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Jueves, Noviembre 21, 2024

Hay un fenómeno bastante común en las universidades: alumnos que se quejan de profesores que los dejan leer mucho, y peor aún, “a veces libros completos”. Para estos alumnos, que no son tan minoría como podría creerse, leer es una pérdida de tiempo, un trámite penoso, una misión particularmente difícil. No se trata tan solo de que no exista una cultura de la lectura, sino de que hay un desprecio grande por esta actividad.

Penosamente, esta idea no solo pertenece al alumnado. Muchos docentes hace años que no leen libros, que en el más venturoso de los escenarios, apenas han ojeado artículos de divulgación, informes o reportes más o menos ligados con su área de estudio. Existen, también, profesores posmodernos que en un afán de modernidad (que muchas veces enmascara su ignorancia) se limitan (y que quede claro el uso de este adjetivo) a documentos audiovisuales, para facilitar las cosas, que no de explicar mejor o llevar a una comprensión mayor.

Para Stephen King, “la buena literatura es aquella que te hace pensar y cuestionar tu propia realidad”. No solo se trata de leer, sino de hacerlo con conciencia, críticamente. Pero, también, de escapar a la realidad muchas veces opresiva e, incluso, puede hacerse desde un punto de vista militante, pues como dice Paco Ignacio Taibo, cada momento en que una secretaria o un obrero le quita a la empresa leyendo escondido en un baño es un triunfo para la clase trabajadora.

Leer, por sí mismo, no resuelve nada. El gran poeta, periodista y profesor Alejandro Avilés lo comentó en varias ocasiones: “si vas a creer en todo lo que lees, mejor no leas”. Muchos de los actuales antivacunas, teóricos de la conspiración o terraplanistas son, para asombro de no pocos, lectores voraces, solo que leen cualquier cosa y se creen lo mismo. No olvidemos, por ejemplo, que Hitler, personificación del mal, basó gran parte de su éxito en un mamotreto casi ilegible, Mi lucha, que aún sigue siendo lectura de culto para muchos grupos.

También es cierto que a veces la lectura se convierte en un pretexto para exhibir privilegios, distinciones y clasismos. La división entre “los que leemos” y los que no lo hacen es idiota y cruel. Muchos regímenes políticos supuestamente democráticos han dado derecho al voto solo a las personas letradas, condenando a los pobres a la indignidad de ser tratados como subpersonas.

En muchos grupos de redes sociales podemos ver como adalides de la lectura y sumos sacerdotes de las letras tiemblan de indignación ante gente torpe que lee Harry Potter, Cañitas o Crepúsculo. Sin embargo, como José María Fernández Unsaín, quien fuera presidente de la Sociedad General de Escritores de México expresara en una entrevista que le hiciera uno de esos abogados del buen leer, “es más fácil que un lector del libro vaquero o libros de autoayuda lea buenos libros alguna vez a que alguien que lee eso, que a quien nunca ha leído nada” (la cita es de memoria, conste).

Taibo, gestor de la lectura como pocos, también defendió la lectura como acto liberador y la no lectura como una opción, cuando un tiktokero le dijo que si apoyaba cambiar una Caguama por un libro, a lo que el escritor respondió con el énfasis que lo caracteriza, que “ni madres”, que la gente tiene tanto derecho a leer como a tomarse una Caguama y a tener tiempo libre.

Entre esas personas que se consideran amantes de los libros y que todos los demás merecerían, cuando menos, el quinto círculo del infierno (que corresponde, entre otros, a los perezosos) abundan los que critican los gustos de los demás, que creen que debería existir una especie de Index librorium prohibitorum como el que la Iglesia católica tuvo en los aberrantes tiempos de la Inquisición para libros que no son lo que ellos esperan que debieran ser.

El caso es que, si alguien fuera tan incauto, insensato o inocente para pedirme opinión sobre qué leer, yo le respondería que lea cualquier cosa, que se meta a la lectura como lo hice yo, sin pedir opinión ni permiso, y leer cuanta obra quedaba a mi alcance, sin importar época, autor o corriente; poco a poco, uno irá viendo qué le gusta y qué no.

En mis épocas de estudiante, el malogrado escritor Raúl Navarrete me regañaba fuertemente por mi afición a los best sellers y decía que era una vergüenza que perdiera el tiempo con esos libros. No creo que, a pesar de su gran calidad como escritor haya tenido razón, además de que en esa época él era muy joven, ha de haber andado por los 35 años. Yo leí ese tipo de libros que me llevaron a otros que se encontraban en la frontera de los géneros bien vistos como la ciencia ficción y la novela negra, y también aprendí mucho sobre descripción, uso del lenguaje y otros trucos.

Lean, pues, lo que tengan a su alcance, pero lean. En ediciones originales o piratas, en copias o en PDF. Lean y sean críticos con lo que leen y aprendan a que no hay intocables, y que será completamente válido llegar a reconocer que algunos libros simplemente no son para uno, como en mi caso me ocurre con Moby Dick, que nunca he podido avanzar más allá de las primeras 50 o 60 páginas; Pedro Páramo, que me choca, me cae gordo y me parece sobrevalorado, o la obra de Roberto Bolaño que, a mí, me parece infumable.

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“pálido.deluz”, año 11, número 164, "Número 164. Lectura y teoría: elementos educativos para comprender la realidad. (Mayo, 2024)", es una publicación mensual digital editada por Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México, C.P. 11420, Tel. (55) 5341-1097, https://palido.deluz.com.mx/ Editor responsable Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández. ISSN 2594-0597. Responsables de la última actualización de éste número Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, CDMX, C.P. 11420, fecha de la última modificación agosto 2020
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