Cuando Teresita me invitó a participar en este diálogo y me encomendó el tema: “ética ambiental”, experimenté un cúmulo de emociones que iban desde el halago incomprensible que posee un seguidor del Atlas, derrota tras derrota; hasta la angustia descontrolada que vive el sustentante en un examen de certificación académica, cuando tiene la certeza de que su tesis está plagiada.
Hablar sobre ética, o en específico de ética ambiental, en tiempos de pandemia y en estas circunstancias donde la vida, la muerte y prácticamente toda la existencia están cifradas en euros, dólares, yuanes o rublos, representa un desafío y una empresa impostergable.
El Covid, como ya nombramos coloquialmente a la enfermedad, es un hecho evidente que ha dado cuenta de un número significativo de vidas humanas. Entre esos fallecidos, tristemente se encuentran decenas de amigos y familiares cercanos, además de famosos del mundo intelectual y del espectáculo. Así, con la angustia arraigando en las entrañas como enredadera silvestre, tuve que decidir si me registraba para la vacunación que ha promovido el gobierno federal. En realidad, no tuve muchas opciones. Más allá de un replanteamiento de la salud, y de la reestructuración de sus instituciones y sistemas correspondientes en las sociedades planetarias, nos hemos ceñido a las estrategias temporales, infructuosas e inciertas del gran capital y de las naciones poderosas. La decisión individual, entonces, se restringió a vacunarse o no vacunarse. Cada una de ellas abrió otras posibilidades igualmente retorcidas y absurdas.
La determinación de no vacunarme me planteaba los siguientes escenarios: 1) Confiar en que mi sistema inmunológico y genético fueran lo suficientemente vigorosos para resistir un contagio de coronavirus evitando así la seducción de la Calaca; o 2) Apostar por alguna de las opciones de protección promovidas por los alter sanadores más conspicuos del momento. En el botiquín del hogar he almacenado para casos de emergencia: 50 litros de Dióxido de cloro, un bidón de agua de tlacote, chochos homeopáticos que siguieron rigurosamente las recomendaciones de Samuel Hanheman, una anforita bendecida en la Basílica de Guadalupe, un extracto de veneno de serpiente con baba de murciélago y 500 gramos de excremento de bebé recién nacido, mezclado con miel de abeja.
Por otro lado, la resolución de vacunarme prefiguró las siguientes disyuntivas: 1) Seleccionar la vacuna AstraZeneca en dos dosis, y seguir indicaciones médicas, tomando tabletas de aspirina protect para evitar el riesgo de una trombosis. 2) Elegir la vacuna CanSino, la china, para los profesores, en una sola dosis, a pesar de su baja eficiencia y poco reconocimiento por las instituciones certificadoras; o 3) Realizar turismo de salud, visitando EEUU, vacunarme con la Johnson & Johnson en una sola dosis y aprovechar la promoción para disfrutar Disneylandia.
En la Biblioteca Vasconcelos, durante el proceso de vacunación con CanSino, me encontré con el profesor César Labastida. Mientras reposábamos en la sala de observación, luego del pinchazo y la introducción del esperanzador líquido, discutimos varias preocupaciones. Mi interlocutor casual interrogó, primero, sobre aquella cosa que está colgada en lo alto del impresionante inmueble.
—Oye Armandito, ¿crees que ese esqueleto es la réplica de un pterodáctilo, un dinosaurio o una ballena?
—No lo sé, pero parece un pterodáctilo, ¿no? —Le respondí.
Nos quedamos pensativos, con la mirada concentrada en esa estructura de huesos estéticamente organizados. Y, agobiado por el encargo de la charla sobre ética ambiental que no dejaba de parlotear en mi conciencia, le disparé sin misericordia.
—Oye César, ¿tú qué entiendes por ética?
Sin amedrentarse ni mostrar perplejidad por lo incongruente de la pregunta, hizo un recorrido escolar en donde le enseñaron o vieron el concepto.
