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Viernes, Abril 26, 2024

No conozco a nadie de mi generación que le guste Alice Cooper, ¿has escuchado “School”s out“?, quizás sea el momento, porque es buena, no suena mal y dura lo mismo que vas a tardar en leer esto. Quiero confesar que “mi relación más larga ha sido con la escuela”, lo leí en una página de memes para estudiantes, me puse los audífonos me tiré en la cama y lo acepté.

 

Recordé que hace dos meses camine por la zona donde fui al preescolar y la primaria; ya no la reconocí, lloré, pero no porque extrañara la clase o los libros, sino porque ahí empezó lo nuestro, me acordé de mis amigos y los momentos divertidos, como cuando hubo una disco por el día del niño, fue lo mejor que se les ocurrió.  Vas, miras a la escuela y te dicen que tu única obligación es esa, ¿a quién se le ocurrió?

 

No me gusta la escuela, pero qué sería de mi sin ella, no sé si funcionaremos o no. Tenemos problemas. No me gustaba levantarme temprano para verla, pero ir a encontrar a mis amigos, o emociones, como recibir el inicio de un nuevo ciclo escolar con el uniforme, la mochila y los útiles resplandecientes, me provocaba no poder dormir una noche antes. Esperaba con ansias ver a mis amigos. Me dio lo necesario como un gran patio, tres jardineras, salones, baños y el taller de carpintería, al menos eso pensaba, porque eso era lo único que sabía sobre las escuelas, había una maestra, compañeros, uniforme, bancas, honores a la bandera y una semana de “guardia”; podía poner a recoger diez papeles a cada niño que corría, eso me empodero.

 

Lo mejor vino cuando llegué a los últimos dos años, estaba en la escolta, fue una especie de premio por mis buenas calificaciones. El taller de carpintería no me gustaba, pero aprendí a hacer un llavero y una especie de perchero que hasta la fecha sirve. Lo mismo se repitió en la secundaria y en la prepa, ¿por qué la escuela?, hasta te dicen que es para ser alguien con trabajo y dinero. No creo que sea así. Llevo 16 años con la escuela. Necesitamos terapia.

 

Ilich dice que no. Me mandó un paquete con un montón de hojas, memorice algunos puntos, dice que la escuela es la única y la oficial que puede educarme, me hizo creer, y a cada persona con la que estuvo, que la necesitamos. Quiere que esté con ella mucho tiempo y por muchos años, además de que debe ser mi obligación para que trabaje. Me dijo algo importante que ya sabía, si eres más grande de edad ya no puedes estar con ella, es de las que no da tantas oportunidades, aunque uno no sea el del problema. Les enseña lo mismo a todos, ni siquiera se esfuerza por ser un poquito diferente. Es injusta, no se comporta igual con los ricos y con los pobres, le da más oportunidad a los que tienen con qué, le gusta el dinero, para ella está bien que cualquier cosa se privatice, lo que no sabe es que mucho de lo que sé, no lo aprendí con ella, pues lo encontré en otros brazos. Una vez fui a una casa de la cultura y salí aprendiendo ballet, otra, fui a un deportivo y aprendí judo, hace unos años tuve una curiosidad por los idiomas que no te imaginas. Desde la preparatoria no pude sacar al piano de mi cabeza, tanto, que me compré uno. Por cierto, me llego un correo de H.Giroux. Reconoce, y coincide con Ilich, que hay más de un caso como el mío, dice que los amantes alumnos debemos ser concebidos como si cruzáramos fronteras, “como gente que entra y sale de los límites construidos en torno a coordenadas de diferencia y poder”. Me dejó una nota para recordarla. Ella se llama pedagogía fronteriza y no puedo olvidar que sólo buscaba condiciones para nosotros los estudiantes, actividades como leer y escribir, dentro y en contra de los códigos culturales que ya existen, y darnos espacios para aprender conocimientos, subjetividad e identidad propias.

 

En las terapias te dejan tareas, una fue que tenía que decir tres puntos conflictivos con la escuela. Empecé diciendo que a la escuela nunca la encuentro sola, siempre la acompañan los profesores; el sistema los inventa y ellos se juntan. Confesé que aún no podía olvidarme del montón de hojas que recibí de Ilich, cada cosa me lo recuerda. Le platiqué que uno de esos puntos eran los profesores, quizás porque algunos de ellos habían sido demasiado tradicionalistas y autoritarios. Le pregunté a la terapeuta si conocía a los profesores de oficio, ni siquiera espere a que contestara, le conté que a un lado de mi casa vive el señor Martín, es un abuelito, que cuando viene a mi casa, repara puertas, pinta paredes, destapa coladeras, conecta gas, hace muebles, un electricista, carpintero, maestro albañil, un todólogo, pero él no tiene un título universitario en la sala de su casa, de hecho no tiene uno. ¿sabe qué significa eso?, que si él quisiera buscar trabajo, le sería muy difícil encontrarlo. Salí de esa terapia bien encabronada. En esa sesión sólo pude decirle un motivo. 

