bajo mis pies, entonces intentaba pedir ayuda, pero una fuerza enorme empezaba a arrastrarme a las profundidades y en el fondo arenoso una persona de ropajes que parecían hechos de algas marinas me esperaba con una mirada siniestra y una sonrisa aterradora. Me desperté sobresaltado, pero no grité, me senté un poco en la cama y vi el reloj de mi celular, eran justo las tres de la mañana.

Miré a mis amigos que dormían plácidamente, pero en cuanto vi a Zoraida, ella abrió los ojos, apenas podía distinguirlos con la luz de la luna que entraba por la ventana, pero logré notar ese vacío que había visto en el salón.

Se levantó, me miró y se llevó un dedo a los labios, haciendo el gesto que indica que debemos guardar silencio. Después, tranquilamente, abrió la puerta de la habitación y se fue caminando despacio, pero sin parar, como si estuviera hipnotizada.

Yo, un poco desorientado aún por el sopor del sueño y con todos los eventos extraños del día dando vueltas en mi cabeza, no reaccioné rápidamente, lo único que hice fue acercarme a la ventana para mirar la luna que apenas se vislumbraba por las nubes que la opacaban, la tormenta había amainado y ya solamente caía una ligera lluvia. Pasé la mirada por la playa y vi a Zoraida ahí abajo caminando sobre la arena. En ese momento desperté a mis amigos y salí corriendo tras ella.

Cuando alcancé a llegar al lugar en que comenzaba la arena de la costa, ella se encontraba ya muy lejos de mí, alcancé a ver a una persona en medio de las olas, que estiraba la mano hacia mi amiga y ella la aceptaba, yo corrí con todas mis fuerzas, pero era demasiado tarde, Zoraida caminó algunos metros hacia el mar y estiró el brazo para tomar aquella mano que la llamaba. Después vino una ola inmensa que las cubrió a ambas y nunca más la volví a ver.

Mis otros amigos me alcanzaron en la playa desconcertados, yo lloraba y gritaba; Manuel me abrazó primero y después nos abrazamos los cuatro.

Pusimos la denuncia por su desaparición, al relatar lo sucedido nadie nos creyó, y por ello pensé que tú tampoco me creerías, por eso concordamos los cuatro en la versión que diríamos: ella simplemente no estaba en su cama cuando amaneció al día siguiente de nuestra llegada y que jamás logramos encontrarla.

Ahora que lo sabes, quizás puedas comprender los motivos de mi silencio y, si de algo te consuela, me siguen visitando en sueños los hipocampos prehistóricos, la persona del mar que me habla con su voz siniestra y ahora también tu hija, Zoraida, con ese vacío en los ojos del último día que la vi.

Sacapuntas

Yoloxóchitl Bustamante

El timbre de las 8

Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández

Usos múltiples

Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y María Fernanda Azuara Hernández
Laura Karina Mares Ortega & Rogelio Del Prado Flores
Rebeca Illiana Arévalo Martínez, María Dolores Lozano Gutiérrez
Angélica Beatriz de la Vega Arévalo, Isabel Lincoln Strange Reséndiz

Mentes Peligrosas

Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández

Deserciones

Guillermo Marín Ruiz
Stephanie Bojalil Paredes & Rogelio Del Prado Flores

Mirador del Norte

Sala de maestros

Rebeca Illiana Arévalo Martínez, Mirla Yessenia Castro Rodríguez & Rocío Alvarado Casas
Rebeca Illiana Arévalo Martínez, Lilia Isabel Vieyra & Marín María de Jesús Moo Canul
Isabel Lincoln Strange Reséndiz, Miriam Josefina Vega Astorga

Tarea

Federico Cendejas Corzo
Jorge Orendain
Diana Cabrera Anota
Melody A. Guillén
Rebeca Illiana Arévalo Martínez, Guillermo García Mayo & Karla Negrete Huelga
“pálido.deluz”, año 10, número 131, "Número 131. Escuela y pandemia: ¿Cómo regresar a clases? (Agosto 2021)", es una publicación mensual digital editada por Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández,calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México, C.P. 11420, Tel. (55) 5341-1097, https://palido.deluz.com.mx/ Editor responsable Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández. ISSN 2594-0597. Responsables de la última actualización de éste número Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, CDMX, C.P. 11420, fecha de la última modificación agosto 2020
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