—De forma inevitable, —dijo, frunciendo el ceño. —ese término, así, sin más, me remite a un curso de la preparatoria. No recuerdo al profesor que impartió la clase, pero sí me acuerdo de uno de los libros que se utilizaron como texto de la asignatura. Fue el de Introducción a la Ética (1968) de Gutiérrez Sáenz. Nomás de pensar en ese curso preparatoriano me provoca de nuevo un escozor asociado a normas, principios, y reglas que servían para dirigir la vida hacia el bien y las previsiones que podrían desviarnos del camino cayendo en los desagües del mal. Y como estuve en una escuela católica, ya te imaginarás que clase de leyes se imponían…
—Oye César, pero este escozor ¿no será reacción a la vacuna? ¿No quieres que llame a algún médico?
—No seas mamila, inchi Armand.
Recordé, efectivamente, que yo también había llevado en la preparatoria el libro de Introducción a la Ética, con el insigne profesor Toño Tavera. Ciertamente, el libro de Gutiérrez Sáenz explicaba en principio, la noción de ética como una rama de la filosofía que se encargaba de reflexionar alrededor de los actos morales. Recuerdo que, Luego de una serie de disquisiciones tediosas sobre la relación de la ética con otras ciencias, su ámbito en la filosofía y sus métodos, destacaba un capítulo sobre la libertad humana.
—¡Inchi César, ni aguantas una broma! —espeté. —Yo también llevé ese libro en la preparatoria. A mí me aburrió en general, salvo el tema de la libertad humana. ¿Lo recuerdas?
—¡Que voy a acordarme de ese tema! Lo que llevé fue un curso de catecismo: Los Mandamientos de la ley de Dios y de la Santa Madre Iglesia… Y acabo de recordar que ese curso de ética lo impartió una maestra ruquita, que había querido ser monja y no pudo serlo quién sabe por qué.
—Oye güey, en serio, en el libro de Gutiérrez Sáenz había un capítulo dedicado a la libertad.
—Yo no lo recuerdo. —enfatizó Labastida.
En ese momento, activé el celular, busqué en Google el libro en pdf. Lo encontré, afortunadamente, en el sitio de Scribd. Lo abrí y en el índice descubrí que el capítulo IX estaba dedicado al tema de la libertad. Se lo mostré con orgullo.
—¡Uy, lo que haces por tener la razón!
Seguí la búsqueda virtual en el libro y fui al capítulo IX (Gutiérrez Saenz,1968: p. 58). Leí en voz alta: “la libertad humana es una cualidad de la voluntad, por la cual elegimos un bien en preferencia a otros." Y continué la lectura en la que Gutiérrez Sáenz deriva 3 aspectos que delimitan la libertad: 1. El acto de elegir, 2. El papel de la inteligencia y la voluntad que suponen la deliberación y 3. El bien, como objeto de la elección.
—¡No manches, Armandito! Está de flojera. Es mejor Ética para Amador de Savater, porque te lo explica con ejemplos más entretenidos. Y sí te hace pensar en la idea de libertad, de manera más práctica y sin tanto conceptismo.
—Mmm… no había pensado en ese libro.
—¿Y de dónde te surgió tanta inquietud por la ética? ¿No nos habrán insertado un microchip en esta vacuna con códigos en mandarín que ya te están haciendo estragos?
—Jajaja… ¡no te pases, inchi César! Lo que pasa es que me invitaron a dar una charla sobre ética ambiental…
—Pues aviéntales la aburridora con Lipovetsky. —interrumpió el profesor Labastida. —ya me habías platicado que el año pasado diste un curso de ética ambiental con tu cuate Tona, y en el que hablaste de ética posmoderna o algo así.
Era cierto. Para ese curso me basé en los ensayos de El crepúsculo del deber (1998) y Metamorfosis de la cultural liberal (2002). En ellos, Lipovetsky distingue tres edades en la historia de la moral occidental. Dejando de lado las "morales antiguas", describe en primer lugar una fase "teológica" de la moral que va desde los griegos y que llega hasta finales del siglo XVII, periodo que se caracteriza por desarrollar principios que están estrechamente vinculados a la religión cristiana. Posteriormente, entramos a la fase "laica moralista" que, a partir de la Ilustración, se extiende hasta mediados del siglo XX y se caracteriza por constituir una moral independiente de los dogmas religiosos, basada entonces en principios estrictamente racionales, universales, eternos. La tercera fase es la posmoralista que, desde los años cincuenta y sesenta, se rige por normas que exaltan los deseos, el ego, la felicidad y el bienestar individuales.