 

Volví a leer las notas de Ilich, lo pensé bastante y le di muchas vueltas, pero ya sabía cuál era mi segundo motivo. La terapeuta abrió la puerta y me senté, para decirle lo siguiente: “¿Sabe qué me dio la escuela en todos estos años?... sé leer, pero porque mi mamá me puso cada tarde a practicar; aprendí a sumar y restar sólo porque unos cuantos niñitos del salón ya sabían, pero nunca me falló el método de poner todas las rayitas necesarias en el cuaderno para no equivocarme; sé qué es un volcán por el libro, pero en un viaje de familia pasamos cerca de uno y pude verlo. Eso sí, cada 15 de septiembre salía a gritar vivan todos, hasta que la escuela y el profesor me dijeron quiénes eran todos, y de la luna y el planeta ni se diga, porque pensaba que las nubes y la luna me seguían.

 

Estoy segura que recuerdo la mitad y la otra la olvide. Le dije eso porque mi nota se trataba de que podíamos aprender por curiosidad y nosotros somos aquellos que podemos controlar lo que aprendemos y qué tanto de eso se vuelve significativo, o sea, aprendí sí, pero quizás si yo hubiera elegido en ese momento qué aprender no habría sufrido tanto con química en la preparatoria. Salí pensativa, estaba dispuesta a reclamarle a la escuela. Pero me calmé, de camino a casa pasé por una academia de baile, recordé cómo fue que aprendí ballet. Mi mamá pagó cada mes por esa actividad, además recordé que intentó contratar una suscripción de “Las oportunidades que tienen los ricos no son las mismas que los pobres”, fue lo primero que le dije a la terapeuta, Ilich escribe que cada sector se privatiza. Yo siempre estuve con la escuela pública, en las buenas y en las malas, pero en cuestiones como la cultura, las artes y el deporte no eran lujos, porque creo que se lo merece cualquier persona, porque debería ser parte del desarrollo de cada uno. No le estaba pidiendo algo imposible”. Me habría gustado aprender más, ser una todóloga de lo que me gustaba, como Don Martín. Ya no quería regresar a terapia. Me acosté, pero sentía tanta rabia que tenía dos opciones, o buscaba a la escuela y le reclamaba en caliente o me calmaba, decidí calmarme, ese día necesitaba valor. Llegó a mi memoria una película que sí que me gusto: If. de Lindsay Anderson, película del año 1968, ¿qué casualidad no?, no era más que la idea de que hay que saber dar órdenes en las instituciones, “porque la disciplina en exceso genera anarquía”, a qué bonita escuela prepotente y tradicional, al final fue más fácil terminar en balacera que cambiar lo instituido, o incendiando la escuela dice la canción de Alice Cooper. “Huy quieto”, dice el meme, recordé que en 1963, Lorenzo Milani  reunió a 8 estudiantes para escribir “Carta a una maestra”, donde expresaron aspectos tradicionalistas y de reproducción en la educación que recibían, además Milani  muy similar a Ilich denunciaba una sociedad consumista que había sido fuertemente corrompida, no se trabaja por construir auténticos ciudadanos, libres, con autonomía y con una conciencia crítica, además de que se manipulaba a las clases más bajas, y mi querida escuela sería una de las principales instituciones responsables de esta corrupción. 

 

Me fui enojada a dormir, pero dije y si escribo mi carta a la escuela, y le confieso cuánto la quería y cuánto la odiaba. Mi última terapia fue ayer, llegué con mi cartita y me senté, pero al momento en que la iba leyendo, me detuve, tomé un respiro y dije “prácticamente ya he acabado con la escuela, falta una semana para que termine la universidad, ya soy alguien en la vida, aprendí y me lleve buenos y malos momentos, pero no me veo sin la escuela, al menos no como yo la veo. Realmente nunca la odie, me mostró una buena cara, claro que me habría gustado que me diera más que sólo lo que ella consideraba justo y no lo que yo buscaba para mi necesidad. Tengo conocimientos y aprendizajes dentro y fuera de la escuela. Estoy segura que la escuela perdió su enfoque, pero no fue su culpa, le pasó como a mí, víctima del sistema. No es a la escuela mala o a la buena, sino aquella que debería pensarse como un hombre más comprometido con el valor de la sociedad con lo material, para reconocer las necesidades y crear las alternativas y oportunidades pensadas en la diversidad de alumnos que vienen. Alumnos que tendrán una historia con ella. El pensamiento debe modificarse para dejar de reproducir. No me imagino a mi comunidad sin escuela, no todos somos maestros de oficio y ciudadanos que pueden tomar todo control, aún estamos en el proceso. El paquete de hojas que me llegó decía la desescolarización por Ivan Ilich, pero no es más que un modelo alternativo, aunque estemos lejos de la escuela por el distanciamiento que nos separa, la escuela ahí sigue, bien o mal, sigue.  No quiero que esté mal.  Podría  reconciliarme con ella. Pero esta vez yo prometo no reproducir prácticas tradicionalistas en la vida profesional y personal, prometo buscar el cambio a través de mis estudiantes, pero siempre a partir de mi compromiso, y prometo dejar una huella importante en cada ser humano que guíe. Como alumna y próximamente como docente. Vamos a ver si funciona.

 

 

*Egresada de la Licenciatura en Pedagogía de la Universidad Pedagógica Nacional. Unidad UPN095 Azcapotzalco.

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