Comías un durazno bajo la sombra del día.
Te miré con mi voz de agua
para dar un poco de frescura
a todo tu cuerpo que sediento me hablaba.
Me acerqué a tu boca para mirar la humedad
que en silencio ardía.
Te regalé mi sed para dictarte un nuevo rezo.
Pero las sombras te cobijaron en otra penumbra.