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Jueves, Noviembre 07, 2024

Resumen

El propósito de este texto es presentar una reflexión sobre la violencia ambiental, considerando el triángulo de la violencia propuesto por Johan Galtung. Se hace una aproximación a la violencia ambiental desde tres aspectos principales: el existencialismo ambiental, los gritos y silencios ambientales y el estrés ambiental. El primer aspecto se aborda desde el componente autoecobiográfico, el segundo desde el mundo natural y lo humano que vive en él, y el tercero desde las violencias (directa, estructural y cultural) que podrían estar generando la degradación ambiental, producto de las mismas actividades de producción y consumo desarrolladas por el ser humano bajo la promesa de la modernidad. La convergencia de la triple violencia en la interrelación e interacción entre los sistemas naturales (naturaleza), los sistemas sociales (familia, comunidad, sociedad) y el sistema humano (seres humanos) podría revelar una violencia ambiental.

Palabras clave: Estrés ambiental; Existencialismo ambiental; Gritos ambientales; Violencia directa; Violencia estructural; Violencia cultural; Violencia ambiental.

Abstract

The purpose of this text is to present a reflection on environmental violence considering the triangle of violence proposed by Johan Galtung. An approach to environmental violence is made from three main aspects: environmental existentialism, environmental screams and silence, and environmental stress. The first aspect is approached from the autoecobiographical component, the second from the natural world and the human that lives in it, and the third from the violence (direct, structural and cultural) that could be generating environmental degradation as a result of the same activities of production and consumption developed by the human being under the promise of modernity. The convergence of triple violence in the interrelation and interaction between natural systems (nature), social systems (family, community, society) and the human system (human beings) could reveal environmental violence.

 

Keywords: Environmental stress; Environmental existentialism, Environmental screams, Direct violence; Structural violence; Cultural violence, Environmental violence.

Introducción

Cohabitamos La Tierra, nuestra casa común, un mundo en el que aún florece la vida en todas sus formas; vidas que buscamos prolongar entre fragilidades y resistencias tanto humanas como naturales. Hay una fuerte presión sobre el medio físico natural que desborda su capacidad de recuperación en el tiempo; somos objeto y presa de un consumismo desaforado, descontrolado e insostenible que acorta a pasos gigantes la existencia misma de la humanidad.

Con ello, tal vez pocos entre muchos o muchos entre pocos lanzamos gritos desde nuestras propias voces y silencios, silencios que también nos hacen cómplices de la multiplicación de la miseria humano-ambiental en la que estamos sumiendo el lugar de nuestro habitar. Voces que deben sumar y no restar, multiplicar, pero no dividir en la búsqueda urgente de posibilitar y prolongar la vida en todas sus manifestaciones; vida que no es posible sin un medio físico natural para que se desarrolle.

Parece que el estrés ambiental, de forma voluntaria e involuntaria, ahora hace parte de nuestra vida, es inevitable pisar la tierra y respirar en ella sin darnos cuenta de su malestar y del nuestro, ¿Es el estrés ambiental una forma de violencia contra sí mismo y contra la humanidad? ¿Es el existencialismo ambiental un intento por despertar conciencia ambiental? ¿Pueden los gritos ambientales desde la angustia existencial amplificarse como esperanza?

Dice Han (2013a, p. 7-8) que “Antes de la Modernidad, la violencia era omnipresente y, sobre todo, cotidiana y visible”; la violencia era instrumento y demostración de poder; ahora, esta se percibe más en lo invisible que lo visible. En la Modernidad, la violencia toma una forma psíquica, psicológica, interior (Han, 2013a, p. 7), se da una especie de lo que podría denominarse violencia solapada o encubierta. Así, podemos aseverar que, cotidianamente, vivimos sometidos a diferentes tipos de violencia, entre ellas la directa, la estructural y cultural propuestas por Johan Galtung (2003) como el triángulo de la violencia. A partir de esta triple violencia se podría revelar una violencia ambiental.

Para pensar la violencia ambiental, empecemos por explorar vivencias y experiencias en nuestra propia existencia desde la autoecobiografía. González (2021, p. 55) propone escribir la autoecobiografía cuando “encontramos en nuestra naturaleza, en lo viviente y no viviente las claves de la existencia misma”; la autoecobiografía es el “relato de nuestro encuentro con el entorno, somos de la tierra” (González, 2021, p. 74). Al narrarnos ecobiográficamente encontraremos conexiones vitales entre los sistemas naturales (naturaleza), los sistemas sociales (familia, comunidad) y el sistema humano (seres humanos) en el mundo de la vida o, como ya lo intuía Husserl desde 1898 según nos dice Herrera (2010, p. 250): “entre el hombre y el mundo existe una correlación, lo que implica que yo no puedo comprender al hombre sin su relación con el mundo ni al mundo sin su relación con el hombre”.

El sistema social está constituido por humanos y a su vez los humanos estamos inmersos en los sistemas naturales; el sistema humano puede afectar positiva o negativamente tanto a los sistemas naturales como al social, constituyéndose de esta manera en sistema humano-ambiental y sistema humano-social; por tal razón, el hombre de Husserl o el humano siempre estará en relación directa con la naturaleza y la sociedad en el sistema mundo en el que desarrolla su vida.

En la lucha por sobrevivir como condición natural de los seres vivos y en la forma en que nos relacionamos con el entorno, se pueden generar tensiones que se abordarán aquí como estrés ambiental; estas tensiones pueden ser causadas por las violencias directa, estructural y cultural; violencias que se expresan entre gritos y silencios individuales y colectivos que, a su vez, constituyen violencia ambiental.

Para acercarse a la violencia ambiental desde la triple violencia de Galtung se parte de la existencia misma en relación con el Otro, los otros y lo otro en los bioespacios cohabitados; relaciones que nos exponen a situaciones límite que comprometen la vida en todas sus formas y los lugares en que se habita. Estas situaciones se manifiestan entre gritos y silencios como existencialismo ambiental.

