Día tras día, solo en una colina
El hombre de ridícula sonrisa permanece perfectamente inmóvil
Pero nadie quiere conocerlo
Ellos pueden ver en sus ojos que sólo es un tonto
Y él nunca responde
El tonto de la colina/ The Beatles
Las grandes decisiones no siempre vienen de los gobiernos en turno. Aquí y en China. Pensemos en el terremoto del 85, por ejemplo, y recuperemos las imágenes de un pueblo que fue por delante de la impericia, corrupción y burocracia gubernamental. El pueblo fue el héroe rescatando y auxiliando a su gente con mayor celeridad y eficiencia que los cuerpos institucionales.
Parece que no aprendimos nada. Quizá sea, también, que no les interesa porque siguen en su propio mundo; como El tonto de la colina, la célebre canción de los Beatles (aunque éste sí pensaba otras cosas, no era un tonto, realmente), Esteban Moctezuma se ensimisma y crea un mundo de fantasía para justificar que la SEP actuó con oportunidad y celeridad. Nada de eso. Aprende en Casa es una ficción gubernamental que intenta mostrar que, a pesar de la pandemia, la educación sigue adelante. No pasa nada. ¿En serio? Si el Secretario de Educación afirma que con las clases por televisión y el libro de texto los niños y jóvenes pueden obtener los mentados aprendizajes esperados (por lo demás, limitados, miopes, sin perspectiva), entonces, ¿para qué sirven los maestros? Para nada o, en el mejor de los casos, para obedecer disposiciones meramente administrativas y funcionales y parchar una llanta que está abierta por todos los lados. Una vergüenza que un secretario afirme eso. Los maestros son y serán los gestores de los procesos pedagógicos, los promotores de los aprendizajes, quienes le dan sentido, acompañamiento, traducción, dirección, adaptación a los distintos contextos y situaciones a los ricos y complejos procesos educativos.
Es cierto que es una situación de emergencia. Las cosas no podían hacerse de la misma manera que si no estuviéramos en la pandemia. Cierto. Entonces, ¿por qué conservar los propósitos, contenidos y aprendizajes esperados como si no hubiera pasado nada y, simplemente, transferir esos procesos a la exhibición de contenidos a través de un monitor y un expositor? ¿Qué interacción, cuál diálogo, dónde quedan los diversos contextos? Pareciera que no hay pandemia. De eso no se habla. No se aprovechan esos espacios para reflexionar un poco acerca de medidas preventivas, de los cuidados, de los riesgos, de la necesaria transición a nuevas formas de interactuar y de cuidarnos y cuidar la naturaleza. No, por la sencilla y arcaica comprensión de entender a la educación como ‘algo’ que debe ocurrir en un periodo de tiempo, en un curso, nivel o grado determinados para agotar los contenidos, del primero al último, sin mayor consideración. En esa lógica, estamos avanzando, los niños y jóvenes no pierden sus clases y sólo es necesario esperar a que aparezca la vacuna o se termine la pandemia.
Los maestros y maestras del país han hecho esfuerzos notables por adaptarse a las nuevas condiciones y, como siempre, son el sostén fundamental de los procesos educativos. Su imaginación, fortaleza y preparación, es lo que le confiere lo bueno a este experimento de la autoridad. Sujetos a la entrega de evidencias, al llenado de formatos, a las diversas condiciones de sus estudiantes y de ellos mismos tanto en sus espacios de casa, como en los dispositivos que se requieren para que esto funcione. Se eligió la televisión, porque una gran parte de la población no cuenta con internet. Pero, aun así, las famosas evidencias han de entregarse por correo, celular o determinada plataforma. Si antes ya sabíamos de las tremendas diferencias socioeconómicas de nuestros estudiantes, la pandemia se ha encargado de mostrar de manera amplificada esa desgracia. En todo caso, se hubiera hecho un acuerdo con el magnate de las telecomunicaciones, Carlos Slim, y demás empresarios para firmar un acuerdo de internet gratuito para profesores y estudiantes de escuelas públicas. Al menos así, habría un proceso de interacción, fundamental para el proceso educativo, situación que no ocurre a través de una pantalla de televisión. Si iban a gastar una millonada, y se iba a enriquecer a los empresarios de la televisión, al menos hubieran destinado más recursos, pero con mejor expectativa.
En la situación que se vive, la simulación gubernamental se convierte en carga administrativa para los maestros. Muchos alumnos no se conectan y muy poco le interesa a la autoridad saber qué es lo que está pasando. Están pasando muchas cosas. Hay que ir más allá de la exposición de contenidos por televisión, la acumulación de evidencias, la entrega de tareas y reportes. ¿Que no se puede hacer más ante una situación como la que estamos viviendo? Claro que se podrían hacer más cosas.
La primera, sería haber pensado que esta generación no podía seguir el mismo orden de cosas tal y como si no hubiera pasado nada. Me explico: hubiera sido mucho más contundente, ocupar este tiempo en fortalecer el sentido de pertenencia a la comunidad, la apreciación de la diversidad, el respeto a las distintas etnias, el disfrute de las artes, la lectura, las habilidades matemáticas fundamentales, el cuidado y aprecio por la vida y la naturaleza, la lucha contra la discriminación, la empatía, el valor del diálogo, el rescate del estado de derecho, el uso adecuado y ponderado de las redes sociales…y un largo y rico etcétera.
Eso se podría hacer, con la inducción, la difusión y la experiencia de miles de maestros y maestras a lo largo y ancho de la república. Eso sería, realmente, aprovechar el tiempo favorablemente para los estudiantes, Ésa no sería una simulación, sino una oportunidad para recuperar muchos de esos tópicos que tanta falta nos hace. No estarían conectados a aprendizajes esperados ni sujetos a evaluaciones o entrega de evidencias que no siempre corresponden a un avance real en beneficio de los estudiantes. Sería como un gran propedéutico que coadyuvara a superar muchas de las deficiencias y rezagos acumulados a lo largo de gestiones gubernamentales ocupadas en certificar, mostrar estadísticas a favor de eficiencia terminal o coberturas de la demanda, cuando sabemos que estamos a años luz de lo que debiéramos saber.
De esa manera, cuando haya pasado lo más fuerte de la pandemia, cuando, eventualmente, estemos en semáforo verde, estaríamos en condiciones de empezar los cursos. En abril, en mayo. Un año después. No importa, porque perdemos más con una simulación que intenta hacernos pensar que cuando se reanude, será cosa, simplemente, de retomar lo que aprendieron por televisión y la entrega de evidencias. Eso no sería perder un curso, significaría acarrear con deficiencias y lagunas terribles, por mucho tiempo. Si de por sí, estamos como estamos. No quiero estar, cuando esto ocurra, en el lugar de mis compañeros maestros de educación básica y que se paren frente a su grupo y digan: “Muy bien, vamos a continuar con el tema siguiente”. Mentira. Quien trabaje o haya trabajado como maestro, sabe que eso es una mentira, una gran ficción, propia del cine fantástico y no de la educación.
Ante el problema que se vive, no habrá nadie ni nada que salga indemne. De una u otra manera. No hay soluciones mágicas. Cierto. Pero, creo, estoy convencido, que hubiera sido más sensato aprovechar el tiempo de la crisis para fortalecer y recuperar, no los aprendizajes esperados, sino algunos de los elementos olvidados de una auténtica educación: que eso que se enseña y se aprende esté lleno de sentidos, de utilidad y que se convierta en insumos para una sociedad crítica, más justa, menos violenta, más abierta a dialogar y a aprender de todos y todas.