El papa Mario Bergoglio ha labrado un importante legado en materia social con la presentación de su tercera encíclica Fartelli tutti ( Hermanos todos). La nueva encíclica es secuela y complemento de Laudato si, sobre el cuidado de la casa común (2015). Francisco recopila y ordena planeamientos que había escrito y pronunciado en diferentes momentos de sus más de siete años de pontificado. Francisco refresca la tradición cristiana en materia social y rejuvenece la manera en que la doctrina social de la Iglesia debe incidir en la realidad. Desde la fraternidad, permite mirar el mundo con esperanza y admite la posibilidad de soñar, Francisco plantea: Soñemos como una única humanidad, como caminantes, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos.
Leonardo Boff recoge de manera muy bella la esencia de la nueva encíclica: Francisco invita pasar de una civilización técnico-industrial e individualista a una civilización de solidaridad, de preservación y cuidado de toda la vida. Esta es la intención original del Papa. En este viraje está nuestra salvación; superaremos la visión apocalíptica de la amenaza del fin de la especie humana por una visión de esperanza, de que podemos y debemos cambiar de rumbo.
Francisco es severo al evaluar la sociedad contemporánea. Reclama que la política no debe someterse a la economía ni la economía a la tecnocracia. Vuelve a desmarcarse del neoliberalismo y formula la frase quizá que más ruido ha causado en medios: El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente. El neoliberalismo se reproduce a sí mismo sin más, como único camino para resolver los problemas sociales.
El impacto de Fratelli tutti ha sido diverso. En términos de la teoría de la recepción, los enfoques y modelos de descodificación están marcados por las posturas ideológicas y religiosas previas. Los sectores progresistas seculares y religiosos la celebran como un regalo de Francisco, mientras los conservadores, en especial católicos, la desaprueban. Geográficamente las objeciones se concentran mayoritariamente en Europa y en Estados Unidos. Por ejemplo, monseñor Carlo Maria Viganò, ex nuncio en Washington, vanguardia de los católicos estadunidenses conservadores, fue muy punzante contra el Papa: “En una lectura superficial del texto de la encíclica Fratelli, todo el mundo podría creer que fue escrito por un masón, no por el Vicario de Cristo. Todo en él está inspirado en un deísmo vago y en un filantropismo que no tiene nada de católico”. Otros cuestionan la trascendentalidad de la encíclica. Como Ettore Gotti Tedeschi, ex banquero del Vaticano: “El Papa actual usa la doctrina social de la Iglesia de manera ideológica. La perspectiva trascendente ha desaparecido y sólo tenemos la dimensión horizontal, sin la vertical. Tanto es así que, si uno lee a Fratelli tutti sin conocer al autor, al final se puede deducir que fue escrito por algún think tank de la ONU”. Se le critica a Francisco abrazar ideologías ecologicistas, igualitaristas, animismo amazónico, migrantismo, que se alejan de la tradición. Sin embargo, les preocupa su actitud calificada de antisistémica frente al neoliberalismo y a la economía de mercado. Esto agotó la paciencia de muchos conservadores que creen ver en Francisco un nuevo Tomás Moro. Recordemos su libro Utopía, de 1516, imagina un mundo en que la propiedad privada está abolida, los ciudadanos no tienen bienes ni dinero, todo se comparte. Las preguntas son obligadas: ¿Francisco es anticapitalista? ¿El papa argentino es, por tanto, filocomunista? La respuesta más contundente es la siguiente: el papa Francisco es católico.
La doctrina o pensamiento social de la Iglesia tiene sus raíces en la Edad Media, en la filosofía neoclásica de Santo Tomás de Aquino, quien definió hace 800 años el concepto del destino universal de los bienes. Sin embargo, toma forma en el siglo XIX como respuesta a la conformación de las grandes ideologías modernas liberales, socialistas, anarquistas y comunistas en Europa. Tiene su primer gran momento en 1891 con la encíclica Rerum novarum, de León XIII, que reprueba radicalmente la condición obrera bajo la Revolución Industrial y el liberalismo burgués. También pone en tela de juicio las ideas socialistas entre los sindicatos de la época. La Iglesia construye un corpus propio, la posición de los católicos pasa del refugio, de la defensiva y condena sistemática de los valores modernos, expresados particularmente en el Syllabus, de Pío IX (1864), hacia el contraataque: la reconquista apostólica de la sociedad. Si la modernidad y sus nuevas instituciones habían creado una contra-Iglesia, los católicos aspiraron a construir una contra-sociedad católica alternativa. La Iglesia libra batallas de dimensiones tripolares: catolicismo contra liberalismo, catolicismo contra el socialismo y catolicismo contra la modernidad. El mismo criterio se puede aplicar a Juan Pablo II, activista polaco infatigable contra el comunismo. Una vez que se derrumba el sistema socialista, en su encíclica Centesimus annus (1991) arremete contra la dictadura del mercado y sus excesos hedonistas. El capitalismo sería aceptable –escribió–, si el comportamiento del mercado tuviera una orientación humanista.
En esta tradición Francisco recupera la fraternidad, muy liberal y masónica, y desde el cristianismo la resignifica, en tiempos de pandemia, para proponer una nueva civilización posneoliberal sustentada en la dignidad humana y en armonía con la naturaleza. Exhorta a las Iglesias y a los cristianos a construir estructuras sociales alternativas sustentadas en la fraternidad solidaria.