 

Existencialismo ambiental

Para los filósofos, la existencia es la propia experiencia del individuo, ya que el sujeto se percibe como un ser libre en el mundo y, a la vez, rodeado de la nada. Al hombre se le ha lanzado al mundo en busca únicamente del sentido de su existencia como individuo, por lo que está en él simplemente, sin haberlo pedido o deseado (Sierra, Ortega y Zubeidat., 2003, p. 34).

Desde el mismo momento en que nacemos o que fuimos lanzados al mundo, ya estamos expuestos a diferentes tipos de violencia, entre ellas, la ambiental; buena parte del agua que beberemos y del aire que respiraremos, ya están contaminados; así mismo, gran parte del suelo que pisaremos y que producirá nuestros alimentos, ya estará degradado. Nuestros bosques también estarán enfermos y en buena parte aniquilados; especies de animales vulneradas, amenazadas, en peligro y extintas.

Es la época que nos tocó vivir y no otra en nuestra finitud humana. Estamos expuestos a una vida con cada vez mayores limitaciones en los sistemas naturales que afectan directamente a los sistemas sociales (familia y comunidad) y al sistema humano; mismas que atentan contra nuestra integridad física y mental. Existencialistas somos quienes defendemos la vida, la existencia misma a pesar de las dificultades para vivir y de lo nauseabundo que en algunos momentos pueda parecer el mundo. El dolor ajeno se hace tan propio como el nuestro porque en nuestras vidas existe también el Otro, los otros y lo otro que hacen posible el mundo de la vida; un mundo no solo de lo humano, sino de lo no humano. Jean Paul Sartre en su conferencia de París en octubre de 1945 expresó:

El existencialismo no es una filosofía del quietismo, puesto que define al hombre por la acción; no como una descripción pesimista del hombre: no hay doctrina más optimista, puesto que el destino del hombre está en él mismo; ni como una tentativa para descorazonar al hombre alejándole de la acción, puesto que le dice que sólo hay esperanza en su acción, y que la única cosa que permite vivir al hombre es el acto. En consecuencia, en este plano, tenemos que vérnoslas con una moral de acción y de compromiso (Sartre, 1973, p. 9).

De acuerdo con lo expresado por Sartre quien considera que el “existencialismo es una doctrina optimista” y “no es una filosofía del quietismo”, y ubicándonos en la emergencia humano-ambiental que estamos afrontando a nivel global en nuestro presente histórico, hay un compromiso existencial encaminado no solo hacia el Yo, sino hacia el nosotros desde nuestras propias acciones; somos nosotros mismos quienes decidimos qué hacemos, cuándo lo hacemos, cómo lo hacemos y hacia dónde vamos. La esperanza y la oportunidad de vivir lo común en comunidad hace que nuestros actos se alejen del quietismo y se acerquen más a una filosofía existencialista.

Con todo ello, vivimos una realidad en la que nuestras acciones, en gran parte, están determinadas por los roles socioeconómicos que asumimos y que caracterizan, en buena medida, la afectación que hacemos al medio donde desarrollamos nuestras actividades vitales, roles estructurados por el sistema económico y político hegemónico. El deterioro y la degradación ambiental progresiva, a pesar de ser tan evidentes, no logran hacernos reaccionar lo suficiente como para entender que el futuro cercano de los seres humanos está en peligro, y si esto no nos hace reaccionar, entonces ¿Qué puede hacerlo? 

Tenemos corresponsabilidad humano-ambiental en nuestra finitud y en el presente potencial del Otro y los otros que vendrán; agenciamos nuestra propia destrucción, vamos como zombis[1] por el mundo figurando más en la sociedad de la transparencia, “en el infierno de lo igual” concebido por Han (2013b, p. 5). Somos responsables por la manera como nos desempeñamos en el mundo de la vida. Cada uno imprime su sello al rol que desempeña y actúa según sus convicciones, a pesar de constituirnos, como dice Carmona (2012, p. 318), en una “sociedad con potencia destructiva” producto de los roles desempeñados en pro de satisfacer las necesidades del mercado dominante.

En consecuencia, muchos están anestesiados frente a la emergencia humano-ambiental que vivimos; otros vamos despertando, de alguna manera, de un letargo de humanidad en que nos hemos sumido con la modernidad; pero, “en la subjetividad humana siempre podemos transformar los roles que desempeñamos y con ellos la realidad que construimos con otros” (Carmona (2012, p. 320). Que la promesa de la modernidad[2], la transformemos en la promesa de un mundo para la vida, porque ahora que estamos al filo de la destrucción, sentimos el roce de la vida, pero también el de la muerte; de nuestras elecciones depende de qué lado queremos y podemos estar.  

Estamos en un momento crucial de la existencia humana, estamos entrando en el que podría ser el umbral entre la vida y la muerte; una muerte lenta y silenciosa, luces que se apagan cuando el sol está en su máximo potencial. Es una contradicción, lo tenemos todo para vivir en buenas condiciones, pero preferimos morir rápidamente satisfaciendo nuestros deseos. Transitamos por el mundo físico y por el mundo de la vida, pero muchos caminan como si ya estuvieran muertos.

La autoecobiografía da cuenta de lo visible y lo invisible de la existencia en el mundo físico y de la vida, da cuenta de la relación que tenemos con los sistemas humano-ambientales. Se despierta autoconsciencia ambiental cuando nos reconocemos desde nuestros actos a través de la experiencia, misma que nos forma y nos deforma cada vez que sea necesario; que nos podamos narrar en retrospectiva, narrarnos en el presente histórico y que podamos soñar y crear utopías en nuestro presente potencial.

Romper paradigmas del habitus, aquellos “sistemas de disposiciones duraderas y transferibles, estructuras estructuradas predispuestas para funcionar como estructuras estructurantes […]” (Bourdieu, 2007, p. 86); pero no es fácil ni breve cuando se trata de enfrentarnos a las estructuras macroeconómicas y macropolíticas. Tomar conciencia de los habitus instaurados en nuestras vidas y en torno a ella, nos hará más responsables de nuestra condición humana y la manera como cohabitamos los distintos bioespacios.

