Bebidas sin popote, bolsas ecológicas, envases amigables con el ambiente… forman parte de la larga lista de opciones de las nuevas generaciones para combatir el daño a la naturaleza, pero ¿es realmente suficiente?
Mucho se ha hablado sobre el calentamiento global en las últimas décadas, no es extraño encontrar jóvenes promoviendo el cuidado del planeta desde distintas organizaciones no gubernamentales o mostrando una forma de vida amigable con el ambiente que “cualquiera” podría imitar. Sin embargo, parece que la protección de la naturaleza se ha convertido más en un tema de moda que en una preocupación real.
Hay jóvenes que abogan por el derecho de todos los seres vivos y caen en el consumismo de productos “orgánicos”, cuya elaboración puede ser igual de dañina que los procesados, ya que no dejan de ser opciones industrializadas.
Este consumo se ve apoyado por muchos influencers que postean fotos de estos productos milagro para detener los problemas ambientales, propiciando que jóvenes los imiten en su consumo, pero sin entender realmente cuál es el beneficio que aportan al planeta.
También está otra parte de la población que no tiene interés alguno en el ambiente, argumentando que la vida es una sola y que todo pasa por algo, por lo que no importa preocuparse, ya que no sabemos cuánto tiempo viviremos.
Quienes comparten esta filosofía de vida tienden a utilizar cualquier producto a su alcance sin pensar en su procedencia o las consecuencias que provoquen, ya que sólo se centran en la satisfacción inmediata de sus necesidades.
Estás posturas tan contradictorias son muestra del verdadero origen del problema ambiental: la falta de conciencia sobre el impacto de nuestras decisiones en el planeta.
Es necesario reconocer, por tanto, que formamos parte de este entramado llamado vida y, al igual que cualquier otra especie, coexistimos en este planeta, por lo que tenemos que tomar algunas cosas de él, pero la clave está en hacerlo de forma responsable.
Hace algunos años, el ser humano, sintiéndose todo poderoso y superior al resto de los organismos vivos de la Tierra, creyó que podría consumir lo que quisiera del ambiente sin consecuencia alguna, pasando de un consumo necesario a uno excesivo e irracional.
Y es que todos los seres vivos dependemos de los demás, necesitamos tomar cosas del ambiente para sobrevivir, pero sólo el ser humano acapara más de lo que necesita, provocando un desequilibrio ecológico.
Por esta razón, creo que la solución va más allá de los nuevos hábitos de moda; tiene que ser una propuesta que perdure, que modifique realmente el pensamiento humano y eso implica crear conciencia.
Necesitamos valorar el papel del hombre desde otra perspectiva, reconociéndonos parte del entorno, pero no los elementos principales; aprender a tomar lo que verdaderamente necesitamos del ambiente, abriéndonos también ante nuevas posibilidades de elementos para satisfacer nuestras necesidades básicas, y aprovechar los conocimientos y tecnologías de la época actual.
Un punto clave para lograr está transformación reside en la enseñanza de estas ideas a los niños, para que aprendan que la naturaleza es más que un lugar que se menciona continuamente en las clases de ciencia, de manera que continúen apreciando el vínculo que existe entre ella y ellos mismos, ya que son los adultos quienes empiezan a marcar una distancia con la naturaleza como si se tratara de algo lejano, en lugar de apreciarse parte de la misma.
Al modificar nuestra forma de interactuar con la naturaleza, podremos hacer un cambio real en nuestro planeta, para que verdaderamente lo cuidemos y procuremos su conservación.