—Ahora que si tienes que incluir aspectos de la naturaleza y animalitos —insistió Labastida. —podrías recuperar aquel cuento que te publicaron sobre una conferencia que daba en Veracruz el simio de Kafka, el de Informe para una Academia.
—Oye César, en serio, el que está delirando eres tú. ¿No te estará afectando el microchip de la vacuna CanSino?
—No me sigas incitando a hablar, porque te lo explicaré en chino. Conozco una maestra, que preocupada por el ambiente, incorporó en su escuela un huerto que cuida con esmero. La docente comprometida con la vida, junto con su grupo de niños, sembraron, tomates, lechugas, zanahorias y ejotes, que no se han podido dar debido al ataque voraz de unos caracoles. Así que la profesora recurrió a repelentes naturales sin éxito. La plaga de caracoles no se arredró e insaciable casi terminó con las plantitas. Entonces, la maestra, como afrenta, ha recurrido a sustancias naturales que exterminan a los moluscos del jardín…
—¿Y eso qué tiene que ver con ética ambiental, mi estimado César? De verdad creo que estás reaccionando mal a la vacuna.
—Claro que tiene que ver, Armandín, y a los asuntos de ética que acabas de leer te remito: ¿cuál es la ética de una maestra, que apuesta por la vida, cuando fulmina caracoles y otros insectos depredadores?
—Bueno, la maestra apuesta por la vida humana y la de las plantas benéficas para el hombre.
—¿Y la vida de los caracoles no cuenta y la de hierbas inocuas tampoco? —me interrogó con insistencia, y agregó: —¿Te acuerdas del texto de Baudrillard que me recomendaste hace años sobre Biósfera 2?
—Sí, lo recuerdo, pero eso qué…
—Biósfera 2 fue un experimento en el desierto de Arizona en el que se intentó reproducir un ecosistema benéfico para la especie humana, por lo que se seleccionaron sólo aquellas sustancias, minerales, flora y fauna que fueran benéficas para el ser humano. ¿Esa es la ética ambiental que sugiere la profesora del huerto escolar?
—M’ta, inchi César, te vas a la yugular.
—Pues sí, pero es que si realmente pretendemos averiguar qué es lo bueno para la vida, desde el punto de vista ético, nos meteremos en problemas.
—¡Uuuf! Y yo que pretendía abordar las encíclicas ambientales del Papa Francisco en la charla.
—Méndigo cristero, no cambias… Aunque te voy a decir que, si uno piensa en alguna persona congruente con la defensa de la vida, en su significado más amplio, ese fue Francisco de Asís. Sin duda, el mejor samaritano de la vida en el planeta…
El enfermero encargado de la sala de observación interrumpió la conversación, avisó que si nos sentíamos bien, entregáramos la parte inferior de la hoja de registro y camináramos despacio hacia la salida. Emitió una serie de recomendaciones postvacuna que no percibí con claridad.
El profesor César Labastida y yo salíamos juntos de la Biblioteca Vasconcelos, cuando comencé a sentir un mareo intempestivo, se me desvaneció la visión y luego la conciencia.
Desperté en un tiempo impreciso y me encontré, auxiliado por un médico militar y una enfermera, que tomaban el pulso, la presión, los signos vitales y que me ofrecían un parasetamol con agua. No vi por ningún lado a César Labastida. Pregunté por él, pero no me supieron decir nada. Permanecí allí alrededor de veinte minutos y cuando me pude incorporar, los médicos me despidieron con rigurosas indicaciones, orales y por escrito.
Caminé por la calle de Mosqueta con pasos cuidadosos y cortos, recriminándome la decisión de haber optado por la vacuna CanSino. “Debí elegir el turismo de salud en los Estados Unidos” me reprendí, consternado.