Debe tenerse en cuenta que esta toma de conciencia “por sí misma, no alcanzaría para revertir el peso de las disposiciones adquiridas en un proceso de sedimentación progresivo” como lo menciona Capdevielle (2011, p. 43) cuando se trata de estas macroestructuras; sería necesario, en palabras de Bourdieu (1999, p. 226-227), transformar duramente el habitus con una auténtica labor de constraadiestramiento a través del entrenamiento como lo hace un atleta cuando repite sus ejercicios.

En el habitus, de manera consentida socialmente, se arraiga la triple violencia de Galtung. La alineación y convergencia de estas violencias para el tema que se convoca se revela como violencia ambiental. Para pensar la violencia ambiental, también hay que mirar un poco el estado de los sistemas naturales y su relación con el sistema social. En este caso, la mirada se hace desde los gritos y silencios ambientales como una forma simbólica de narrar el deterioro y la degradación ambiental desde cada uno de sus componentes o recursos naturales que pronto no podrían soportar más. 

 

Los gritos y silencios ambientales: el grito silencioso

“El mundo humano ha sobrepasado sus límites. La forma actual de hacer las cosas es insostenible. El futuro, para tener algún viso de viabilidad, debe empeñarse en retroceder, desacelerar, sanar” señala Meadows (1994, p. 22); la ciencia ha demostrado que hemos sobrepasado los límites de crecimiento y la naturaleza misma lo ha manifestado. No es viable continuar con los ritmos y estilos de vida que llevamos e ir destruyendo el medio que sustenta la vida; por el contrario, es hora de hacer un giro que implica mirar hacia atrás e intentar remediar lo que sea posible; así mismo, mirar hacia adelante e intentar encontrar un punto de equilibrio real entre los sistemas naturales con el uso y valor que los sistemas sociales hacen de éstos.

Vivimos en una sociedad de consumo que extrae recursos naturales del planeta a un ritmo mayor que su capacidad de recuperación como lo han estudiado ampliamente los expertos y se ha difundido por diferentes medios. “El colapso se había previsto, pero el hombre, sordo por capricho intelectual y ciego por el dinero, no estaba para verlo” (González 2016, p. 174) o, como lo menciona también Saramago (1998, p. 18) “el hombre está ciego”, refiriéndose a la “incapacidad de reconocer lo que ve […]”.  El sistema político y económico imperante nos ha llevado a un consumismo degradante, nos ha sometido a una sordoceguera humana y ambiental que, a su vez, nos enmudece ante lo que tendríamos que gritar para contener esta catástrofe mundial.

La sociedad de consumo ha provocado un evidente deterioro y degradación ambiental del planeta que está afectando fuerte y aceleradamente la vida en todas sus manifestaciones. Los seres humanos tenemos la capacidad y la habilidad de comunicar de alguna manera lo que percibimos, sentimos y pensamos a través de los lenguajes. Los sistemas naturales (naturaleza) tienen sus propias dinámicas para mantenerse y autorregularse, nosotros podemos comprender e interpretar hasta cierto punto estas y expresarlas con nuestro propio lenguaje. Sentimos y percibimos el mundo en forma distinta desde nuestras subjetividades, tenemos conexiones vitales entre los sistemas naturales, sociales y el sistema humano; estos no están separados, son una unidad.

Estas conexiones vitales nos unen en el mundo físico con el mundo de la vida y desde estos mundos percibimos gritos y silencios ante el deterioro y la degradación ambiental. Gritos que se han logrado explicar desde las ciencias y se vivencian en nuestra propia existencia. Para este ejercicio reflexivo, algunos gritos y silencios ambientales desde el agua, el aire, el suelo, los animales y las plantas se expresan de la siguiente manera:

El agua no es sólo una sustancia conformada por átomos de oxígeno e hidrógeno, ella fluye por las arterias y venas de un planeta vivo, pero muchas de ellas ya están destrozadas. Con cada porción de agua que se contamina peligra la vida de múltiples y variadas especies, el agua se evapora con rapidez, y bruscamente se precipita; ya no puede naturalmente controlarse. Su torrente hidrológico está enloqueciendo, enfermando, está agonizando; se reduce las posibilidades de vida humana y no humana, se desvanece la esperanza. Rompiendo el silencio al no poder ocultar más la agonía del agua, algunos escriben o hablan, entre ellos el Informe Mundial de las Naciones Unidas sobre el desarrollo de los Recursos Hídricos 2021, quienes se refieren al uso del agua:

Se estima que el 80% del total de aguas residuales industriales y municipales se vierte al medio ambiente sin tratamiento previo. Es un hecho que el agua dulce es escasa y su escasez sigue aumentando. En la actualidad, más de 2 mil millones de personas viven en zonas que sufren estrés hídrico. Cerca de 3.4 mil millones de personas, es decir el 45% de la población mundial, carecen de acceso a instalaciones de saneamiento seguras. Según evaluaciones independientes, para el año 2030, el mundo enfrentará un déficit global de agua del 40%. Dicha situación se verá agravada por desafíos mundiales, tales como la COVID-19 y el cambio climático (UNESCO, 2021 p. vii).

Se aprecian algunos datos referentes al uso del agua en el Informe Mundial de las Naciones Unidas sobre el desarrollo de los Recursos Hídricos 2021, pero es incuantificable su valor y lo que representa para la vida en la Tierra. Es el grito del agua nuestro propio grito; es nuestro silencio cómplice de su agonía, de la nuestra y de la agonía de diferentes formas de vida en el planeta.

El aire no es simplemente un gas inoloro e insípido constituido principalmente por nitrógeno y oxígeno; está en todas partes, siempre nos acompaña. El aire es invisible, lo que podría influir en el poco valor que los humanos le dan. Sin el aire no respiramos, sin él no hay vida como la conocemos. Sin el oxígeno que va hasta la sangre, tampoco podríamos nutrirnos. El aire es un gas abundante, pero la calidad poco parece importar. Un llamado de alerta urgente sobre la calidad del aire hace la Organización de Naciones Unidas (ONU) al conocerse que:

Cerca del 99% de la población mundial respira aire contaminado” y que esta mala calidad del aire nos lleva a padecer enfermedades cardiovasculares, ictus y problemas pulmonares. En total, siete millones de muertes anuales que podía evitarse. La agencia de la ONU encargada de velar por la salud pública mundial pide dejar de seguir financiando los combustibles fósiles que nos matan (Noticias ONU, 4 de abril de 2022).

