En las últimas vacaciones de Semana Santa, César Labastida Esqueda decidió quedarse en casa. Se engenta rápidamente y para donde quisiera ir encontraría gente en fuga, aglomeraciones o playas y albercas sin lugar para nadie. Alguien le comentó que, incluso en Acapulco, y a pesar de la recuperación por el huracán Otis, había mucho turismo y estaba muy caro.

En la ciudad de México encontró que la opción era visitar el monumento a la Revolución y aprovechar el 15º. Remate de libros y películas. Cesar decidió ir. Pero también pensó que mejor debería dedicar ese día a leer los muchos libros que están amontonados en su estudio y en su habitación. Lo pensó todavía unos minutos, pero ya había salido de su departamento, así que sin excusas se dirigió al Remate de libros.

El profe César llegó rápido en Metro, aunque también observó que había mucha gente en las calles, no como en otras Semanas Santas. Le dio gusto ver que, tal vez por los precios y las distintas ofertas, había muchas personas a un lado del Monumento a la Revolución, en las diferentes carpas llenas de libros nuevos, viejos y salados.

 Cesar compró tres libros de la Editorial siglo XXI. Para no sentirse culpable, se dijo que los tres eran ensayos teóricos y le ayudarían a seguir leyendo la realidad, que era, además, su deporte favorito.

El primer libro que adquirió Labastida fue Discursos Sustentables de Enrique Leff (2010), en el que leyó, en la cuarta de forros:

“Este libro recoge un conjunto de textos elaborados a partir de discursos que nacieron de la palabra arrojada ante un público en debates ambientales recientes, y que, desde el eco del diálogo, tomaron la forma escrita que ha quedado inscrita en este volumen. Son discursos compartidos, convividos; voces latentes que esperan una respuesta; palabras que palpitan en el corazón de la Tierra.
Estos discursos están hechos de palabras: palabras que crean nuevos significados teóricos y nuevos sentidos existenciales; palabras que se incorporan en nuevos saberes, que encarnan en nuevas identidades, que se decantan en nuevos lenguajes para habitar el mundo y soñar otros mundos posibles; palabras que arraigan en la tierra para fertilizar nuevos territorios; palabras que se filtran por la corteza de la Tierra hasta tocar la roca viva de la vida, que cicatrizan en la piel del mundo, que abren nuevos senderos de la historia.”

El profesor César piensa que toda la obra de Enrique Leff es imprescindible para los educadores ambientales, su lenguaje pulido, penetrante, profundo, comparte la complejidad de la vida y sus riegos.

El segundo libro lleva el título de El desarrollo de la teoría antropológica; una historia de las teorias de la cultura y su autor es Marvin Harris (1988), es un “tabique” que disecciona las teorías antropológicas, una por una desde la Ilustración: el Determinismo Racial, el Spencerismo, el Evolucionismo, el Materialismo Dialéctico, El Estructuralismo, el Psicoanálisis, Lowie, la etnografía, la Antropología Social, el Materialismo Cultural y otras corrientes. Harris es un consagrado teórico de la Antropología revisando minuciosamente los aportes de cada teoría a un campo. Un manual y un manjar, al que César no pudo renunciar. “Hoy que se habla tanto de interdisciplina es necesario ver la ardua construcción interna de las disciplinas”, pensó el profesor Labastida.

El maestro César Labastida ya iba cargado cuando volteó a una mesa de Ofertas. Es decir, unos saldos de los saldos. Casi se desmaya cuando vió: Paulo Freire: una Biobibliografía, compilado por Moacir Gadotti. Las casi 800 páginas son una especie de biblia pedagógica de uno de los pensadores más importantes de la educación del siglo XX.

César pensó, sentado en un vagón del transporte colectivo: “Los libros iluminan, pero los libros teóricos son como anteojos que sirven para ver mejor la realidad”. El profesor reflexionaba en el metro, ya oscureciendo el día. Y se preguntó: “¿Con qué lentes verán la realidad los que no leen teoría?”

Se acercó a la puerta del vagón del metro, porque venia cargando con dificultad los tres libros pesados y bajaría en la siguiente estación. Entonces recordó lo que un colega le había platicado cuando se había cambiado de casa, y en el que un cargador se quejó de estar moviendo innumerables cajas de libros:

—Oiga profesor, ¿no le parece que son muchos libros?

—Pues sí, joven, pero usted dígame: ¿es más fácil cargarlos de un lado a otro o tenerlos aquí, dentro de la cabeza?

El muchacho estibador, sin responder la pregunta, aplicó mayor esfuerzo y acomodó todas las cajas de libros en el camión de la mudanza.