René era un personaje excepcional: carismático, con mucho sentido del humor, coqueto, presumido, muy culto, buen conversador, incorruptible, le gustaba la buena comida y la bebida, fotogénico, con una sonrisa encantadora. Lo que más admiraba de él eran: su concepto de amistad, ya que sus amigos eran lo más importante y los defendía a capa y espada, su generosidad, el respeto que poseía por quienes consideraba fueron sus maestros, pero, sobre todo, su inquebrantable posición política.
Hizo lo que quiso, criticó acremente a quienes consideraba se lo merecían y murió como quería. Incluso, su canción favorita era Non, je ne regrette rien de Charles Dumont y Michel Vaucaire, cantada por Edith Piaf. Era la canción de inicio de su página web de la parte autobiográfica. No, no se lamentó de nada de lo que hizo. Incluso escribió que pese a que ingresó al terreno literario con una novela contracultural como fue Los juegos, y que le ocasionó muchos sinsabores y repudio de las camarillas culturales en el poder a mediados de los 60, lo volvería a hacer, ya que se divirtió muchísimo al elaborarla. Incontables personas le pidieron que escribiera la segunda parte, ya que aún existen esas pequeñas mafias literarias que dicen quiénes valen y quiénes no. Pero no lo consideró necesario.
Ignoro si René presentía la muerte. No obstante, hablaba muy seguido de ella. Semanas antes a una amiga le contó que quería morir como su mamá, de un derrame cerebral y una semana antes de morir en una comida con amigos les comentó que quería morir de un solo golpe. En ocasiones a mí me decía que quería fallecer solo por 30 minutos, para regresar y escribir lo que se sentía. De cualquier manera se le cumplieron los dos primeros deseos. Murió de un infarto masivo al miocardio en 5 minutos. Se fue guapo, con el mismo sentido del humor que lo caracterizó, en plena actividad creativa, con muchos proyectos por delante, como vivir en España, dedicándose exclusivamente a escribir y sin ninguna enfermedad visible. Le aterraba quedar inválido, o permanecer entubado o conectado a algún aparato en un hospital. Hasta en la muerte tuvo suerte.
En general puedo afirmar que René estaba harto de todo lo que pasaba en México, desde el punto de vista no solo cultural sino político y social. Nunca comprendió cómo era posible que a nadie le interesara abrir el Museo del Escritor, que él estaba dispuesto a regalar todo su acervo. Ello lo decepcionó mucho después de luchar durante diez años para encontrarle un digno lugar. En ocasiones me decía ya vende todo y vámonos de este maldito país. Los políticos cada vez son más corruptos y más ignorantes, la sociedad no responde, los medios de comunicación son comparsas del grupo en el poder y la censura sigue existiendo de otra forma, los premios literarios todos están amañados. Murió decepcionado del país y de la academia y con un hartazgo muy acentuado.
Una de las últimas desilusiones que tuvo fue al saber que no ganó el Premio Nacional de Artes y Literatura 2016, con argumentos nada literarios, simplemente avalado por género y enfermedad de la persona que lo ganó. No hubo razones literarias de peso, el premio estaba otorgado de antemano. Tal situación lo afectó mucho sentimentalmente y considero que eso le ocasionó un terrible daño, del que no me di cuenta a tiempo. Su carácter y sentido del humor escondieron ese terrible golpe a su inteligencia, promoción cultural y quehacer literario.
Incluso, en una novela que apenas comenzó y ni título tenía, iniciaba con el subtítulo de “Palabras finales” de la siguiente manera: “La muerte es el final, nada hay después de ella. De ninguna manera habrá un sacerdote. No es que piense en la muerte, es mera precaución en un país que de pronto ante mis ojos se deformó y se perdieron las esperanzas, al menos para mí. Seguiré con mi vida o mejor dicho, caminaré por las rutas que se abran ante mí. Tampoco volveré a escribir, salvo notas cortas o correos electrónicos. He perdido interés en México y honestamente en cualquier otro país por prometedor que pueda ser. Éste es mi testamento o mi última voluntad, escrita sin la amenaza de enfermedades. La vejez llegará cuando llegue y la aceptaré si es decorosa. De lo contrario, nunca está de más una buena dosis de somníferos o, para ser dramático, un pistoletazo en la sien.
“Ahora, como hombre práctico que soy, le ruego a quien encuentre mi cadáver, si está en buen estado, no lo incineren, denle un uso razonable: que vaya a la Facultad de Medicina de la UNAM, allí tendré una cierta utilidad. Si la descomposición de mi envoltura es avanzada, entonces sí, quémenlo. Se supone que el fuego purifica y yo sí que necesito de tal proceso. Gracias, atentamente, René Avilés Fabila.”