La vida en todas sus formas está comprometida por cuenta de la baja calidad del aire y aunque en silencio nos ahoga, nos enferma y nos mata; preferimos aguantarlo así antes que renunciar a nuestro cómodo estilo de vida. Es el precio que se paga y ante esto, deberíamos gritar ¡no más! romper el silencio, es nuestra única oportunidad.

Un grito mudo viene desde el suelo, advierte que el suelo no es solo la parte superficial de la corteza terrestre, él es cuerpo que sostiene las venas y arterias por donde fluyen los torrentes de agua; el suelo es el anclaje de las plantas, de los bosques, es la superficie que alberga diariamente la vida en todas sus formas. En el suelo se puede percibir el color, el olor y el sabor de la vida, él es necesario para producir el alimento; el suelo se desnutre, se seca, se inunda y resquebraja. El silencio cómplice en el que es deteriorado y degradado es su agonía y muerte, pero también la nuestra. El suelo grita en silencio que está enfermo, pero la sordomudoceguera[3] humana es más grande ante lo que éste significa y representa para la vida en todas sus formas.

Históricamente los seres humanos hemos modificado el medio natural para sobrevivir, alterando los procesos dados en dichos sistemas; estas transformaciones han generado cambios en el suelo que, actualmente, se reflejan en procesos erosivos producto del deterioro que conllevan a su degradación. Somos víctimas de nuestras propias acciones y decisiones, así lo indica el Informe Mundial sobre la Ciencia publicado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, 1996, p. 242), “no sólo se produce la degradación del propio suelo, y de los recursos hídricos y un deterioro de la vegetación y el clima, sino que, además, a la larga, sus consecuencias recaen sobre la sociedad que la ha provocado”.

Las plantas son seres vivos fotosintéticos, son alimento, medicina y refugio de humanos y no humanos; son sombra que abraza, son el hábitat de muchas especies. Los bosques producen oxígeno, capturan dióxido de carbono, protegen el suelo; hacen parte del paisaje que deleita, refresca y calma.

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, por sus siglas FAO (2022, p. vi) informa que “El deterioro ambiental está contribuyendo al cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la aparición de nuevas enfermedades” es un grito sigiloso pero mortal, es una clara señal de advertencia; no escuchamos a los bosques, ni vemos la grandeza que hay en ellos en nuestra ambición desenfrenada de consumo para satisfacer los deseos. El deterioro y la degradación ambiental cada vez son más evidentes. La deforestación, los incendios forestales, las plagas y enfermedades en las plantas son motivo de preocupación mundial; el calentamiento global y su consecuente cambio climático a los seres vivos gravemente nos puede impactar si no logramos contener el aumento de la temperatura mundial. Los bosques son fundamentales para la existencia de la vida en todas sus manifestaciones.

Los animales son seres vivientes, ellos constituyen una porción en nuestra alimentación; los animales son extensión de la parte más humana, riqueza biodiversa, transporte y muchos de ellos polinizadores; hacen parte del equilibrio ecológico, son depredadores y presa, son organismos sintientes. Algo nada bueno le está sucediendo a la fauna como lo expresa el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), la mayor organización internacional independiente dedicada a la conservación de la naturaleza y el medio ambiente:

El Índice Planeta Vivo global 2020 muestra, por ejemplo, un desplome medio del 68% en las poblaciones analizadas de mamíferos, aves, anfibios, reptiles y peces entre 1970 y 2016. Las tendencias poblacionales de las especies son importantes porque constituyen un buen indicador de la salud global de los ecosistemas (WWF, 2020, p.4).

Así, como lo indica este informe, la salud global de los ecosistemas está determinada por el estado de las poblaciones de las especies presentes y el alto porcentaje de pérdida de biodiversidad. La vulnerabilidad, la amenaza, el peligro de extinción y la extinción misma de especies son gritos de advertencia del desequilibrio ambiental que enfrentamos; pero estos gritos parecen no hacer eco en nuestras vidas cotidianas, con nuestro silencio estamos apagando la vida de las especies animales y de los seres humanos mismos. La sordomudoceguera humano-ambiental cada vez nos empuja más al abismo hacia la extinción de la vida misma y con ella la posibilidad de sobrevivir.

Gritos y más gritos mudos desde el agua, el aire, el suelo, los bosques y la fauna se emiten sin cesar; fenómenos sensitivos comunes para nosotros, pero tan diferentes en lo perceptual. Somos artífices de nuestra subjetividad, tan diferentes en nuestras formas de sentir, pensar, reflexionar y accionar; tenemos algo común como la necesidad de sobrevivir, practicamos diferentes estilos de vida que aún nos permiten coexistir, pero el tiempo y la oportunidad de vivir se agota, no logramos tomar conciencia de nuestra verdadera situación actual en el planeta.

Es mi grito, tu grito, es nuestro grito. Gritos por el rescate de la vida en todas sus formas, por el líquido vital, por el aire, el suelo y los bosques; gritos que, aunque silenciosos, deben hacerse escuchar desde la subjetividad. Disminuir los niveles de contaminación, degradación y deterioro ambiental para poder vivir en comunidad. Pensar e incorporar en nuestras vidas el Otro, los otros y lo otro (medio ambiente) comprendiendo la diversidad que somos y en la que vivimos. Que los Sísifos que nos habitan soporten las pesadas cargas que como humanos nos toca llevar, porque no somos nada sin el Otro y sin los otros, siempre necesitamos de la comunidad y de nuestra Tierra que nos provee lo necesario para transitar por este mundo en el tiempo y el lugar que nos tocó vivir.

Habitamos en el mundo físico y en el mundo de la vida, transitamos por diferentes caminos y luchamos por vivir; algunos con mayor o menor grado de conciencia en la finitud humana. Tal tránsito nos enfrenta a distintas condiciones del medio, situaciones por resolver como individuo y sociedad; nos encontramos a menudo ante tensiones y presiones producto de la relación entre las distintas formas de vida por la supervivencia y el bienestar; circunstancias que podrían estar generando un estrés ambiental.

