En los últimos dos siglos, la relación del ser humano con la naturaleza es lejana y rota. El modelo de civilización distancia a la especie humana de su origen y base natural instalándolo en un mundo artificialmente construido y dado, en una cultura material y tecnológica que no incluye entre sus prioridades el conocimiento, la preservación, cuidado y usos sustentable de los ecosistemas.
Por eso, sospechamos, que buscamos el retorno a lo natural en formas distintas: pinturas con paisajes, casa de campo; recreos en zoológicos y parques; ejercicio matutino; esparcimiento y visitas a entornos naturales; mascotas, macetas y pe ceras; comida sana; vacaciones; días de campo, narraciones fantásticas y otras manifestaciones artísticas, como es el caso de los documentales.
La plataforma Netflix notó- también suponemos- en sus algoritmos que una parte importante de las audiencias estaban buscando los documentales como entretenimiento y apostó a trabajar en esa línea. Mi maestro el pulpo fue uno de los primeros documentales producidos por esta empresa dedicados a la naturaleza y obtuvo el Oscar a mejor documental, en la pasada emisión de estos premios y es también aceptado por los principales reseñistas del mundo.
En Mi maestro el pulpo ( Ehrlich, J. y Reed, J. Sudáfrica, 2020) observamos a Craig Foster sumergirse a bucear sin equipo en un bosque de algas, en la costa de Bahía Falsa próxima a Ciudad del Cabo en Sudáfrica. De él nos vamos a enterar algunas cuestiones de su vida en la película: es un documentalista sudafricano reconocido; que fue impactado por algunas concepciones sobre la naturaleza de grupos originarios en África desde muy temprana edad y que, ya en la madurez, pasa por un periodo de inestabilidad emocional: entre el estrés y la depresión, que lo hizo regresar a casa.
Lo que se describe en el documental subacuático es la relación de Foster con un pulpo durante más de trecientos días. Es un trabajo de observación sistemática, estética y rigurosa, pero también de implicaciones personales subjetivas y sensoriales. Como buen trabajo de documental naturalista con el pretexto de la especie seguida, nos permite adentrarnos en las relaciones de las especies marinas, la vida y los colores bajo el mar. Con una fotografía destacada nos apropiamos visualmente de algas, estrellas de mar, crustáceos, arrecifes de corales e infinidad de especies marinas.
Se centra en un pulpo en el que también cumple en la parte descriptiva de la especie del molusco en una narrativa bien hilvanada, desde físicas: boca, extremidades, visibilidad, piel, flexibilidad, secreción, camuflaje, nicho, defensa, apareamiento y reproducción, hasta patrones de comportamiento que no duda -como es frecuente en estas piezas documentales- en comparar con comportamientos humanos.
Incluye también la inevitable secuencia de tensión, persecución y amenaza de los depredadores: dos infaltables ataques de tiburón darán muestra de la capacidad de subsistencia, habilidades y regeneración de los pulpos.
El vínculo emocional es permanente entre el documentalista y el pulpo que se vuelve maestro, amigo, sentido de existencia, objeto de estudio y terapeuta, desde el primer contacto hasta el ciclo de reproducción y muerte – sacrificio- del molusco.
Se le pueden criticar una infinidad de cosas al documental: la omnipresencia del director cinematográfico que le resta protagonismo al pulpo; lo poco realista que es la película, por ejemplo, al hacer creer que Foster se puede sumergir por largo tiempo sin equipo en el mar, sobre todo en secuencias de mayor duración o la pasión desmedida por un invertebrado en particular; la proyección de cosas personales al molusco, etc.
Sin embargo, Mi maestro el pulpo cumple al compartir y divulgar estéticamente en streaming un fractal del inmenso y bello mar, así como la importancia y complejidad de una especie viva, como lo son todas en el ecosistema planetario.