Personalmente pienso que le faltaron cinco años de vida para concluir una novela sobre su padre a sugerencia de Fernando Vallejo que conoció a René Avilés Rojas y que pensaba que era una forma de saldar cuentas con su padre. Si escribió una novela sobre su madre, por qué no sobre su progenitor, al que poco conoció y muchos reclamos tenía. René pensaba que podría haber sido su última novela, una de gran aliento, elaborada fuera del país y dejando no solo el periodismo sino la academia. Dedicándose solo a leer, escribir y pasear.
Yo no soy crítica literaria ni con una cultura elevada, pero él hacía mucho caso a mis juicios sobre su literatura. Yo siempre era la primera en leer su producción y le daba mi opinión. En la mayoría de los casos me hizo caso. Y yo era la última en dar la orden para que se fueran a impresión sus libros. Eso me ha permitido conocer toda su obra y saber que existen cuentos magistrales y novelas bastante buenas que debieron haber tenido una mejor aceptación.
Me consta la facilidad con la que escribía, sobre todo los minicuentos. Veía una escultura, una pirámide, un cuadro y se le ocurría un cuento inmediatamente. En todos los viajes que hicimos siempre regresaba con notas para redactar los cuentos que imaginó al ver otras culturas, platicar con diferentes personas y conocer otros escenarios.
Es muy pronto para evaluar su obra. Tiene todavía muchos enemigos en la mafia cultural. Creo que será dentro de unos cinco años cuando se valorará cabalmente su producción literaria. Separando al escritor del político o periodista se podrá realizar un análisis más objetivo de lo que significa su obra y de la importancia que tiene por los temas que trató. Será sin duda considerado uno de los mejores escritores mexicanos.
Nos conocimos en la Escuela Nacional Preparatoria número 7 y nos hicimos novios el 9 de junio de 1960. Desde entonces y hasta su fallecimiento el 9 de octubre de 2016 siempre estuvimos juntos. Durante ese lapso mentiría si dijera que todo fue miel sobre hojuelas. Tuvimos ratos malos, como cualquier matrimonio. Pero me atrevo a decir que el 90% de esos 56 años fue maravilloso: crecimos juntos en edad e intelectualmente, cada quien en su campo, nunca hubo competencia de ningún tipo ni tampoco problemas en cuanto a los recursos económicos que obteníamos. Todo era de los dos. Siempre hubo un entendimiento casi perfecto. Él me ayudaba en lo que podía y yo lo auxiliaba en donde lo requería. Me apoyó todo el tiempo en mi carrera como funcionaria pública y cuando en 2004 tuve que renunciar a la titularidad de una dirección general, me hice cargo completamente de la Fundación René Avilés Fabila. Desde ese entonces estuvimos más cerca, ya lo podía acompañar a algunos eventos y reuniones sociales que antes me era difícil hacerlo. Viajamos a muchos países y era una delicia conocer lo que sabía de cada lugar que visitábamos. De sus conversaciones siempre aprendía algo y su sentido del humor me encantaba.
Por eso ahora me hace falta, extraño esas charlas y pienso en los viajes que estaban programados y que ya no los realizaremos juntos. Aunque ignoro qué sigue después de la muerte, René siempre decía que existía un cielo para escritores. Con esta idea ampliada, no solo para escritores sino para gente querida, me auto consuelo al pensar que está junto a su hermana Leonora que la adoraba, con su mamá con quien se divertía y a quien admiraba y con sus amigos que quería mucho, como Rubén Bonifaz Nuño, José María Fernández Unsaín, Griselda Álvarez, Alí Chumacero, Ricardo Garibay, Elena Garro, Rafael Solana... Igual quiero pensar que estará conversando con Juan Rulfo, Juan José Arreola, Francisco Monterde, José Revueltas, Jorge Luis Borges, etc. Así mismo estará escuchando a sus cantantes favoritos: Elvis Presley, Frank Sinatra, Morrison, John Lennon, Edith Piaf, Roy Orbison, Fredy Mercury… Y al mismo tiempo quiero creer que tendrá la posibilidad de seguir discutiendo y criticando a Carlos Monsiváis, René Avilés Rojas, Rafael Tovar y de Teresa, Octavio Paz, Gustavo Díaz Ordaz…
De cualquier manera, y por otras razones, deseo concluir esta nota con el Epílogo de su libro El gran solitario de Palacio:
¡Carajo ¡qué soledad!