 

Estrés ambiental

Para hacer referencia al estrés ambiental, es necesario tener claro qué es el estrés[4] y uno de los conceptos que mejor se ajusta para la presente reflexión es el de Sierra, Ortega y Zubeidat (2003), quienes plantean:

El estrés supone un hecho habitual de la vida del ser humano, ya que cualquier individuo, con mayor o menor frecuencia, lo ha experimentado en algún momento de su existencia. El más mínimo cambio al que se expone una persona es susceptible de provocárselo… Tener estrés es estar sometido a una gran presión, sentirse frustrado, aburrido, encontrarse en situaciones en las que no es fácil el control de las mismas… El origen del término estrés se encuentra en el vocablo distres, que significa en inglés antiguo “pena o aflicción” (p. 36-37).

Podría decirse que la “pena o aflicción” por diversos motivos, circunstancias o condiciones de la vida, hacen parte de nuestra existencia en el aquí y el ahora; lo vivimos con diferente intensidad y capacidad de afrontamiento. El mundo de la vida es dinámico, se desarrolla en relación entre lo humano y lo no humano; entre sistemas naturales (naturaleza) y sistemas sociales (familia y comunidad), un mundo que está sometido a diferentes presiones a las que reaccionamos de distinta forma en nuestra subjetividad.

Por otra parte, “el estrés es una relación entre la persona y el ambiente, en la que el sujeto percibe en qué medida las demandas ambientales constituyen un peligro para su bienestar, si exceden o igualan sus recursos para enfrentarse a ellas” (Lazarus y Folkman, 1984. En Sierra, Ortega y Zubeidat, 2003, p. 37); en esta relación persona-ambiente o sujeto-ambiente, ocurren cosas que afectan la salud corporal y mental, cosas en las que, de manera voluntaria o involuntaria, estamos inmersos con o sin responsabilidad propia o colectiva. Estas situaciones de la vida cotidiana y no tan cotidiana son generadoras de estrés.

El estrés experimentado individualmente produce tensión y esta, a su vez, podría afectar a la sociedad misma. Para este texto se considera el estrés ambiental como aquel tipo de estrés que se genera a partir de esas tensiones entre el sujeto y el ambiente (sistemas naturales y sistemas sociales) en la lucha por la supervivencia propia y común, en la satisfacción de los deseos y en la voluntad de vivir. Estas tensiones serían de tipo corporal y mental; es decir, podrían estar afectando tanto el cuerpo por causa de la contaminación, deterioro y degradación ambiental que vivimos; como las afectaciones mentales, actitudinales y psicológicas derivadas del miedo, frustración e incertidumbre que, posiblemente, provocan desesperanza, ansiedad, desesperación ante realidades y situaciones sobre las que el sujeto no tiene control o dominio propio en el espacio-tiempo.

Este estrés sería considerado como negativo por las implicaciones que puede tener en el sujeto y que, al ser percibido por diferentes sujetos de forma significativamente parecida, podría desatar un estrés ambiental colectivo que permanece silencioso en los individuos, un estrés solapado que necesita ser visibilizado o, por lo menos, comprendido para entender lo que nos pasa en el mundo de la vida en relación con los sistemas naturales y sociales en los que desarrollamos nuestras vidas. Respecto al estrés, Sierra, Ortega y Zubeidat (2003) manifiestan lo siguiente:

La vivencia del estrés como positivo o negativo va a depender de la valoración que realiza el individuo de las demandas de la situación y de sus propias capacidades para hacer frente a las mismas. Según esto, el ser humano se enfrenta continuamente a las modificaciones que va sufriendo el ambiente, percibiendo y reinterpretando las mismas con objeto de poner en marcha conductas en función de dicha interpretación (p. 37).

Estas vivencias del estrés positivo y negativo, podría decirse que están muy relacionadas con nuestras percepciones de los objetos y de los sujetos con los que interaccionamos constantemente en la cotidianidad, de ahí la subjetividad con la que podemos ver diferentes fenómenos o situaciones y la forma de reaccionar ante éstas para adaptarnos o acomodarnos al medio natural y social en el que nos encontramos inmersos y por los que transitamos en nuestra finitud.

Referente a las experiencias estresantes Sierra, Ortega y Zubeidat (2003, p. 38-39) comentan que pueden proceder de tres fuentes básicas como son el cuerpo, el entorno y los pensamientos; la primera fuente de estrés es de carácter fisiológico, la segunda son las amenazas procedentes del ambiente que producen en el cuerpo cambios y más concretamente las que se refieren a la adaptación del ser humano a diferentes condiciones y la tercera las relacionadas con seguridad y autoestima; siendo coherente su planteamiento con lo expuesto anteriormente en este texto respecto a las tensiones de tipo corporal y mental.

Estas experiencias estresantes configuran el estrés ambiental al que podría estar sometido un sujeto en determinadas condiciones, mismas que, actualmente, están cambiando aceleradamente hasta el punto de que su percepción se dificulta y se hace invisible en medio de lo tangible y evidente, llevándonos de esta manera a convivir voluntaria o involuntariamente con ciertos tipos de violencia.

 

Violencia ambiental

Para acercarnos a la violencia ambiental es importante tener presente algunas concepciones de violencia. Johan Galtung (1969) expone la violencia como el resultante de la diferencia entre lo potencial y lo actual, es decir, lo que incrementa esta diferencia. En Galtung (2003, p. 9) la violencia se entiende como “afrentas evitables a las necesidades humanas básicas, y más globalmente contra la vida, que rebajan el nivel real de satisfacción de las necesidades por debajo de lo que es potencialmente posible. Las amenazas de violencia son también violencia”.

La Organización Panamericana de la Salud (OPS) dice que la violencia es el “uso intencional de la fuerza física o el poder real o como amenaza contra uno mismo, una persona, grupo o comunidad que tiene como resultado la probabilidad de daño psicológico, lesiones, la muerte, privación o mal desarrollo” (OPS, 2022). Pulgar (1996) con la palabra violencia hace referencia:

al uso de todo tipo de fuerza que de manera consciente o inconsciente se produce contra las personas humanas, y también contra los animales irracionales y el entorno natural (lo que no es el sujeto que ejerce la violencia), que surge del egoísmo, el dominio, el odio, la venganza… (p. 63).

Todas las formas de vida tenemos un potencial por desarrollar y una función que cumplir en nuestra existencia, pero las condiciones actuales para satisfacer las necesidades básicas en cada uno de los organismos son diferentes; se tienen mayores o menores posibilidades de sobrevivir, de tener éxito o fracaso en su tránsito por el mundo en el lugar y tiempo que nos tocó vivir. Según Galtung, en esa diferencia entre el potencial y lo actual estaría presente la violencia; para este texto implicaría violencia sobre las diferentes formas de vida orquestada, principalmente, por el ser humano y contra él mismo en diferentes escenarios y distintas condiciones que, paralelamente, afectan negativamente a otros seres vivientes y al medio que sustenta la vida.

En la diferencia entre lo potencial y lo actual de Galtung desde donde surge la violencia, la OPS estaría haciendo referencia a la fuerza, el poder y la amenaza física o psicológica contra las personas, los grupos y las comunidades que ocurre en ese intersticio entre lo que debería ser el desarrollo humano frente al crecimiento económico imperante en este mundo globalizado. En concordancia con la OPS, Pulgar hace referencia al uso de la fuerza de manera consciente o inconsciente contra las personas, pero incluye también a otras formas de vida y al entorno natural sin los cuales no sería posible la vida humana.

La violencia contra las diferentes formas de vida y contra el medio natural que la sustenta en el planeta, podría considerarse en este ejercicio reflexivo como violencia ambiental. La violencia ambiental es una convergencia de la triple violencia de Johan Galtung teniendo en cuenta la interrelación e interacción entre los sistemas naturales (naturaleza) y los sistemas sociales (familia, comunidad, sociedad) como se muestra en el triángulo de la violencia de Johan Galtung (Figura 1).

 

Figura 1

Violencia ambiental desde la triple violencia de Johan Galtung

Nota: Adaptación del triángulo de Galtung 1998, p.15)

 

La violencia es privación de necesidades, misma que es grave y donde una reacción es la violencia directa. Pero no es la única reacción (Galtung, 2003, p.13). Las necesidades no son solo humanas, históricamente hemos vivido en un antropocentrismo que no nos ha permitido ver y sentir más allá del propio ser humano. Galtung (2003, p. 12-13) manifiesta que esta violencia es visible al ojo desnudo, muestra todo su historial de crueldad perpetrada por los humanos contra los seres humanos y contra otras formas de vida y de la naturaleza en general; es una violencia que muestra el acontecimiento.

 En la violencia estructural se van “construyendo, desgastando o van siendo destruidas las pautas de explotación con el acompañamiento protector de la penetración-marginación que impide la formación de la conciencia y la fragmentación-marginación que impide la organización ante la explotación y la represión expresa el mismo Galtung” (2003, p. 13). Una violencia anclada en el sistema político y económico capitalista dominante en el mundo que presiona y reprime a los sistemas naturales y sociales desde sus ámbitos (local, regional y global) para mantener su hegemonía. La violencia estructural es una violencia de “proceso con sus altos y sus bajos (Galtung, 2003, p. 12) por esta razón no es tan visible, puesto que de alguna manera se va naturalizando.

Por violencia cultural se entiende “aquellos aspectos de la cultura, el ámbito simbólico de nuestra existencia (materializado en la religión e ideología, lengua y arte, ciencias empíricas y ciencias formales -lógica, matemáticas-), que pueden utilizarse para justificar o legitimas violencia directa o estructural” (Galtung, 2003 p. 7), como sucede con ciertas prácticas ambientales que afectan los sistemas naturales y revierten sus efectos negativos sobre las mismas poblaciones, especialmente las más vulnerables económicamente; estas prácticas han sido aceptadas culturalmente producto de un proceso de instauración a lo largo del tiempo que permite legitimar la violencia estructural y directa sobre los diferentes sistemas en los que se sustenta la vida. Galtung (2003, p. 12-13) indica que “en el fondo está el constante caudal de la violencia cultural a lo largo del tiempo, de cuyo sustrato las otras dos formas pueden extraer sus nutrientes”.

Mediante la metáfora del iceberg propuesto por Jhojan Galtung para hacer referencia a lo visible y lo invisible que hay en la violencia directa, estructural y cultural, y considerando la interacción e interrelación entre los sistemas naturales y los sistemas sociales se muestra la convergencia de estas violencias hacia una violencia ambiental como se ilustra en el iceberg de la violencia ambiental (Figura 2).

 

Figura 2

Iceberg de la violencia ambiental desde la triple violencia de Johan Galtung

Nota: Imagen iceberg tomada de: https://www.ecologiaverde.com/que-es-un-iceberg.

 

La violencia directa es visible (muestra los acontecimientos), se da de forma explícita o manifiesta como la punta del iceberg, pero bajo su cuerpo subyace una violencia invisible que se da de forma implícita o solapada que pasa desapercibida en el espacio-tiempo como lo son la violencia estructural que da cuenta de los procesos y la violencia cultural que es una constante y permanece en el tiempo como lo plantea Galtung (2003, p. 12).

La violencia directa sobre los sistemas naturales se aprecia en el deterioro y la degradación ambiental (agua, suelo, aire, flora y fauna) y en los sistemas sociales se manifiesta en la escasez de agua y de alimentos, el hambre, la desnutrición, los trastornos de temperatura corporal (frio y calor), morbilidad y la mortalidad.

Las violencias estructural y cultural son invisibles y su raíz parece estar en la sociedad de consumo en la que vivimos, su solapamiento podría estar produciendo estrés ambiental en los individuos y sistemas sociales pudiendo generar frustración, incertidumbre, ansiedad, angustia, miedo, ira, tristeza. Estas emociones y sentimientos podrían tener su origen en el sistema económico y político hegemónico a través del establecimiento de habitus planteado por Bourdieu (2007, p.86). Mediante el habitus nos autoesclavizan y subvaloran como ocurre por ejemplo con la subvaloración de los saberes ancestrales y populares que milenariamente permitieron la sustentabilidad de la vida en todas sus formas y que ahora son poco tenidos en cuenta.

Desde la modernidad se ha promovido un consumismo desaforado, incontrolado e insostenible que mantiene el sistema económico y político dominante, un sistema hegemónico que se sirve del automatismo del hábito a manera de violencia simbólica como lo menciona Byung Chul Han (2013a, p.9-10), un sistema que se afianza y se legitima con la sobrecomunicación, la sobreinformación y la masificación lingüística según el mismo Han. Un consumismo que busca no solo satisfacer las necesidades humanas, sino el deseo insatisfecho de los sistemas sociales sin tener en cuenta las capacidades reales de los sistemas naturales para soportar el ritmo de crecimiento económico disfrazado de desarrollo humano. Vivimos en una sociedad de consumo que está sufriendo sordomudoceguera social y ambiental.

 

Consideraciones finales - Cierres - aperturas

Al hacer una analogía entre el triángulo de la violencia con el iceberg de Johan Galtung, podría decirse que la violencia estructural consolidada en el sistema económico y político hegemónico tiene una clara relación con la violencia directa sobre los sistemas naturales y su repercusión en los sistemas sociales como consecuencia de la sociedad de consumo en la que estamos inmersos desde que fuimos arrojados al mundo. Estas violencias directa y estructural son legitimadas y perpetuadas por la violencia cultural constituyéndose para este caso en violencia ambiental, violencia que estaría generando estrés ambiental consciente o inconsciente en lo individual y colectivo a nivel local, regional y global en la sociedad de consumo en la que vivimos. “La agresión contra el exterior se convierte en una agresión contra uno” nos dice Han (2013a, p.9), somos dependientes del medio ambiente que sustenta nuestra vida.

Despertar y tomar conciencia ambiental es una oportunidad de vida en la subjetividad humana, si tenemos en cuenta los presupuestos de rol, agencia y responsabilidad que nos sugiere Carmona (2012, p. 320); porque todos cumplimos un rol en la cotidianidad que asumimos con o sin responsabilidad humano-ambiental en su agenciamiento. Carmona también (2012) nos dice:

Tenemos “potencias destructivas en las estructuras sociales en el ámbito local. Estas violencias y estas fuerzas destructivas no dejan de ejercer efectos mortíferos silenciosos y progresivos, por el hecho de ser legales o por estar legitimadas por ideologías que exaltan la servidumbre, la pobreza y la aceptación pasiva del orden establecido” (p. 318).

Siguiendo dicha idea, podría decirse que esta violencia estructural institucionalizada y/o arraigada socialmente, lleva implícita una violencia cultural que desencadena violencia directa en los sistemas naturales (naturaleza) y los sistemas sociales (familia y comunidad) producto de las actividades socioeconómicas imperantes que presionan el consumo desaforado, generando crisis humano-ambiental y que, en el estadio en el que se encuentra, ya es considerada una emergencia climática en declive de la humanidad.

En la violencia ambiental, la violencia directa genera malestar, enfermedad o muerte por desabastecimiento de productos básicos de la población o por malas condiciones de los recursos que conforman los sistemas naturales que sustentan la vida en todas sus manifestaciones, esta violencia a su vez es producto de la violencia estructural que no permite atender adecuada y suficientemente las necesidades básicas de la población; pero hasta las violencias se van haciendo paisaje en la vida local, regional y global, de tal manera que convivimos con ellas creyéndolas ausentes cuando están  invisibles; la violencia se vuelve costumbre tanto para el que la ejerce como para el que la soporta, violencia simbólica en la que agoniza el mundo y la vida y en ésta la supervivencia de la especie humana. Con nuestro estilo de vida consumista, somos víctimas y victimarios, somos parte activa y pasiva de la violencia ambiental.

Vivimos en océanos de incertidumbre en el mundo físico y social, incorporamos habitus desde nuestro propio campo y espacio social; nos han hecho creer que vivimos en libertad desde nuestro nacimiento hasta que la muerte nos alcanza; estructuras que como telarañas nos atrapan en nuestra propia condición humana en el espacio-tiempo. Vivimos como si fuéramos fieles al libreto escrito en el mundo del dios dinero y poder al que fuimos arrojados. No somos conscientes de la triple violencia a la que cotidianamente estamos sometidos.

Por un lado, violencia directa desde las afectaciones biofísicas a los sistemas naturales que nos afectan directamente en lo orgánico individual-colectivo; violencias estructurales que desde el habitus son impuestas sin darnos cuenta; violencias culturales que desde la deslegitimación y subvaloración de los propios saberes ancestrales y populares que dieron origen a los saberes científicos y tecnológicos, han llevado al desuso diferentes prácticas ambientales y culturales que protegían los sistemas naturales y sociales. Involucionamos en el cuidado y protección de los bioespacios que hacen posible la vida y a esto le llamamos desarrollo humano cuando no es más que crecimiento económico disfrazado de Desarrollo Sostenible al servicio de las potencias mundiales dominantes.

Se nos agota el tiempo y hay letargo de humanidad, no reaccionamos adecuadamente en el tiempo requerido para detener este suicidio colectivo de humanidad. Ir colectivamente como ganado para el matadero a nuestra propia destrucción, ser consumidores desaforados y sentirnos en libertad cuando realmente somos esclavos del sistema económico y político en detrimento de los sistemas que sustentan la vida en todas sus formas, son manifestaciones de violencia ambiental.

Estamos viviendo la crónica de una muerte anunciada y nos acercamos cada vez más a su materialización. La ignorancia y el silencio al que hemos sido sometidos durante tantos años por los mismos sistemas hegemónicos que promueven estilos de vida insustentables en el espacio – tiempo, es una de las peores infamias colectivas que se han cometido y que se siguen cometiendo cuando se estimula y premia el consumo desenfrenado. Las violencias ambientales nos acechan en todo momento y lugar.

Dijo Han (2013a, p. 9-10) “La violencia simbólica también se sirve del automatismo del hábito. Se inscribe en las convicciones, en los modos de percepción y de conducta. A su vez, la violencia se naturaliza. Mantiene el orden de dominación vigente sin ningún tipo de esfuerzo físico o material”. Podría decirse que una vez somos condicionados al consumo masivo de productos y servicios que no necesariamente son básicos, interiorizamos este hábito de consumo y vivimos convencidos de la autosuficiencia de la vida moderna; nuestras percepciones del mundo físico, del mundo de la vida y las relaciones que se tejen a partir de allí, moldean nuestra conducta para que cada vez pensemos y actuemos menos frente a las problemáticas ambientales y frente a las grandes potencialidades que aún nos quedan.

Nos automatizan y solo obedecemos a las estructuras establecidas en nombre de la libertad, no hay violencia directa aparente, nos positivizamos, nos auto esclavizamos para sostener y ampliar los sistemas políticos y económicos predominantes y esto hace parte de nuestra cotidianidad; de esta manera los sistemas hegemónicos no tienen que exponerse y mostrar su verdadero rostro ante el mundo.

El llamado es a “Resistir en la esperanza” (González (2011) porque “Los hombres encuentran en sus mismas crisis la fuerza para su superación […]. El ser humano sabe hacer de los obstáculos nuevos caminos porque a la vida le basta el espacio de una grieta para renacer” indica Sábato (2000, p.75) en su Quinta Carta: La Resistencia. Resistir la violencia ambiental como apuesta por la vida en palabras de Leff (2014), darse cuenta de que algunas emociones como la ansiedad, la angustia, el miedo o la ira, por ejemplo, podrían estar relacionadas con el estrés ambiental al que estamos sometidos cotidianamente; un estrés consentido personal y socialmente que manifiesta la violencia simbólica solapada como consecuencia de la triple violencia propuesta por Galtung.

Para afrontar la violencia ambiental desde cada bioespacio es pertinente tener en cuenta también las enseñanzas de los Maya Tojolabales en México (Lenkersdorf, 2008) en la que no se vive de forma individual, sino en colectivo, allí se “integra el yo con el nosotros” y esto entraña una gran responsabilidad en las relaciones  y las acciones realizadas, puesto que cada uno es responsable por el Otro, los otros, y lo otro; para ellos, el mundo es una unidad en el que cobran vida los objetos, porque cada uno de ellos, hace parte de la vida de todos; como dice Han (2021, p.113): “las cosas nos permiten ver el mundo. Ellas crean visibilidades, mientras que las no-cosas[5] las destruyen”, de ahí la importancia de relacionarnos responsable y humanamente con nuestro entorno natural y social como el lugar donde suceden los fenómenos que hacen posible nuestra existencia.

Es necesario e inaplazable tomar conciencia de la estrecha relación entre los sistemas naturales y los sistemas sociales en el mundo de la vida, un mundo hecho de relaciones, fenómenos y cosas en el que si desaparecen las cosas (mundo físico natural) es porque probablemente los sujetos tenemos una inadecuada relación con ellas, convirtiéndonos en víctimas y victimarios de la violencia ambiental.

Como lo menciona Galtung (2003, p. 23): “el triángulo de la violencia podría ser un triángulo virtuoso en lugar de un triángulo vicioso, también autorreforzante” dice él también que este “triángulo virtuoso se obtendría trabajando sobre los tres ángulos a la vez y no asumiendo que cambios básicos en uno de ellos traerán automáticamente cambios en los otros”, por tal razón es indispensable trabajar simultáneamente sobre las violencias directa, estructural y cultural que confluyen como violencia ambiental en la relación de los sistemas natural, social y humano que sustentan la vida en todas sus formas, porque como lo menciona Galtung (2003, p. 21) “si el fin es la supervivencia, entonces el medio ha de potenciar la vida”.

 

Referencias

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[1] Zombis: según la Real Academia Española son personas que se suponen muertas y reanimadas por arte de brujería con el fin de dominar su voluntad. Atontados, que se comportan como autómatas.

[2] Como promesa de la modernidad, teniendo en cuenta a Habermas (1993), se tiene “La perspectiva de una praxis autoconsciente en que la autodeterminación solidaria de todos pudiera conciliarse con la autorrealización auténtica de cada uno” (p. 399), equiparación de “felicidad y emancipación con poder y producción” (p. 432). En concordancia con lo mencionado en el Discurso Filosófico de la Modernidad de Habermas, expresa Silva (2012, p. 4): "La versión actual de la promesa de modernidad juega más hacia la instauración de procesos que entreguen una autonomía individual -centrada en lo económico-, por sobre toda noción de autonomía colectiva".

 

[3] Sordomudoceguera: término utilizado en este texto para referirse a una persona o personas que no escuchan los gritos de la madre tierra y de su comunidad ante la crisis ambiental y la inadecuada convivencia; persona o personas que guardan silencio ante lo que nos está sucediendo como humanidad y ante el deterioro y degradación ambiental; persona o personas que pasan desapercibidas las problemáticas ambientales que afectan negativamente los sistemas naturales y sociales en su entorno y fuera de este.

[4] Estrés: Tensión provocada por situaciones agobiantes que originan reacciones psicosomáticas o trastornos psicológicos a veces graves. (Real Academia Española).

[5] Para Byung Chul-Han (2021, p. 13) “El orden terreno, el orden de la tierra, se compone de cosas que adquieren una forma duradera y crean un entorno estable donde habitar”. “El orden terreno está siendo hoy sustituido por el orden digital. Este desnaturaliza las cosas del mundo informatizándolas”; de esta manera Han hace referencia a las no-cosas en un mundo que para él se torna cada vez más intangible.

 

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“pálido.deluz”, año 11, número 164, "Número 164. Lectura y teoría: elementos educativos para comprender la realidad. (Mayo, 2024)", es una publicación mensual digital editada por Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México, C.P. 11420, Tel. (55) 5341-1097, https://palido.deluz.com.mx/ Editor responsable Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández. ISSN 2594-0597. Responsables de la última actualización de éste número Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, CDMX, C.P. 11420, fecha de la última modificación agosto 2020
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